Atención! Radio Sevilla. / Queipo de Llano es quien habla. / Quien muge, quien gargajea. / Quien rebuzna a cuatro patas. / ¡Radio Sevilla! Señores: / Aquí un salvador de España. / ¡Viva el vino, viva el vómito! La pluma de Alberti en el 36 hablaba de Queipo, de la radio, de la guerra, de Sevilla y del morapio que según el genio literato se echaba al coleto ese al que llamaban el virrey de Andalucía. En el 78, cuarenta años y un régimen caído después, su PCE celebró Congreso en Sevilla, y el poeta portuense no tuvo por mejor idea que glosar a la Macarena, en cuyas plantas ya descansaba tan carnicero militar, en un cariñoso soneto repleto de comunismo cofrade: Déjame esta madrugada / lavar tu llanto en mi pena, / Virgen de la Macarena, / llamándote camarada...
Queipo, Alberti, la Macarena y los camaradas: Sevilla y sus infinitas paradojas. Pero volvamos al principio. En octubre del 36, silbantes los obuses y cavadas las trincheras, en España servían tanto las balas como la propaganda. Sublevados y republicanos se afanaban en ganar la batalla del oído, en sumar metros de ideario colectivo. Los militares rebeldes avanzaban, espoleados por victorias en el sur y oeste peninsular. Alberti, comunista declarado, puso su cálamo al servicio de la República, contra los militares «fascinerosos».
Y en este caso el burlado fue nada menos que Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. Todos lo conocen. General tordesillano rebotado en Sevilla, y que por entonces era poco menos que el excelso mandamás del terreno ocupado Despeñaperros abajo. Un conspirador nato, vil y lenguaraz con una dilatada, a la par que controvertida, carta de servicios, al mando en la potente II División Militar. Dueño de esta porción de la España sublevada, jefe del Ejército del Sur. El sarcasmo de Alberti habla de géneros de vino como si conquistas de Queipo fueran. Lo trata de borracho, inculto y atiza su verborrea radiofónica. Y es en este punto donde nos paramos: hablemos del radiofonista Queipo de Llano.
La importancia de la propaganda
El plan sublevado para hacerse con Sevilla, gran ciudad del sur, plaza fundamental, bastión militar y enseña roja, contemplaba la radio. El cerebro del 18 de julio sevillano, Cuesta Monereo, era totalmente consciente de la importancia que tenía poner a sus pies la mítica Radio Sevilla, emisora principal de la ciudad –y prácticamente de toda Andalucía-. Si en el 32, en plena Sanjurjada, la emisora dependiente de Unión Radio ya recogiera la proclama del general golpista, en esta segunda intentona militar no iba a ser menos. En la noche de ese 18 de julio del 36, los aparatos de radio de Sevilla y Andalucía ya berreaban el bando de guerra. Tras las ondas, una voz pastosa, aletargada, de un acento extraño, alejado de los cánones vallisoletanos, lanzaba arribas España con ímpetu. Queipo, pese a llegar tarde a su destino en la trama del golpe, ya estaba en Sevilla. Y se hacía notar desde la calle González Abreu.
Desde ese 18 de julio del 36 al 1 de febrero del 38, se sucedieron 600 intervenciones radiofónicas diarias ininterrumpidas. En ellas se estila el inconfundible sello del general vallisoletano. «Son charlas que generan miedo. El objetivo es amedrentar y acobardar a la población, introduce elementos falsos, intenta crear confusión. Llega a dar vivas a la República. Están cargadas de consignas atemorizantes y de ambigüedad». Así lo analiza Francisco Espinosa, historiador de referencia en la época tratada y autor del libro La Justicia de Queipo.
De las muchas leyendas que se cuentan de Queipo, su desboque deslenguado es de las pocas veraces. Ni puso a 15 soldaditos a dar vueltas por Sevilla ni sus relaciones con Franco fueron malas. Pero sí es cierto, que pese a que lo trataban de abstemio, su problema con la bebida resaltó en unas memorias de Cuesta Monereo, «un hombre poco dado a contar nada», como define Espinosa a Cuesta. Cuantas veces le quité la copa, con lo mal que le sentaba. Otro de los mitos es su tono de voz. Ninguno de los audios que circulan, supuestas alocuciones radiofónicas del general, son reales. «Su voz auténtica solo puede oírse en la película Caudillo, de Basilio Martín Patino. El resto son doblajes», confirma Espinosa. El contenido de las charlas, entre lo soez, lo vulgar y lo terrorífico, tampoco se conoce al dedillo: lo que ha llegado a la actualidad es por testimonios, fragmentos transcritos o reproducciones en prensa, todos incompletos. Existen, sin embargo, estadillos pormenorizados de las espeluznantes disertaciones. «Estaban recogidas con taquígrafo y archivadas en un archivo llamado del Protectorado, en el Marruecos español. Hoy en día nadie sabe dónde se encuentran», asevera Espinosa.
En la charla con el historiador, se destaca el carácter de «manipulador de masas» del general franquista. Las amenazas, el humor negro, el vocabulario agresivo y chabacano, funcionaban como arma de propaganda que caían cual misiles sobre la población de tierra republicana. Tanto es así que en pueblos de Andalucía y Extremadura se prohibió oír la charla diaria de Queipo. Se llegaron a incautar radios en pueblos, confiscadas en Ayuntamientos, para evitar que se oyeran sus consignas, del nivel de la siguiente: Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. El terror no era solo oral. Queipo fue responsable de una sangrienta represión en Andalucía. Un auténtico carnicero con un historial repleto de fusilamientos.
Como se ha referido, no hay alocución radiofónica exacta que se conserve. Principalmente porque cayó sobre Queipo la férrea censura franquista. Pasados los meses desde la charla inaugural del 18 de julio, su voracidad parlanchina empezó a inquietar en la cúspide del bando sublevado. Sus charlas, reproducidas en El Correo de Andalucía de la época, entre otros diarios, fueros sesgadas, con órdenes directas llegadas desde Burgos, aunque no eran de Franco. «Serrano Suñer no lo soportaba». El cuñadísimo urdió para apartarlo de Sevilla una vez el sur ya estaba bajo control franquista. A Queipo lo arrancaron de la radio el 1 de febrero del 38. Su estrella se apagaba mientras él esperaba recompensas por su contribución a la cruzada nacional. Luego de una visita oficial a la Alemania nazi, en la que fue premiado por el gobierno de Hitler, Serrano Suñer consiguió que le dieran una patada hacia arriba. Enviado a Italia, con un cargo inventado y una buena vida. Tendría tiempo de volver a Sevilla, despotricar del régimen y ser enterrado a los pies de la misma Macarena a la que Alberti luego trató de camarada.