Póngase a la cola

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29 abr 2017 / 23:31 h - Actualizado: 29 abr 2017 / 23:31 h.

No es que yo me fíe mucho de todos estos sabelotodo que crecen en inernet como las pelusas debajo de los muebles (esa es otra cuestión científica peliaguda que merecería un tratamiento en profundidad: ¿de dónde salen esas pelusas que un día te sorprenden deslizándose con una corriente de aire y a las que sólo les falta morderte al pasar?). No es que me fíe del rigor de muchas afirmaciones que me encuentro en la red, repito, pero leyendo un diario online me saltó a la vista un curioso titular que decía algo así como que «pasamos cuatro años de nuestra vida haciendo cola» y, como una cosa lleva a la otra, me encontré sumergida en una investigación sobre este fenómeno y otras estadísticas peculiares a más no poder.

Respecto a las colas, existe hasta una vertiente de investigación denominada psicología de la espera cuyo hallazgo más destacado ha sido descubrir que se producen cambios en el estado de ánimo y sensaciones de malestar en quienes se ven obligados a esperar largo tiempo para hacer una gestión de la clase que sea. Por eso, y sabiendo que si estamos ocupados, entretenidos, el tiempo se nos pasa más deprisa, los expertos recomiendan diferentes métodos de distracción, desde las pantallas informativas hasta los folletos estratégicamente colocados y los espejos en la zona de espera, que también entretienen lo suyo. Ahora bien, donde se ponga un móvil con conexión a internet... no hay necesidad de trucos psicológicos.

Parece que una sola cola zigzagueante se sobrelleva mejor que varias filas que confluyen y que no todas las culturas tienen el mismo nivel de tolerancia frente a la obligación de hacer cola, que en definitiva no es más que una muestra de orden que responde a una ley no escrita. Por ejemplo, dicen que un inglés, incluso si está solo, forma una ordenada cola de uno, mientras que en los países del sur se impone la doctrina de tonto el último y el listo es el que se cuela.

En Inglaterra existen incluso colas que son un atractivo turístico, como las del campeonato de tenis de Wimbledon, donde los aficionados endulzan la espera zampándose su porción de tarta sentados en esas mantitas de cuadros que tan bonitas quedan en el césped británico. En cambio, hay países donde las colas son algo totalmente a evitar, de modo que el que se las salta, por el método que sea, es considerado alguien con empuje e iniciativa.

Luego está la cuestión del espacio. Del espacio que cada cual precisa tener libre a su alrededor cuando está en un lugar público. Por curiosidad, busquen alguna imagen de una cola en la India. El de atrás prácticamente está abrazado al de delante, será para que no se le extravíe el que le dio la vez, de modo que unos y otros se están clavando los costillares pegaditos pegaditos con el calor que hace allí. Cuestión de espacio (vital) le llaman a eso, que cada cultura es muy suya a la hora de que la toque el prójimo. Si por el contrario viajamos a un país del norte de Europa, el que espera el autobús delante de ti te mira alarmado, incluso ofendido, si pretendes ponerte a menos de un metro de él. Qué paradoja. Allí que hace más frío te quieren cuanto más lejos mejor. Eso también lo estudian los psicólogos, alguna explicación debe tener.

Cuatro años de una vida haciendo cola. Ya ven qué cosas. Veinticinco años durmiendo, más de diez trabajando y aproximadamente lo mismo en actividades de ocio. Y 3,5 años en educación. Eso dicen las estadísticas. Gracias a dios que son todas cifras medias y eso engaña mucho. Más tiempo en cola que estudiando. Por si acaso, aprovechemos tantas esperas para aprender algo, que luego no nos quedará lugar.