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Actualizado: 07 abr 2022 / 12:20 h.
  • Del besapiés de Isis al besamanos de la Macarena

En su famosa obra ‘El asno de oro’, el escritor Lucio Apuleyo relata cómo los fieles de la diosa Isis regresan a sus casas tras un besapiés a la imagen, la cual estaba expuesta a su veneración sobre una peana o tarima. Dicha deidad egipcia, descendiente de las religiones matriarcales de la prehistoria, no solo figura como una de las divinidades más adoradas de todos los tiempos sino que su influencia llegó hasta el punto de ser incluida en el panteón romano, una civilización que, no olvidemos, marcó los usos del cristianismo primitivo. Así, pues, y como nos recuerdan Eugenio J. Vega Geán, Enrique Guevara Pérez y Francisco Antonio García Romero, «aunque en el ámbito de nuestra piedad popular puede parecer un acto de reciente adopción, la tradición de besas los pies o las manos en señal de “gran respeto” o “profunda reverencia” es, en realidad, extremadamente antigua».

No en vano, esta forma de mostrar respeto se dará igualmente en la Edad Media entre nobles y vasallos, se extenderá entre la realeza, «que se exponía en besamanos en distintos actos ante la corte», y por supuesto alcanzará el mundo eclesiástico. A ello debemos sumar que la diosa benevolente, que consiguió sobrevivir a la caída de Egipto tras la muerte de Cleopatra VII, y hacerse un hueco en los cultos de Occidente, es, junto a la Venus paleolítica y las diosas Tanit y Astarté, el precedente más directo de la religiosidad mariana actual. Un buen ejemplo de ello es el uso del título Stella Maris (Estrella de los Mares) para designar tanto a Isis como a la Virgen María, amén de las representaciones de ambas con su hijo en el regazo (Horus/Harpócrate en el caso de la deidad egipcia, y el Niño Jesús en la cristiana).

Del besapiés de Isis al besamanos de la Macarena
Portada del libro publicado por Alfar.

En conclusión, esto nos lleva a conectar el mencionado besapiés descrito por Apuleyo en el siglo II con el acto creado por Juan Manuel Rodríguez Ojeda dieciocho centurias después —el famoso besamanos de la Macarena—, de ahí el título de este artículo, que a su vez conduce al capítulo quinto del libro ‘Arqueología de la Semana Santa en cuarenta estaciones’. La obra, escrita por los mencionados Eugenio J. Vega, Enrique Guevara y Antonio García Romero, y publicada por la editorial Alfar, es una curiosa novedad ya desde su planteamiento, pues como bien explica Rafael Jiménez Sampedro en el prólogo, se trata de una obra «que por primera vez estudia un aspecto tan soslayado hasta ahora como el de los orígenes de las cofradías de penitencia, no ya desde el punto de vista meramente histórico, sino en conexión con todas las prácticas y ritos anteriores que la humanidad ha ido creando a lo largo de los siglos».

Compuesta por cuarenta capítulos, como los cuarenta días de los que consta la Cuaresma, la obra arranca con una introducción de los propios autores en la que se ponen de manifiesto los objetivos que persiguen con su investigación, principalmente poner sobre la mesa que la Semana Santa andaluza no es un hecho homogéneo e idéntico en toda la región; que tampoco es un fenómeno de igual vitalidad, ni a lo largo de la historia ni en la actualidad —con esto los responsables del estudio quieren decir que «hay lugares en que la Semana Santa está muerta, en otros está esclerotizada, en otros en descomposición y en otros en crecimiento»—; y que, por tanto, no se puede contraponer a otras celebraciones como una única realidad.

Más adelante, ‘Arqueología de la Semana Santa en cuarenta estaciones’, que como ya hemos apuntado, recoge tradiciones y modelos de diferentes Semana Santas andaluzas —e incluso de fuera de nuestra comunidad y del propio país—, se adentra en comparar el mero acto de la procesión con sus equivalente de la antigüedad, explora los usos religiosos de la sociedad ateniense en tiempos de Sócrates, analiza los cortejos procesionales del siglo I a.C. —desde la corona a la música, pasando por las flores y los antecedentes de los “costaleros”— y se adentra en asuntos tan controvertidos como la iconoclasia o los disciplinantes.

Asimismo, el libro, que cuenta con 365 páginas y viene salpicado de fotografías en color tomadas en municipios andaluces como Granada, Cádiz, Málaga, o Sevilla, amén de otras localidades como Zamora o San Vicente de la Sonsierra, incluye apartados dedicados al patrimonio perdido, la necesidad de la conservación del patrimonio cofrade y las escuelas artísticas, sobresaliendo aquellos que tratan la historia de los palios, los ‘hooligans’ cofrades y la multiplicación de influencias estilísticas o los vestigios del pasado que aún resisten en algunos rincones de nuestra geografía.