Como dice la canción infantil: “Que llueva, que llueva, que caiga un chaparrón,” este debe ser el principal deseo en el año que estrenamos porque el planeta, Europa, España y Andalucía sufren el calentamiento global y su principal consecuencia: la sequía.
La desertización es ya una amenaza cercana y grave que obligará a cambiar nuestro modelo de producción agroganadera y a cuestionarnos si lo que hemos hecho en los últimos años en el campo andaluz ha sido acertado o no a la vista de sus efectos: deforestación, agotamiento de acuíferos y escasa sostenibilidad.
Miles de toneladas de plásticos de invernaderos sin recoger en la provincia de Almería por los incumplimientos de la empresa adjudicataria del servicio de reciclaje y el consiguiente peligro de insalubridad y plagas en un territorio que ha hecho de la agricultura intensiva su principal fuente de riqueza.
Salinización y expolio de las aguas subterráneas por los miles de pozos ilegales abiertos para alimentar un sistema que ya ha demostrado que es insostenible porque no se puede crecer indefinidamente.
Incendios forestales en pleno mes de diciembre, como el último de Vélez de Benaudalla en la costa tropical granadina, que hacen saltar todas las alarmas sobre la catástrofe climática que enfrentamos.
No podemos seguir actuando con la inercia del despilfarro de recursos que socializa los costes medioambientales de la actividad humana y privatiza sus beneficios. Hay que imitar las iniciativas del presidente francés, Emmanuel Macron, que ha puesto en marcha un Ministerio de Transición Ecológica e Inclusiva para alcanzar con rapidez la meta de una economía baja en carbono.
Pese a todo, parece que nuestra clase dirigente se esconde en el “que llueva, que llueva” de la canción o en las rogativas por la lluvia y mira para otro lado para eludir sus responsabilidades. La sociedad, por su parte, asiste impasible y cada día más anestesiada al deterioro ambiental que nos dejará sin futuro.