X Festival de Cine Europeo de Sevilla à Juan José Roldán
Raffaella y la Santa
Cuando le preguntan a la Santa, una monja misionera de 104 años, si le pueden hacer una entrevista, ella responde que ha hecho voto de pobreza y eso no se cuenta, se vive; cuando el protagonista Jep, un dandy con pinta de José Luis de Vilallonga, le pregunta a la Santa por qué come raíces, ella responde porque son importantes. Jep lleva toda la vida buscando la belleza, al menos desde que conoció su primer y hermosísimo amor. Uno de esos días cree verla por la calle con el rostro y el cuerpo de Fanny Ardant y la música de Kronos Quartet acompañando el momento; en otra ocasión es una exposición de fotografía llena de ternura, que recorre una vida día a día, la que le/nos conmueve. El resto del tiempo, hasta que aparece la Santa para darle otra dimensión a la vida y a la muerte, Jep lo pasa divirtiéndose en sensacionales fiestas, acudiendo a estimulantes cenas y reuniones de suculentos diálogos, descubriendo niñas pintoras de temperamental talento, o cortejando hermosas strippers de cuarenta años. Él cree que es una vida vacía, la nada, como la que quiso representar Flaubert en una novela que nunca escribió. Pero Sorrentino, que comenzó a sorprendernos con
Las consecuencias del amor y
El amigo de familia, y acabó convenciéndonos con
El Divo
luego vendría su fallida incursión en el cine americano con
Un lugar donde quedarse, protagonizada por Sean Penn, ahora nos fascina con este homenaje a la Ciudad Eterna y sus grotescas, cretinas y estrafalarias criaturas, tal como apuntaba Fellini en algunas de sus películas. Ésta es la
Dolce Vita de Sorrentino, que termina con la Santa pero comienza brillantemente en terrazas de la ciudad con coreografías y mucha alegría al son de la Carrá. Y durante este viaje fascinante, mágico e imaginario por Roma, intelectuales, faranduleros, cotillas y otras almas perdidas, reímos, nos emocionamos y, sobre todo, sentimos. Y de paso nos regala un dominio de la cámara y de la puesta en escena extraordinarios y una selección musical sin desperdicio, sea Bizet, Gorecki, Preisner, Part, Antonello Venditti o Monica Cetti, mientras excelentísimos y monjas disfrutan de la misma alegría de vivir que esa burguesía decadente que se arrastra por Roma.