Caso Arny, 25 años de la peor Sevilla

Sevilla tiene cara B. Uno de sus médulas se llama ‘Arny’. El asunto criminal lo centró tugurio donde se prostituían menores. No aprendemos las lecciones de aquel fiasco

Fachada del Club Arny. / Juan-Carlos Arias

Juan-Carlos Arias

El capítulo que rememoraba el Caso Arny en #Infraganti no pasó desapercibido entre los miles de lectores de este periódico decano sevillano, ni en la redes sociales. Algunos comentarios elogiosos se publicaron en internet sobre lo que aquí titulamos doble: Leyenda Negra y Caza de Brujas [en las postrimerías del siglo XX].

Un emotivo y sincero encuentro entre este modesto autor y el hijo de una de las principales víctimas del caso, el inolvidable Juez Manuel Rico Lara, injustamente ninguneado por sus propios compañeros y fiscales, trufó la gratitud. Las verdades afloraron. Nadie las osaba publicar en una Sevilla hipócrita, beata y difamadora. Donde los aplausos son pagados por platos de lentejas y donde la verdad ni cuenta, ni se le espera.

El Caso Arny no ha desmentido ni enjuagues urbanísticos del peor perfil especulativo, ni la cortina de humo del último felipismo en el poder. Ni disiente de la necesaria actualización del poder judicial, policía y de la prensa más parcial y del corazón. Tampoco se alejó ese lobby gay que no supo diferenciar y aislar la diversidad sexual del Código Penal. Ese silencio ante lo importante se remató con la ‘mejorable’ instrucción judicial, la deficiente investigación policial y el fiasco del caso antes de ser juzgado, por la doblez del patio popular y la peor infamia. Se calló hasta lo más nutritivo socialmente hablando. Aunque hay excepciones.

La censura inquisidora

El prólogo del escándalo del Arny fue una noticia que informaba sobre la detención de unos policías. Estarían infiltrados junto al portero del local, un ex policía. Aquella redada del desaparecido GRUME (Grupo Menores-Policía Nacional) fue aireada por un conocido periódico. Fue difundida en Canal Sur Radio-CSR, durante septiembre de 1995, en el programa de un Carlos Herrera recién llegado de la COPE. Su cronista radiofónico fue despedido tras leer lo publicado. Y no anda lejos, es quien firma este artículo. Por aquel entonces llevaba contratado por CSR años tras cesar como portavoz de un desaparecido colectivo de detectives privados andaluces (AADP). El pecado que causó el despido fulminante fue leer, rebotar, una crónica de EL PAÍS. Es decir, difundir un texto ajeno a CSR

El armario del Caso Arny se abrió de par en par durante enero de 1996. Fue tras aplazarse la declaración judicial de uno de los Morancos de Triana, Jorge Cadaval, finalmente absuelto como otras 31 personas más sobre los 47 imputados -hoy investigados- iniciales.

Ni el líder almeriense de las ondas, tras la Cadena SER, ni nadie en CSR dio explicaciones a quien suscribe para tan fulminante cese. Pero meses después se destapó que un directivo de Canal Sur, Manuel M. W., estaba encartado en el sumario como habitual del Arny contratando chaperos. Fue de los pocos condenados por el Tribunal Supremo. Y el silencio corporativo persiste.

Otros escritores, periodistas, locutores, abogados, profesionales de la Justicia, policía y fiscalía han sufrido la misma mano negra que merodea el Caso Arny. Es la misma mano que mecía cunas o escribía listas clientelares del Arny para difamar competidores, familiares, colegas, vecinos... Qué decir lo cocinado en ambientes kofrades, eclesiales, de la abogacía o entornos de la policía y Justicia. Hubo de todo: ceses, cambios de destino, calumnias obsesivas... La verdad sería distinta al dossier oficial del Arny.

Mariola Cubells es una veterana periodista que hace un año publicó un artículo donde pedía perdón al televisivo Jesús Vázquez, otro absuelto del caso que nos ocupa. Cubells rememoraba que en programa de productora televisiva para la que trabajaba conoció al testigo protegido nº 1. Entre otras cosas admite que ‘....Sólo cuando estalló el caso Arny se supo que todo lo que dijeron aquella noche era mentira. Abandoné ese programa de mierda poco tiempo después, con claros y rotundos sentimientos de vergüenza y de culpa, tras muchos momentos letales como ése...’. Cubells, tras admitir que ayudó a dicho sujeto a superar abstinencia de la droga evidencia una forma de hacer televisión, la del todo vale por la audiencia; no importa ni la verdad, ni el sufrimiento de inocentes. Se ve que la periodista rectificó su pauta al reciclarse en la Cadena SER como experta en temas audiovisuales.

25 años no son nada

Ahora que toca recapitular se caen caretas. Piden prejubilarse los actores del ‘caso’: desde la jueza instructora, a policías o fiscales. El que era jefe de los acusadores, del que pidieron recusación por unanimidad los abogados de las defensas, cambió de acera. Alfredo Flores decidió defender, jubilado, a transgresores: da mucho dinerito más que la nómina de clase pasiva.

La novela Nadie conoce a nadie de Juan Bonilla se queda corta en esa Sevilla que parece no existe si nos referimos al triste asunto del Arny. Hay profesionales que preparan libros e historias audiovisuales. La crónica del fiasco da para mucho. Los ajustes de cuentas no son recomendables, pero si es bueno que aprendamos de los errores, aunque algunos se repiten entrado el siglo XXI, sobre todo en materia mediática y el concepto selectivo que se curte de la ‘alarma social’ en la cúpula policial y judicial. La didáctica, el feedback del error o del peor desvarío deben rentabilizarse.

El local donde estuvo el Arny hoy está frente a un estratégico centro comercial que antes alojó la inolvidable estación de Córdoba-Plaza de Armas. Allí hay comercios, tiendas, bares y hasta se celebran memorables jam sessions del mejor jazz local en el Platea Odeón.

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El lugar hoy lo ocupa un negocio en un bloque donde los pisos tiene precios que sólo muy pocos pueden pagar. Al lado del antiguo Arny se ultima un hotel de lujo. Su zona contigua está muy cotizada sobre el cutrerío que reinaba a finales del pasado siglo. La zona Plaza de Armas fue una de las asignaturas pendientes de la renovación que acometió Sevilla con ocasión de la Expo 1992. Los 25 años del Arny no son nada, aunque afloraron canas en ciertas cabezas donde habría poco remedio de optimizar una nefasta experiencia que situó a Sevilla en el peor escenario. La infamia del Arny es historia, pero palpita en el museo hispalenses de los horrores.

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