¿Qué Europa?

Image
08 abr 2016 / 17:42 h - Actualizado: 08 abr 2016 / 17:46 h.
"Unión Europea","Refugiados"

Los Soldados de Odin patrullan las calles de Kemi para proteger a los finlandeses de los invasores musulmanes. El Partido de los Auténticos Finlandeses, que ocupa la cartera de Exteriores y sostiene al gobierno conservador, les apoya. En Alemania, el Partido Alternativ fuer Deutschalnd (AfD) –tercera fuerza en las encuestas– ha instado a la policía a disparar contra los inmigrantes... la lista sigue y va sumando cada vez más países.

Partidos de clara ideología ultraderechista, xenófoba y neonazi que, a lo largo y ancho de nuestra vieja Europa, empiezan a erigirse en primeras fuerzas estatales, a participar en coaliciones de gobierno o a dar su apoyo parlamentario al ejecutivo gobernante, han sido capaces de normalizar su presencia en la escena política de prácticamente todos los países europeos.

Ciertamente no todos son iguales. Los hay como el Jobbik húngaro o Amanecer Dorado de Grecia de un claro discurso neonazi. Otros, como el Partido por la Libertad (Holanda) o el Frente Nacional en Francia inciden en la pérdida de la soberanía a causa de la integración europea y piden la expulsión de los inmigrantes. Y por último, otros como el UKIP de tesis eurófobas.

En las elecciones al Parlamento Europeo del año 2014 ya demostraron su fortaleza obteniendo o aumentando su representación en la Eurocámara. Una bofetada de realidad a quienes pensaron que estos partidos eran flor de un día.

Han logrado adaptarse a los nuevos tiempos, envolverse en la bandera antiestablishment y ocupar los espacios de los partidos tradicionales arrebatándoles parte de su discurso político como la lucha por los derechos sociales. Su planteamiento de que estos están en peligro por culpa de culturas diferentes, o que primero están los nacionales que los extranjeros, han calado con fuerza en amplios estamentos de la población.

Gobiernos y partidos tradicionales han ido restándole importancia a su cada vez mayor presencia social y política, no calibrando el peligro que suponían para la convivencia y la paz en el viejo continente. Una vez comprobado que el respaldo electoral no dejaba de crecer elección tras elección han reaccionado de la peor manera esperada.

Por una parte nos encontramos con la no confrontación política con estas fuerzas ultras, como si rehuyendo el desafío éstas fuesen a moderar su radicalismo. Por otra parte, timoratamente, asumiendo los planteamientos más reaccionarios de esos partidos. El resultado de esa errónea táctica es que los partidos democráticos terminan alimentando entre los ciudadanos/electores sentimientos antidemocráticos y excluyentes. Y ya se sabe que, como en tantas otras situaciones, «si disponemos del original para qué queremos una copia».

Un ejemplo contundente de lo equivocado de ambas tácticas políticas, la de hacer el avestruz o la de disfrazarse «para no perder votos», es la grave y escandalosa situación en la que se ha colocado a los refugiados sirios. Basta repasar las hemerotecas para constatar que hace tan solo dos años, cuando el conflicto en Siria llevaba ya tres, nadie en Europa ni gobiernos ni ciudadanos imaginábamos que la propia Europa llegaría a pisotear uno de sus grandes principios: el derecho de asilo.

Sin embargo, con la andanada lanzada desde gobiernos y organizaciones xenófobas y ultraderechistas, esos principios se han diluido como azucarillo en el agua. Y sin concesiones a las posiciones integradoras de las políticas europeas pre-existentes.

Ante esta realidad podemos quedarnos contemplando el preocupante y descorazonador espectáculo o, por el contrario, intentar sacar a la luz la raíz del problema. Porque, ¿es que de golpe la ciudadanía europea se ha tornado en ultraconservadora? Sería demasiado simplista entenderlo así o recurrir a una ecléctica explicación basada en la libertad de pensamiento que asiste a cualquier ciudadano.

Siendo realidad el crecimiento de la presencia pública y electoral de formaciones ultraderechistas y neonazis, no lo es menos ni menos preocupante que, previamente a este fenómeno, ha crecido otro que ha favorecido al anterior: el alejamiento ciudadano de la participación política por la frustración ante el hecho de que las instituciones europeas no resuelven sus problemas más acuciantes y que, cuando dicen hacerlo, solo ven soluciones en las políticas de austeridad. Una austeridad que se concreta en recortes inmisericordes de los derechos sociales y laborales, promoviendo el desempleo y la desigualdad.

A lo largo de muchos años, desde los centros de poder europeos, entre los cuales no parece estar el Parlamento y sí determinados gobiernos de países de primera línea –encabezados ora por Inglaterra, ora por Alemania– han ido inclinando el fiel de la balanza de las normas de la Unión Europea desde el predominante Estado de Bienestar al pujante Estado de Libre Mercado. Hasta llegar a la situación que se vive desde 2008 con la crisis financiera internacional. Una excusa, quizás provocada, para transferir recursos sociales a manos privadas; capital social e industrial a capital especulativo. En suma: esquilmar la riqueza y el bienestar colectivo dejando solo miseria.

Sin embargo y a pesar de la dura realidad interna, los datos relativos a inmigración y asilo no representan peligro alguno, ni para la economía del conjunto de la UE ni para los países que la integran. Tampoco para los valores europeos y la cultura ancestral de los distintos países.

Después de cincuenta y nueve años de existencia, durante los cuales los europeos fuimos creyéndonos parte de un mismo proyecto de paz y libertad, de progreso e integración social y económico, vivimos ahora la incertidumbre de si no estaremos recorriendo el camino inverso; si no estaremos convirtiendo el proyecto europeo en una realidad fallida.

Lo que hará fuerte al europeísmo y a los partidos que de verdad crean en lo que hasta ahora ha representado Europa no será el repliegue a las fronteras anteriores a Schengen; ni el apoyo disimulado a postulados retrógrados como la xenofobia, el racismo y el odio. Lo que fortalecerá los valores europeos de paz y prosperidad será el reforzamiento de las políticas de derechos sociales y civiles. En suma, una Europa más social. Más Europa.