Joselito había muerto en Talavera el 20 de mayo de 1920. El rotundo luto por la desaparición del coloso de Gelves había caído como una losa sobre el mundillo taurino y toda la sociedad de aquella España de comienzos del siglo XX. Había muerto el rey de los toreros pero la vida y el toreo seguían. La función, una vez más, debía continuar y José más que crear escuela había dado un nuevo rumbo al oficio de torear en simbiosis con Juan Belmonte. El toreo había cambiado, sí, y los aficionados más encopetados ya habían señalado a un mocito valenciano –que también despuntaba como violinista- como digno sucesor de José. Se llamaba Manuel Granero y se había currado el oficio en los campos de Salamanca junto a una baraja de aspirantes –el sevillano Chicuelo, el jerezano Juan Luis de la Rosa o el madrileño Eladio Amorós- que también rondaban la gloria. Eso sí: el destino quiso que el definitivo heredero de los postulados gallistas fuera el menudo diestro de la Alameda de Hércules, que sobrevivió taurinamente a todos ellos y se convirtió en caja de cambios del toreo que estaba por llegar.

La carrera de Granero, nacido en Valencia el 4 de abril de 1902, fue tan breve como fulgurante. El 29 de junio de 1919, con diecisiete años cumplidos, ya se había presentado en la vieja plaza de Goya ante la cátedra madrileña confirmando sus cualidades para ocupar la primera fila del toreo. Para entonces, la fiebre taurina ya había ganado la mano a su formación musical. El capote se había impuesto al violín; el destino del jovencísimo lidiador había quedado escrito...

Al año siguiente llegó el debut como novillero en la plaza de la Maestranza. Fue el 5 de septiembre de aquel lejano 1920, anunciado para estoquear una novillada de Carmen de Federico –los actuales ‘murubes’- en unión del primer Andaluz –tío del matador del mismo apodo que hizo fama en los 40- y Joseíto de Málaga. Una semana después volvió a hacer el paseíllo en el coso el Baratillo en medio de Hipólito y Correa Montes. Los novillos pertenecían en esta ocasión al hierro de Santacoloma. Sólo quedaban poco más de dos semanas para su alternativa, preparada para la Feria de San Miguel.

La Feria de San Miguel de aquel año había vuelto a desdoblarse entre las plazas de la Maestranza y la Monumental. Pero ambos cosos compartían ya la misma empresa gestora después de haber competido en el tiempo y en el espacio hasta el punto de solapar por completo las respectivas programaciones de la temporada de 1919. En esa tesitura se habían llegado a celebrar dos alternativas paralelas, las de los dos compañeros de las primeras andanzas de Granero en Salamanca. Juan Luis de la Rosa se hizo matador en la Monumental el 28 de septiembre de aquel año de manos de Joselito. Media hora más tarde, en la plaza de la Maestranza, fue el turno de Manuel Jiménez ‘Chicuelo’ que recibió los trastos de manos de Juan Belmonte.

Pero la memoria de Gallito volvía a planear sobre el doctorado de Granero. José y sólo José podía ser el padrino natural de esa alternativa que acabaría dando, vestido de riguroso luto, su hermano Rafael. El cartel lo completaba su compañero ‘Chicuelo’, que ese mismo día cumplía su primer aniversario de alternativa. Los toros escogidos para la ocasión pertenecían al hierro de Concha y Sierra. El ‘Divino Calvo’ cedió al toricantano un espectacular berrendo y capirote llamado ‘Doradito’ al que, según la reseña telegráfica publicada en ‘La Crónica Meridional’ toreó de capote mejor que manejó la espada. Parece que no fue la tarde del padrino y aunque el testigo sí salvó los muebles. “Rafael El Gallo realizó faenas miedosas y muy distanciado de los toros...dando origen a una bronca descomunal”, señala el mismo medio que resume la actuación de Chicuelo con un lacónico y conciso “deficiente” aunque hay que consignar que al sevillano le llegaron a pedir la oreja del primero.

Sin solución de continuidad, Granero actuó al día siguiente en la efímera Monumental, el embudo pionero construido en hormigón armado que había soñado Joselito. Ese 29 de septiembre –ventoso y desapacible- Granero cerraba un cartel de cuatro espadas que completaban Rafael El Gallo, Manolo Belmonte y Chicuelo para despachar ocho ejemplares de Pérez de la Concha. Al día siguiente –día 30 de septiembre de 1920- se había anunciado una novillada más o menos intrascendente en el mismo coso. Maera, Facultades y Joseíto de Málaga hicieron el paseíllo en esa tarde otoñalpara tumbar seis ejemplares de Rincón. Entonces no podían saberlo pero ése iba ser el último festejo que se celebraría en ese recinto, que quedó clausurado para siempre unos meses después.

Granero ya era una joven figura en la temporada de 1922. El año anterior, fue un 22 de abril, había confirmado su alternativa de manos de un jovencísimo padrino. No era otro que Chicuelo, con el que alternó en numerosas tardes en esos primeros compases de la era pos gallista. Los sucesivos triunfos en la plaza de Madrid, además, iban a confirmar la ascensión del flamante matador valenciano que logró la absoluta unanimidad del público y la crítica en esa primera -y única- temporada completa como matador. ¿Era Granero el ‘hombre’?

La temporada de 1922 no podía comenzar con mejores augurios. Manolo Granero pasó por Valencia, Barcelona, Castellón... Estaba anunciado tres tardes en la Feria de Abril. En la tercera de ellas, el día 21, hizo el paseíllo en la plaza de la Maestranza junto a Varelito, Chicuelo y Marcial Lalanda para estoquear una corrida de Guadalest. El quinto, llamado ‘Bombito’, alcanzó y persiguió a Varelito, propinándole una tremenda cornada que penetró por el recto. Aquel desgraciado percance se produjo en medio del ambiente enrarecido de una Feria de Abril empobrecida por la ausencia de Belmonte y huérfana de Joselito, que permanecía aún muy presente. Cuando le llevaban a la enfermería exclamó: “¡ya me la pegao, estaréis contentos!”...Estaba herido de muerte pero al infortunado diestro sevillano aún le quedaba una larga agonía...

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Varelito, atormentado por un impresionante sufrimiento, aún vivía el 7 de mayo de 1922. Granero tenía ese día una cita con la plaza de toros de Madrid. El cartel anunciaba toros de dos hierros: tres del duque de Veragua y otros tres del marqués de Albaserrada que tenían que tumbar tres jovencísimos matadores: Juan Luis de la Rosa, Manolo Granero y Marcial Lalanda, que confirmaba su alternativa. El quinto, marcado con el hierro ducal, se llamaba ‘Pocapena’. Era un ejemplar cárdeno y bragado, seguramente burriciego, y de aire manso al que Granero –vestido con un estilizado terno negro y oro de delanteras bordadas- toreó a la verónica delante del tendido 2 del viejo coso de Goya.

Sin cambiar de terrenos se dispuso a entrarle a matar, muy cerca de las tablas. En ese terreno, lógicamente, le apretó el animal, hasta alcanzarle en una tremenda voltereta de la que salió maltrecho y con la ropa rota. Granero había quedado prácticamente sentado, dando la espalda a la barrera. ‘Pocapena’ volvió a cornearle, metiendo el pitón por su ojo derecho y destrozándole el cráneo contra las tablas. Su rostro era una masa sanguinolenta que logró fotografiar Pepito Fernández Aguayo aunque nunca desveló aquellas placas.

Mientras se lo llevaban a puñados a la enfermería –donde sólo se pudo certificar su muerte irremediable- Blanquet, horrorizado, se cubría la cara con las manos. Dos años antes, el gran banderillero valenciano había sido testigo directo de la muerte de Joselito en Talavera. Como entonces, había olido a cera. La misma cera que olería cuatro años después mientras toreaba en la plaza de la Maestranza a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías. No sabía que estaba venteando su propia muerte, que le sorprendió en el tren aquella misma noche, volviendo de sevilla. Dos semanas después de la cogida y muerte de Granero fallecía Varelito. El ocaso del diestro sevillano –como el del propio matador valenciano- formaba parte del impresionante tributo de sangre que pagó aquella maravillosa generación de toreros que protagonizó la fecunda, dura y luminosa Edad de Plata.