Soy del Betis y del Sevilla

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Álvaro Romero @aromerobernal1
02 oct 2017 / 23:35 h - Actualizado: 02 oct 2017 / 23:36 h.
"Viéndolas venir"

Supongo que me faltará afición, o fanatismo, o personalidad. Pero en estos días de radicalidad desbocada, de estar con ellos o contra ellos, me reafirmo en la alegría de ser palaciego, sevillano, andaluz, español, europeo y ciudadano del mundo sin complejos, en la dicha sosegada de ver también el negocio del fútbol como lo que es, sin que ello me impida celebrar los goles de Jesús Navas o de Fabián Ruiz porque son sanos paisanos a los que su afición por la pelota les dio el rebote de la buena suerte para jugar en primera división. Los derbis sevillanos –o de cualquier otra latitud– deberían ser fiestas del deporte y la salud, pero también del fresco orgullo de la patria chica, de la madura conciencia de que una ciudad gana el doble teniendo a sus equipos en lo más alto posible de un rentable espectáculo que no debería hacernos perder el norte, ni mucho menos el sur.

No se puede soñar con un futuro de inteligente integración si a los chiquillos los educamos en el morboso nervio de la diferencia. Porque hoy son de un colegio y no del de enfrente, y mañana son exclusivamente de una provincia y no de la vecina, y al día siguiente de este lado de la frontera y no de aquel. Y cuando se han hecho adultos, como nosotros, nos extrañamos de sus independentismos, sus radicalismos y otros barbarismos.

Si me gusta la música, puedo preferir un estilo u otro, pero debe sobrecogerme el solo de un tenor y el desgarro de un cantaor por seguiriya. Si me gusta la pintura, puedo preferir un estilo u otro, pero debo reconocer tanto la singularidad de Picasso como la de Antonio López. Si me gusta el fútbol, puede gustarme un escudo más que otro, pero no más que las respectivas genialidades de Messi o Bale. Si soy humano, nada de lo humano debería serme ajeno. Compartir alegrías es vivir el doble, madurar es evolucionar. Regresar a la miopía infantil es siempre involucionar. Y hacerlo en grupo, en masa, en sociedad, el mayor de los peligros.