Triana en uno de esos lugares del mundo que cualquier persona debería visitar aunque solo fuera una vez en la vida. Cuna del arte, guardesa de las tradiciones y hogar de tantísimas personas que han sabido mantener la esencia de los viejos corrales de vecinos y el arte nacido en las entrañas de sus tabernas. Triana es punto y aparte, genio y figura de la sevillanía. Eso se nota en las calles de su Casco Antiguo, en las que se detiene esta semana ¡Mira qué barrio! para contarles cómo se vive en ellas el paso de la vida. Del Altozano a San Jacinto, de Castilla hasta Pagés del Corro. Betis, Pureza o Callao.
Triana es un hogar nacido de cinco barrios, es el balcón más hermoso de Sevilla, es el arte a raudales por cada esquina. El hogar de una fe que alumbra la Estrella, se mantiene viva en la Esperanza y se acuna en los brazos de la abuela Santa Ana. El templo de los templos. Porque Triana por tener tiene hasta una catedral que es dogma de la vida de sus gentes. Y tiene un mercado lleno de historia que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, combinando tradición e innovación. Y es tierra de la cerámica, en la que los talleres y las tiendas mantienen en auge un arte nacido de la valentía de sus primeros alfareros, que hoy sigue siendo uno de los mejores escaparates del barrio.
Así, con este horizonte de sueños en el alma, navegamos por el Guadalquivir para cruzar un puente de barcas de la nostalgia que nos llevó al corazón de Sevilla. Hemos conocido el porqué de las cosas en cada azulejo de sus fachadas de una vida que se gasta los nudillos al compás de una sevillana sobre la barra metálica de un bar. Así es Triana, la tierra de cuyo río nació el oficio de la cerámica que hoy se conserva en talleres como el de Dolores. Su vida le trajo de Menorca a la calle Antillano Campos, donde regenta un taller del que salió la bastonera que Sevilla le regaló al mismísimo Barack Obama en aquella visita frustrada del verano de 2016. El presidente, ya se sabe, al final no vino a la ciudad pero la cerámica, el regalo, sí que llegó a la Casa Blanca.
Triana, esa niña que tuvo Sevilla y a la que bautizaron en el río los gitanos de la cava, por tener tiene hasta una alcaldesa nacida en un pueblecito de la provincia de Valladolid. Pero Carmen Castreño, la delegada del Distrito Triana, ha terminado por ser una enamorada de su tierra de acogida y, especialmente, de la vista privilegiada que la calle Betis ofrece de la ciudad. Tanto amor como el de aquellos novios a los que casó en el Ayuntamiento y que le pidieron, como regalo por el enlace, que empezara las obras de la calle Rodrigo de Triana. Hay que tener arte para eso.
Arte, y a raudales, es lo que se respira en cada puesto del mercado. Una plaza de abastos con espíritu de las de toda la vida, que ha sabido reciclarse en la innovación. En sus puestos conviven negocios de siempre, de los que Loli y su frutería son una de las banderas, con otros gourmet y hasta con el teatro más pequeño del mundo, en el que con solo 28 butacas son capaces de ofrecer una programación amplia en la que la cultura es la principal protagonista de su cartelera.
Pero la verdad de Triana la descubrimos en el gran teatro de la vida que son sus calles. Allí nos recibió Guillermo, cicerone del compás con el que cumplimos tres ritos del barrio: la música, la risa y la barra del bar. La guitarra y la voz de Fran Cortés, el duende del Marchena y la historia viva de Los Salobres fueron el fin de fiesta para un trastá rebosante de compás. ¿Se puede ser más de Triana que ellos? Su música y sus raíces fueron el mejor complemento para el sentir de un barrio que volvió a demostrar por qué es el corazón de Sevilla. La semana que viene nos vemos en San Jerónimo.