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Objetivo: acorralar la prostitución

el 02 sep 2011 / 18:35 h.

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Un policía identifica a dos prostitutas, el viernes en el Polígono Hytasa.

De entrada la conversación parece vedada. "20 euros, francés. 30, completo". Entre ambos se yergue un muro de apariencia infranqueable salvo si de lo que se trata es de contratar unos servicios sexuales. "Nos vamos al callejón de detrás de la Seat". Tardará todavía unos minutos en comprender Oksana que su interlocutor esta noche sólo pretende tomarle prestadas unas líneas para una crónica. "¿Periodista? Soy bielorrusa, tengo 19 años, dos niños en Babruysk, si sabes dónde puedo sacarme 100 euros limpios en una noche me lo dices", dice del tirón, como si tuviera aprendida la respuesta, y sin quitar reojo a los coches que pasan por la calle Piel de Toro, por si alguno, además de hablar, también quiere humillarla por un puñado de euros.

Su drama es similar al de sus compañeras, rumanas en este caso, Viorica y Mariana. "No tenemos chulos, de esos quedan muy pocos. Nos ayudamos entre nosotras y nunca nos ha pasado nada, si no nos gusta la pinta del conductor no nos subimos y listo", explica como si todos los sádicos tuvieran el rostro de Hannibal Lecter.

Ella sabe que el alcalde ahora es "de derechas", pero les da igual: "Si hoy nos echan, mañana volveremos, y si nos largan fuera de aquí nos iremos a otra zona. Tenemos papeles", sentencia para insistir luego en las grandes prestaciones de su cuerpo. Una de ellas habla con tono gritón por el móvil: "¡Tú estás aquí porque están de caza!", vocifera desde atrás una de ellas. Oksana se descalza y sale corriendo, otra aprieta el paso a su lado y al poco su tacón se tuerce. Son las once y media de la noche, y la barriada Paz y Amistad parece haber recuperado su bienintencionado nombre.

Al filo de la medianoche dos coches y una furgoneta de la Policía Local enfilaron a gran velocidad la Avenida de Su Eminencia y giraron bruscamente hacia un oscuro callejón del Polígono Hytasa donde se guarecían siete prostitutas a las que no les dio tiempo de huir. El operativo conjunto con la Policía Nacional y la Brigada de Extranjería se extendió también por la Carretera Amarilla, Parque Alcosa y Santo Domingo de la Calzada.

Alrededor de los coches policiales y esquivando el griterío que de pronto se formó, varios cámaras de televisión y fotoperiodistas se arremolinaron para captar la viveza del instante. La convocatoria parecía una vistosa forma del nuevo regidor de lucir músculo de shérif. "Ya se pueden poner como quieran, esto no lo quita nadie", opinaba un observador ciclista vencido por la curiosidad del despliegue.Cada una de las siete prostitutas afrontó la situación a su manera.

Dos senegalesas escondían sus rostros, se negaban a hablar y una de ellas estalló en llantos en el interior del furgón. Ilegales ambas, hoy probablemente ya estén en el Centro de Internamiento de Málaga esperando ser deportadas a su país, donde tendrán que sobrevivir con menos de 50 céntimos al día.

Las otras, rumanas y ucranianas, parecían crecerse ante la situación. Iona, de Cluj (Rumanía), casi parecía posar para las fotos. Con todos los papeles en regla, residente comunitaria y 19 años de edad física que parecían duplicados por dos al explicar su situación ante el micrófono de una televisión, su imagen distaba mucho de parecer ultrajada. Saben que la Policía sólo puede proceder a identificarlas y si todo está en orden el proceso queda en una mera advertencia. Serán los clientes, a partir del mes de octubre, los que podrán ser multados si contratan prostitutas en la calle. Pero, de momento, Iona y sus compañeras de callejón están tranquilas. "¿Conoce algún lugar del mundo en el que no estemos?". Ella no.

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