Lección de vida: encajar el golpe y seguir adelante

Son profesionales que han crecido tras el accidente del A400M. Algunos relatan cómo vivieron esa experiencia en sus primeras horas. La premisa está muy clara, que no vuelva a repetirse

07 may 2016 / 23:53 h - Actualizado: 08 may 2016 / 14:28 h.
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  • Llegada del A400M procedente de Toulouse el 12 de mayo de 2015, tres días después del accidente. / José Luis Montero
    Llegada del A400M procedente de Toulouse el 12 de mayo de 2015, tres días después del accidente. / José Luis Montero

Lecciones se aprenden todos los días, pero de vida solo unas pocas veces. Ésta fue una de ellas para los cientos de trabajadores que conforman en Sevilla la familia de Airbus. Muchos sevillanos tienen familiares, amigos o conocidos trabajando en el programa del A400M en San Pablo o en sus hermanos pequeños C295 y CN235 o en Tablada, en estrecha relación con San Pablo. ¿Recuerdas lo que estabas haciendo ese día, un sábado de mayo?

Para todos los que siguen la evolución de un avión que no está teniendo un desarrollo sencillo, sino cargado de complejidad y dificultades prácticamente desde su nacimiento, ese sábado quedó grabado en lo más profundo. Pero si de un accidente con cuatro víctimas mortales y dos heridos puede extraerse algo en positivo es sin duda la lección de unidad, entereza y profesionalidad que demostraron los trabajadores de Airbus, el corazón del proyecto. Algunos de ellos, unos más vinculados al avión de transporte militar, otros con cierta distancia, se han prestado a contar cómo vivieron esas horas y los días posteriores. No hay nombres pero tampoco se necesitan.

Es sábado. En la planta de montaje del A400M y en el Flight Test Center (FTC) se mantiene la actividad. Los ensayos en vuelo son imprescindibles antes de la entrega al cliente. El avión va a despegar. La ciudad está habituada a distinguir su singular silueta surcando su cielo. Nada nuevo bajo el sol.

Mientras tanto, hay quien ha aprovechado el fin de semana para visitar a unos amigos que viven fuera de Sevilla, quien está cuidando a los niños, quien está en la azotea tendiendo la ropa y quien simplemente está en casa. Pasan unos minutos de la una de la tarde y los móviles comienzan a echar humo.

«Recibí una llamada de una persona muy nerviosa que me dijo que se había caído delante de sus ojos. ¿Estás seguro de eso?, le pregunté, porque es algo que no quieres escuchar».

Cuando llegó a la FAL, al margen del aturdimiento por el mazazo, estaban ya los equipos organizados y trabajando, unos dedicados a ver qué había pasado conteniendo la sensación de rabia de por qué nos ha sucedido esto a nosotros y otros volcados con las familias de las víctimas en momentos muy íntimos de mucho dolor, en los que lo único que se podía hacer era escuchar reprimiendo el sentimiento de impotencia. También con la plantilla.

Hay quien necesita sacar lo que lleva dentro y quien requerirá un poco de distancia temporal para hacerlo. Las emociones son palpables y se entremezclan con el sentido de la gravedad, la responsabilidad y de la culpabilidad, que sobrevuela en los primeros instantes.

Momentos de confusión en los que lo prioritario es saber cómo se encuentra la tripulación de cabina. ¿Van seis o siete a bordo?, se preguntan. Hay mucha angustia y dudas porque en un primer momento estaba previsto que una persona más acompañara en ese primer vuelo de ensayo, aunque finalmente no lo hizo. Deseas con todas tus fuerzas que haya supervivientes...

Solo el testimonio directo de las dos personas que lo logran podía arrojar algo de luz en las primeras horas de incertidumbre. Tras la colisión, José Luis [de Augusto Gil, ingeniero] mantuvo la cabeza fría en todo momento. «Es una persona muy tranquila, capaz de actuar bajo presión. Sabía que disponía de poco tiempo de conciencia, estaba perdiendo sangre y las piernas no le respondían. Se arrastró como pudo por el avión, hasta que logró escapar. Sabía que tenía apenas unos minutos antes de desvanecerse, y que tenía que salir de allí porque el aparato explotaría».

Al tiempo que dos personas luchaban por sobrevivir, quienes estuvieron más cerca de ellos, los últimos en verles despegar, los últimos en verificar que todo estaba ok para salir a pista, no dejan de repasar mentalmente una y otra vez los procedimientos intentando detectar qué ha salido mal, si se les ha escapado algo, qué ha cambiado respecto a otros vuelos de ensayo.

«Antes de tener confirmación oficial, me enteré por una amiga que iba por la carretera y vio el avión volar muy bajo. Me envió un vídeo por Whatsapp en el que se veía la columna de humo». Fue un instante en el que, como a tantos, se le heló la sangre porque «lo primero que piensas es que no es verdad, será otro avión y menos uno nuestro. Eso es imposible, no puede ser». Luego, llegan más y más imágenes de compañeros, de los servicios de emergencia, de ciudadanos anónimos... «ya eres consciente, pero no te lo crees, no te lo quieres creer». Sin solución de continuidad, los pensamientos pasan a la siguiente fase: qué ha pasado y qué repercusiones tendrá en el programa.

Cuando se les pregunta cómo es posible apartar a un lado las emociones y mantener la cabeza fría, la respuesta es unánime. «Hay una medicina para esto: a la vez que atendemos y apoyamos a nuestra gente, hay que saber qué ha pasado y hacer que no nos pase nunca más».

El domingo la FAL permaneció abierta como lugar de encuentro, de intercambio, de información, como refugio. Los máximos directivos se hicieron sentir muy cercanos, arropando a los suyos. Lo necesitaban.

Con el paso de los días, el golpe se ha interiorizado sin culpabilidad, se ha asumido como una circunstancia del destino y se ha tirado hacia delante. «No es el primer avión que se cae. Estas cosas ocurren.

Quienes trabajan en esta industria son profesionales a los que les apasiona su trabajo y que conocen los riesgos que comporta. Es como un médico que pierde un paciente; al final, tiene que reponerse».

Las dificultades hacen crecer y madurar a los equipos, sacan lo mejor de uno mismo para ofrecérselo al que tiene al lado. Ésa es la lección aprendida con la que se quedan. Más estos días, en los que rememoran lo que pasó y recuerdan con tristeza la pérdida de los compañeros, pero con una entereza que evidencia el amor por su trabajo.