Sus comienzos fueron duros, pero es el primer ejemplo internacional de reutilización de un recinto de una exposición universal en un espacio que une universidad, ciencia y empresa. El Parque Científico y Tecnológico (PCT) Cartuja, antes Cartuja 93, nació en el papel antes de que se abrieran los tornos de la propia Expo’92, pero su materialización no fue fácil. Casi todas las multinacionales volaron y sólo algunas empresas andaluzas (bastantes públicas) se atrevieron a echar raíces en antiguos pabellones. Cartuja 93 –como se llamó el parque hasta 2010– se gestó en 1986, cuando en el Esquema de Ordenación del Área de Actuación Urbanística de La Cartuja de la Consejería de Obras Públicas se hablaba del recinto como «un gran parque metropolitano equipado y en el que preferentemente se integren equipos culturales, recreativos, deportivos, científicos y docentes».
Dos años más tarde, en 1988, la sociedad estatal Expo’92 plantea a los países y empresas participantes la posibilidad de edificar pabellones permanentes, siempre que su uso posterior se pudiera integrar en el conjunto científico y tecnológico. Esa actividad innovadora se completaría con equipaciones culturales, recreativas y deportivas.
En 1989, el Proyecto de Investigación sobre Nuevas Tecnologías en Andalucía (PINTA), que dirigieron Manuel Castells y Peter Hall, definió ya al PCT Cartuja como «un medio de innovación tecnológica para Andalucía».
Pero cuando Curro dijo adiós, la situación económica reinante era bastante desfavorable, así que muchas empresas frenaron el desarrollo previsto. Grandes firmas tecnológicas cambiaron de estrategia y, aunque construyeron sus pabellones con la intención de quedarse, se fueron. Fue un momento crítico.
Sin embargo, un grupo de profesores y empresarios se negaron en rotundo a que la Isla de la Cartuja cayese en el olvido como lo hicieron los recintos de Montreal o Bruselas. La celebración de la jornada Innovar la Innovación. Tecnópolis del futuro, el 13 de octubre de 1993, da luz verde a Cartuja 93. Empresas públicas y también privadas de la región sí estaban dispuestas a aprovechar las infraestructuras de la isla.
En octubre de 1993, IBM, Tecnológica (Alter Technology), Controlban, la Confederación de Empresarios de Andalucía, Emasesa y el Instituto Andaluz de Patrimonio ya estaban en el recinto de la Expo. Casi a continuación se incorporaron Rank Xerox, Siemens, ONCE, la Escuela de Organización Industrial, el Instituto Europeo de Prospectiva Tecnológica de la CE y el Centro Nacional de Aceleradores. También apostaron por el recinto de la Expo empresas sevillanas como Ayesa (que, además, se había encargado de parte de las infraestructuras de la Expo), Corporación MP, Abengoa o Inerco.
Así, Cartuja 93 nació con una edificabilidad de 497.808 metros cuadrados y con un diez por ciento edificado gracias a los pabellones heredados de la Expo’92, porcentaje que subiría al 17 por ciento tras su primer año.
Oficialmente, el parque echó a andar con seis empresas instaladas y otras 28 con autorización para hacerlo. Su objetivo inicial, alcanzar los 3.000 empleos directos. Pero no fue fácil arrancar. Hubo que esperar hasta el año 2000 para ver su despegue definitivo, hasta lograr cifras que multiplican por cinco las previsiones iniciales.
El Colegio de Arquitectos, la Gerencia de Urbanismo que sigue en las mismas caracolas, Egmasa, las consejerías de Economía y Educación de la Junta o el Centro Superior de Investigaciones Científicas también se ubicaron en la Cartuja, dando un impulso a un proyecto que, por la coyuntura económica del momento, no se veía del todo claro. La Isla de la Cartuja estuvo olvidada y aislada durante los años posteriores a la Exposición Universal, llegando sus infraestructuras a presentar un estado de deterioro importante.
EL TIRÓN DE LOS SEVILLANOS«A todos los actores de la Expo nos preocupaba el futuro. No queríamos ver una Cartuja llena de jaramagos ni escuchar las voces acusadoras de que se había tirado el dinero público en Sevilla para una fiesta inútil». «Si nosotros, los sevillanos, no tomábamos las riendas ¿quién iba a confiar en el proyecto?». Eso es lo que comenta a esta redacción José Luis Manzanares, el fundador de Ayesa, que en 1993 dejó sus oficinas de República Argentina –de 750 metros cuadrados– para mudarse al pabellón de Checoslovaquia, de 3.000 metros cuadrados.
«Lo compramos a buen precio y sólo ocupamos planta y media con nuestros cien empleados». «Nuestros técnicos se sentían en un Silicon Valley», apostilla Manzanares para añadir que ahora Ayesa, veinticinco años después, tiene 4.500 técnicos que trabajan en todo el mundo y 16 sedes internacionales. «No me cabe duda –sentencia– de que la mayor parte se lo debemos a la Expo, a su magia, bastante sevillana por cierto, y al espíritu que nos legó a través de Cartuja 93». «Ninguna otra exposición ha logrado nada similar. Aunque aún se oye decir por ahí que Cartuja también fracasó como las demás, sus críticos deberían darse una vuelta por aquí y frotarse los ojos. Porque los sevillanos sabemos hacer milagros cuando nos ponemos a ello. Todos a una», sentencia.
Ayesa decidió tener su propio edificio sobre los terrenos que un día sostuvieron el pabellón de Suiza y, finalmente, el pabellón primigenio que ocupó, el de Checoslovaquia, fue demolido en 2008.
Aunque su traslado no fue inmediato, Inerco también fue fundamental en el desarrollo del PCT Cartuja, como el parque lo ha sido para la evolución de la propia compañía. De hecho, el consejero delegado de Inerco, José González Jiménez, destaca como «un hito» en su historia su mudanza al parque en el año 2000, en concreto, al pabellón de Rank Xerox. Actualmente, más de 250 profesionales —de los casi 600 que conforman el Grupo Inerco— trabajan allí.
Según explicó a esta redacción el consejero delegado de Inerco, el traslado a Cartuja también posibilitó «estrechar lazos de colaboración con otras empresas de corte tecnológico, así como nos proporcionó una mayor cercanía física con la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Sevilla, germen de nuestra empresa y con la que mantenemos un estrecho vínculo de colaboración de forma permanente».