Cultura

Todo Guerra en 642 páginas

Guerra presenta el tercer volumen de sus memorias, donde narra su desencuentro con Felipe González y critica la gestión de la crisis de Zapatero, pero niega que sea un ajuste de cuentas

el 06 jun 2013 / 08:00 h.

Lo de Alfonso Guerra con los periodistas roza el idilio: éstos acuden en masa a sus convocatorias, él corresponde regalando titulares y afiladas ironías, y hasta los medios ideológicamente más alejados acaban riéndole las ocurrencias. Ayer volvió a suceder en el Hotel Inglaterra, donde se presentó el tercer volumen de sus memorias, Una página difícil de arrancar (Planeta), que en una semana ya lleva tres ediciones. Cuando se le pregunta si este éxito de ventas desmiente la creciente desafección de los ciudadanos hacia los políticos, se sonríe. “Hay políticos y políticos, y la gente siente desafección por unos y cariño por otros. En España, hay 400.000 personas que me odian, y un montón de millones que me adoran. Y el odio de los primeros es como una medalla que me ponen, sabiendo de dónde vienen”. Asombrosamente jovial para sus 73 años, con chaqueta y camisa azul, pero sin la corbata roja que luce en la portada, Guerra no disimula la satisfacción que le produce la culminación de su trilogía, una obra “que ha escrito el mismo que aparece en la portada, algo que no es muy frecuente en las memorias de los políticos”, señala con sonrisa malvada, mientras se jacta de haberla hecho funcionar “como una novela río”. Por si cupieran dudas, exhibe ante los informadores uno de los cuadernos en los que ha escrito a mano, desvelando un curioso detalle: Guerra escribe siempre en la página derecha, y para rellenar las izquierdas les da la vuelta, de modo que aparecen al revés. “Lo de escribir siempre en impares lo hacía Antonio Machado”, explica. Si Alfonso Guerra fuera cantante, estaría dotado para todos los registros: sabe ser heavy y, sin transición, destilar la ternura de una balada; mostrarse erudito citando a Byron o a Brecht, tirar de campechanía o de comicidad. Así, el Guerra humano asegura que ha tardado casi siete años en escribir esta tercera entrega “porque sabía que iba a hacer sufrir, y debía respetar la verdad de los hechos sin zaherir a nadie innecesariamente. Ningún nombre aparece acompañado de un adjetivo calificativo”, afirma. Su desencuentro con Felipe González, su posición ante Filesa, los GAL y Garzón, se enlazan con el 28-F y la gestión de la crisis de Zapatero para atraer la atención del lector. “Decía Nadine Gordimer que la verdad no siempre es bella, pero sí lo es el camino para contarla”, asevera el Guerra franco, que en seguida pasa su testigo al Guerra-ciudadano de a pie. “Cuando estuve en el Gobierno, no me llegó la erótica del poder de la que tanto se habla, miré por los cajones y nada, no aparecía la erótica por ninguna parte”, comentó el exvicepresidente, y si quedaba alguna suspicacia por despejar, ahí va esta sentencia rotunda: “La vanidad es el único peso que hunde a los hombres. Soy un guardián antivanidad, los aduladores me dan asco, no soporto el babeo”, aseveró. No podía faltar en la cita el Guerra cargado de humor, que tan pronto saca de la probeta algún comentario de puro ácido corrosivo, como despliega una de sus célebres e ingeniosas salidas. Cuando un compañero le pregunta si ambiciona lanzarse a por el Ayuntamiento de Sevilla, pregunta: “Lanzarme cómo, ¿en paracaídas? En las primeras elecciones, en el 79, quise ser candidato, porque me parecía lo máximo a lo que se podía aspirar, gobernar una ciudad como ésta. Me dijeron que no, y se me quitaron las ganas... A mi edad ya no estoy por la labor”, sonríe. Y si otro le sugiere si la trama de los ERE en Andalucía podría llegar a sugerirle una novela, rápido como el rayo responde: “¡Ya la está escribiendo la juez!”. Más risas en la sala. Añorado por los analistas políticos, que hoy vegetan en medio de la grisura general de nuestros gobernantes, Alfonso Guerra es un exorcismo contra el aburrimiento en cualquier comparecencia. Pero también sabe sacar a la luz al hombre de partido, al Socialista sin fisuras del subtítulo de su libro, donde –asevera– no le duelen prendas en hacer autocrítica: “Uno no se arrepiente de lo que ha hecho, sino de lo que no. Pero de lo que más me arrepiento es de haber contribuido a crear en España una atmósfera moral que dejaba a un lado el amor por el trabajo bien hecho. Se creó un afán de tener, más que de ser”, apostilló un último Guerra.

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