Reza un azulejo, colocado ayer en el callejón Sollo, en pleno barrio de San Julián: «si el tiempo volviese atrás y las paredes hablasen recordarían que este lugar fue llamado El Huerto del Pilar (...)». Pero, para dar fe de que por este nombre fue conocido un antiguo corral de vecinos, del que casi medio siglo después solo queda en pie una casa –en concreto, la de Angelita, de 91 años–, no ha hecho falta que se cumpla el imposible de los muros parlantes, sino que tan solo ha sido necesario un gesto tan sencillo y tan a la orden del día como es crear un grupo de Facebook. «Me dio por llamarlo Tú no eres del Huerto si... y la gente empezó a agregarse y a poner cosas como ‘si no habías saltado el marmolillo’, o ‘si no te había curado alguna herida Pilar’, que era practicante, y cuando nos dimos cuenta éramos 113 miembros, todos antiguos vecinos del corral», relata Ángel Alcántara, fundador de la mencionada comunidad que ha permitido el reencuentro entre muchos de ellos 45 años después del derribo de sus viviendas para hacer pisos «de lujo».
Fue a principios de los años 70 cuando los casi 400 vecinos que habitaban los llamados corrales de El príncipe, El callejón del agua, La California, La casa grande y La casa chica –propiedad, según cuentan, de Carmen Rodero, que era la casera– tuvieron que abandonar las habitaciones en las que vivieron, e incluso los hubo que nacieron allí mismo, y en las que cabían familias enteras. Ahora, este callejón sin salida, que apenas se ve perturbado por el paso de algún coche en dirección a los garajes de las viviendas, tiene menos ajetreo que entonces, «cuando salíamos en masa desde aquí para ver La Hiniesta o La Macarena en Semana Santa», recuerda Mari Alcántara, hermana del creador de la iniciativa y, a su vez, esposa de Pepe Expósito, también nacido en estas casas y con quien hoy tiene su propia familia.
Por eso, para volver a llenar de vida este «rinconcito de ese viejo barrio en donde nacimos», algunos de ellos –no todos han podido, han querido o han sido localizados– decidieron aportar una pequeña cantidad económica que ha permitido adecentar la fachada en la que ya ha quedado grabado para siempre el recuerdo de quienes no tenían casi nada, vivían hacinados y, pese a todo, eran «felices». Y precisamente ese era el sentimiento que se respiraba en el ambiente justo cuando Angelita, que iba reconociendo a los presentes «por los nombres», tiró de la bandera de Andalucía que tapaba la placa, dando paso a unos nostálgicos aplausos, dedicados en parte a «aquellos que ya no están y lucharon por nosotros». Como Antonia, la dueña del antiguo quiosco ubicado en el cobertizo que ahora porta el azulejo, quien «vendía de todo y, si veía que no podíamos pagarle, nos dejaba fiado», recuerdan con cariño.
Cuando ya creían que el momento no podía ser más emotivo, apareció el coro Amigos del cante, que entre sus filas cuenta con cuatro miembros vecinos del Huerto del Pilar, y que también aportó el toque navideño a la iniciativa, ahora que es tiempo de campanilleros y, sin duda, de añoranza.