Morante, el imperio de la memoria... (a modo de resumen de la Feria de Abril)
El diestro de La Puebla, sin abrir la Puerta del Príncipe, ha marcado a fuego el ciclo abrileño gracias a dos faenas inolvidables que le colocan como rey absoluto de la torería
Álvaro R. del Moral
Culminó, por fin, la Feria de Abril. Han sido doce días seguidos de toros y toreros a los que hay que sumar, cada vez más lejanos, los festejos del Domingo de Resurrección y esa corrida coral de seis matadores sevillanos que sirvió de prólogo al ciclo continuado. La larguísima cosecha de orejas –31 trofeos de todo peso y condición- es impresionante y alegrará las pajarillas de los amantes de las estadísticas que también computan los seis llenazos a la vez que la profusión de puertas del príncipe –hasta cuatro- irrita al aficionado más rigorista, que suele tentarse la ropa cuando se prodigan los triunfos. Sin ánimo de entrar en polémicas –las aplazamos al próximo Observatorio Taurino, que retomará su periodicidad semanal el próximo lunes- hay que advertir que el paseo el volandas por el mítico arco de piedra ya sólo supone cortar tres orejas. Nada más. Y nada menos.
Pero la memoria, el eco, el recuerdo, el poso del toreo no entiende de esos números que inquietan a tantos. Que le pregunten a Morante.... El diestro de La Puebla no ha necesitado salir a hombros ni sumar dos más una para convertirse en el mejor intérprete de una feria que ya tiene su nombre. Ya había brillado con luz propia en Resurrección, cuajando una tarde globalmente interesante, con toreo natural a su primero y guiños a la arqueología taurina en su segundo que no terminaron de ser comprendidos. Se advirtió cierto desapego con la dimensión del diestro de La Puebla que se haría especialmente patente en su segunda tarde, anunciado con los toros de Jandilla, dictando una faena secreta que, visto lo visto, sólo fue apreciada por paladares bien educados e ignorada por ese público mutante que ahora puebla los tendidos del coso del Baratillo.
Pero lo mejor estaba por llegar... A Morante aún le quedaban dos citas en esta primavera de vuelta a la normalidad. El Viernes de Farolillos llegó la primera explosión, el mismo día del pronunciamiento de Roca Rey. Pero la memoria, siempre la memoria, antepone su maravilloso trasteo a un ejemplar templado y rajadito de Núñez del Cuvillo al que toreó con exquisita cadencia y sencilla, purísima belleza. En otro tiempo, con otra plaza, con distinta sensibilidad se le habría pedido el rabo. Pero ahora el personal anda contando orejas y llamando al timbre... Aquel concertino le valió el premio de una única oreja que no interesa para nada.
En ese punto creíamos que Morante ya había escalado su propia cumbre, dando por sentado que habíamos asistido al mejor trasteo de la Feria. ¿Era posible estar rayar a mayor altura? El propio toreo de La Puebla se iba a encargar de responder la pregunta formando un alboroto inolvidable con el sobrero de Garcigrande que remendó la catastrófica corrida de Torrestrella. Si el día antes había sido la cadencia, en éste fue la explosión, la intensidad, la reunión... Morante sale de Sevilla coronado como auténtico rey de la torería. Y hemos tenido la suerte de verlo...
Cuatro puertas del Príncipe y una que se quedó sin abrir
Cuatro puertas sí, de distinto color e intensidad pero que certifican, objetivamente, que sus protagonistas lograron sumar tres trofeos. A partir de ahí que cada uno aplique su gusto particular y también haga memoria de reconocimientos parecidos en años, lustros, décadas pasadas... La polémica siempre ha acompañado al honor pero lo importante es lo que pasó en el ruedo. Hay que subrayar que El Juli abrió la séptima Puerta del Príncipe de su carrera cuando su trayectoria como matador está a punto de rebasar el cuarto de siglo.
Ojo, que el maestro madrileño ha cuajado un auténtico ferión en el que, viejo zorro, ha sabido anunciarse tres tardes. Ya había cuajado una faena magistral a un toro de Victoriano del Río en la tarde acuática que contempló la eclosión de Tomás Rufo pero iba dar el definitivo ‘portazo’ acompasado a sus ‘garcigrandes’ en un impresionante despliegue de su mejor ser y estar que sirvió de resumen de su propia tauromaquia. Con o sin reticencias, el madrileño se había convertido en el primer actor del ciclo. Aún no había llegado la revelación morantista... Pero El Juli aún tenía una lección por dictar, inventándose una faena a un pajuno ‘torrestrella’. Era el último acto de su excelente feria.
Habíamos nombrado a Tomás Rufo. Había llegado al serial como tapado y sale revalorizado como uno de sus grandes triunfadores. Pero el triunfo del joven diestro toledano no fue tan sorpresivo para los profesionales y los aficionados más enterados. La ecuación de valor, entrega, capacidad, frescura y excelente concepto del toreo lograron calar tanto o más que esa lluvia pertinaz que no dejó de caer desde el primer al último toro. Rufo se coloca en las puertas de la primera fila...
Esa tarde, la de los más que interesantes ‘victorianos’, completaba el cartel Andrés Roca Rey conformando una terna con un denso argumento interior. La espada privó al paladín peruano de un premio mayor pero mostró su excelente momento velando armas para su segunda comparecencia... Fue el 6 de mayo, junto a Morante y Ortega para lidiar la mentada corrida de Cuvillo. Y aquel día se produjo una auténtica explosión de poder y autoridad; una demostración de gran figura del toreo. Roca había cortado dos orejas gracias a su apabullante actuación con su primero. El palco no aguantó la presión por más que podría haberse agarrado a la colocación de la espada. Decidido a recuperar el supuesto rigor, se saltó las reglas negando la oreja que la plaza pidió de forma unánime después de que el limeño se subiera encima del imposible sexto. La bronca, ya lo dijimos, se oyó en Lima. Roca se quedó sin esa puerta que ansía. La había merecido.
Pero si retomanos el hilo que prestan las puertas del príncipe hay que recordar que Daniel Luque había sido el primero en golpear el jueves de preferia. Lo hizo abriendo la primera Puerta del Príncipe de esta feria triunfal –triunfalista para los rigoristas- gracias a una lección de autoridad, capacidad, responsabilidad y excelencia que ya le ha hecho saltar de órbita. Fue una tarde de importancia global ante dos toros de El Parralejo que terminó de subir a la cumbre con la comprometida faena al exigente sexto, al que lidió después de pasar por la enfermería, molido por la fortísima paliza que le había propinado el ejemplar anterior. A Luque aún le quedaba una tarde más aunque chocó que su triunfo incontestable no animara la taquilla. En cualquier caso, la aptitud y la actitud del diestro de Gerena sobresalió sobre sus compañeros Álvaro Lorenzo y Ginés Marín que cortaron dos orejas sin peso ni poso a dos potables ejemplares de Parladé de distinto tono que no llegaron a redimir a Juan Pedro Domecq, que cumplía su segundo bolo. Aún le queda otro en septiembre.
En ese interesante envío de El Parralejo que habíamos nombrado había una bola premiada, un excelente segundo al que Perera administró una faena de serie sin terminar de exprimirlo. El diestro extremeño tampoco anduvo muy a gusto con la corrida de Victorino Martín, aunque se apretó con un sexto que le acabó propinando una molesta cornada en la espalda. Esa corrida de los ‘victorinos’, siempre tan esperada, había quedado en mano a mano sin demasiados argumentos con Ferrera, sobreactuado en todo pero realmente templado e inspirado con un excelente ejemplar de la ganadería cacereña del que se llevó otro trofeo. La tarde no se libró de su anécdota: el célebre brindis al futbolista Joaquín que rasgó las vestiduras de tantos. Pues tampoco era para tanto...
En medio, el primero de mayo, hubo otra Puerta del Príncipe. Fue en el devaluado festejo ecuestre. Era la segunda para Guillermo Hermoso de Mendoza, a sus anchas en un cartel convertido en fiestecilla familiar con invitada a la mesa. Mientras no asuma su única y verdadera competencia –la que sólo podría presentar Diego Ventura- carece de verdadera resonancia.
Forma y fondo de la primera fila
Pero en la feria hubo más nombres ilustres, comenzando por el de José María Manzanares que volvió a ejercer su proverbial suerte con los lotes que le ha tocado lidiar. El viernes de preferia estoqueó la corrida de Jandilla llevándose una oreja del mejor ejemplar de la divisa de los Domecq Noguera. Iba a volver a puntuar con un gran lote de ‘garcigrandes’, de triunfo gordo, volviendo a dar la impresión de navegar lejos de sí mismo. Ya son demasiados años...
Sí se ha ido de vacío Diego Urdiales, uno de los toreros más esperados por los aficionados. Toreó con buen gusto al mediocre quinto de esa día de los ‘jandillas’ y no pudo pasar de apuntes y buenas intenciones –y gran toreo de capa- el día de los grises toros de Matilla, un día de esfuerzos para una terna que completaban Cayetano y Paco Ureña, sustituto de Emilio de Justo, que fue el que más cerca estuvo de cortar una oreja gracia a su toreo de desgarrado expresionismo.
Pero hay que retomar ese hilo que marcan los nombres de mayor relumbrón, como el de Pablo Aguado que sólo ha podido brillar con su excelente capote sin barajar demasiada suerte en los lotes. Su presencia, como la de Juan Ortega que también ha apuntado su excelente concepto sin contar con balas a favor, había quedado reducida a un único pase en el ciclo continuado en una extraña decisión empresarial. Ambos tendrán que esperar a septiembre para reencontrarse con el público sevillano. El aficionado sigue esperándoles con absoluta fe pero están obligados a triunfar en Sevilla; a golpe cantado.
¿Qué contar del resto de la tropa? Podríamos empezar por esa corrida de seis sevillanos que la empresa había organizado como trampolín o condena. Pero fue oportunidad, aprovechada por los seis. Oliva Soto y Ángel Jiménez cortaron sendas orejas al encierro de Virgen María confirmando su papel de artistas. Pero hay que resaltar que Esaú Fernández, Javier y Borja Jiménez y Lama de Góngora dieron la barba en función de sus respectivas personalidades y capacidades en una tarde que debe ser un pasaporte para volver a Sevilla.
A partir de ahí comenzó la cosecha de orejas, algunas muy olvidables. Una se la llevó Alfonso Cadaval por su digna actuación frente a un toro sobresaliente: un tercero de excelente clase, recorrido y prontitud de Santiago Domecq. La otra se la llevó José Garrido en la misma tarde por una labor más brillante en el capote y los remates que en el toreo fundamental. Delante tuvo un precioso sardo de muy buena nota. Galdós, el mismo día, pasó de puntillas...
La última oreja del serial –con fuerte petición de la segunda- la iba a cortar Manuel Escribano después de apurar y cuajar al quinto toro de Miura, único ejemplar potable de un decepcionante encierro que enturbió su encerrona que, eso sí, mostró fortaleza en la taquilla. Desde ese punto la memoria es flaca y apenas dibuja a un Fandi tan solvente como funcionarial, resignado a su papel de torero de cuota o la entregada y atropellada alternativa de Manuel Perera, emparedado entre dos colosos el día de los decepcionantes ‘torrestrellas’. Destacar, finalmente y a riesgo de ser reiterativos, el gran juego de la ganadería de Garcigrande, incluyendo el sobrero de Morante, por encima de premios tacticistas; la buena corrida de Victoriano del Río; la interesante corrida de Santiago Domecq –que echó el toro de la feria-, también la de El Parralejo...
Queda el regusto de los grandes triunfos pero también algunas reflexiones: los dos años del covid han subrayado el cambio sociológico que se operado en la propia plaza de toros. El bello recinto no deja de ser reflejo de lo que pasa en la calle, espejo de la ciudad, el medio que nos toca vivir. Y es verdad: los tendidos de la Maestranza han perdido su carácter propio. Ya no se comportan como una única voz. La plaza es una distinta cada día. El derrumbe de la abono; los cambios en las costumbres y la propia economía no son ajenos a esa deriva. Ya lo dijo Ortega: “No se puede entender la historia de España quien no haya construido, con rigurosa construcción, la historia de las corridas de toros”. Ni más ni menos...
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