En Pamplona también hay corridas de toros
La poderosa aura que rodea el encierro matinal eclipsa interesadamente la verdadera trascendencia de la suelta de esas reses: su lidia vespertina en la plaza
Álvaro R. del Moral
La brújula del mundo taurino apunta a San Fermín. El coso pamplonica, uniformado en blanco y rojo, siempre fue uno de los puertos más duros para el personal de coleta. En Pamplona, con Bilbao y también Madrid, sale el toro de fachada más imponente del campo bravo. Los toreros se mentalizan para esa cita en la que también tienen que lidiar con la peculiar idiosincrasia de un público que no siempre anda pendiente de lo que pasa en el ruedo. Pero las peñas, casi siempre, enmudecen cuando pasan cosas verdaderamente importantes.
El ciclo pamplonica está arrojando una larga lista de triunfadores. Hay alegría y cierto dispendio en el palco, ganas de recuperar los dos años de jarana perdida... Pero los tiros no van por ahí. La atención mediática, sobre todo en los últimos años, se ha centrado en la poderosa atracción que ejercen los encierros matinales, precuela necesaria de las corridas vespertinas. La bajada de las reses, con su maravillosa vistosidad, es un medio; la forma ancestral –ritualizada- de encerrar los toros bravos; el último fielato entre el campo y la plaza...
La perorata viene al caso de las quejas que están generando las retransmisiones de los encierros, que obvian cualquier vínculo con las corridas vespertinas en las que se lidian los toros que corren por la mañana; tampoco de los hombres que las lidian quedándose quietos delante de ellos, ignorados en favor de los ‘divinos’ que corren delante. Los toros bravos se crían para eso, para el sacrificio ancestral de la plaza que se oculta interesadamente detrás del ridículo buenrrollismo que padecemos. En esa tesitura la protesta de la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia es lógica, necesaria y oportuna.
Por cierto, y ya que hablamos de Pamplona. Sorprendió a propios y extraños el original vestido escogido por Morante –taleguilla de punto y bordados blancos con chaquetilla grana- para retornar al tronante embudo navarro después de algunos años de ausencia. Más allá de la división de opiniones, Rafael Peralta Revuelta advertía días atrás de un dato que había pasado inadvertido: prácticamente nadie se había acordado tras ese paseíllo, que también sirvió para conmemorar el centenario de la plaza, que hace sólo unos meses el torero de La Puebla donó el importe del Premio Nacional de Tauromaquia (30.000 €) a los ancianos de la Casa de Misericordia, beneficiarios directos del producto de la plaza de toros. Y es de bien nacido ser agradecido...
El verano peligroso
El comienzo del tradicional ciclo de promoción de nuevos valores, otra conquista a las cotidianidades perdidas por el covid, se vio ensombrecido por el tremendo percance del novillero gaditano Miguel de Juan, volteado brutalmente por un novillo de Dolores Rufino que le alcanzo en el estribo de la barrera y le lanzó, literalmente, de cabeza al callejón.
La conmoción, de alguna manera, se vivió en diferido. Con el primer parte médico también llegó la primera sorpresa. Lo que parecía un palizón anunciaba otras lesiones que se confirmaron en el traslado al hospital Viamed-Santa Ángela. Un TAC reveló el impresionante embolsamiento de sangre producido por la rotura de una arteria abdominal. El asunto ya era de vida o muerte pero los toreros cuentan con una ventaja: la asistencia inmediata –en este caso del equipo que comanda Octavio Mulet- para revocar lo que, en otras condiciones, sería una tragedia. Pero los hombres no son dioses y a veces no se puede torcer lo irremediable. Este mismo domingo recordábamos el sexto aniversario de la muerte de Víctor Barrio en la plaza de Teruel. La evocación, junto al tremendo percance del pasado jueves en Sevilla, nos lleva a subrayar la auténtica verdad de la Fiesta. Toda res brava sale de los chiqueros con una promesa de muerte en los pitones. Ésa es la grandeza de este mundo.
Rodríguez Tamayo: salto a Madrid
Hay más cosas que contar como la recentísima adjudicación de la plaza de Las Ventas de Madrid tras un farrogoso concurso lleno de interrupciones y piruetas jurídicas. No, no era una sorpresa para nadie: la empresa Plaza 1, con Rafael Garrido y Simón Casas al frente, seguirá llevando el timón del trascendental anillo madrileño dejando en el camino las ofertas presentadas por el grupo de Bailleres y la alianza coyuntural de Ramón Valencia con los hermanos Matilla. Hablando de Valencia: días atrás había confirmado la salida del Pedro Rodríguez Tamayo como consejero y número dos de la empresa Pagés.
Rodríguez Tamayo, un hombre de negocios curtido fuera del toro, se había vinculado a la firma apoyado en su estrechísima relación con Eduardo Canorea Pagés que optó por quemar todas las naves cuando le llegó la hora de la jubilación. Su cuñado Ramón es de otra filosofía. “Un empresario nunca se jubila” llegó a proclamar en el mismo acto, la presentación de las novilladas de julio, que sirvió para poner de largo a su hijo Ramón Valencia Canorea, que encarna la cuarta generación familiar al frente del coso maestrante, como nuevo consejero-secretario de la empresa.
Pero estamos perdiéndonos por las ramas: el meollo del asunto es que Rodríguez Tamayo, sin solución de continuidad, ha hilado su desvinculación de Pagés a su entrada en el grupo que comandan Garrido y Casas para gestionar la plaza de toros de Las Ventas durante los próximos cuatro años además de comandar la carrera del matador toledano Álvaro Lorenzo en unión de Santiago Ellauri. Lo dejamos ahí. La semana que viene más...
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