En 2009 las páginas de este periódico acogían la noticia de cómo en Dos Hermanas se erigía un monumento, en Los Merinales, en homenaje a los presos y represaliados del franquismo que se dejaron la piel –y en muchos casos la vida– en el Canal del Bajo Guadalquivir, más conocido como Canal de los Presos. Hoy aquella escultura, abstracta dice bien poco a quien la contempla de la triste historia a la que quiere servir de homenaje; una de las grandes infraestructuras de la dictadura franquista cincelada a pico y pala por miles de presos políticos y delincuentes de poca monta.
El canal de riego, de 158 kilómetros, se diseñó para abastecer 56.000 hectáreas de Sevilla y Cádiz. Actualmente, lo hace sobre una superficie de 80.000 hectáreas, por lo que su utilidad sigue más que vigente. El que en los últimos meses hayan aflorado, casi de forma concentrada, numerosas historias de fantasmas en torno a él, no hacen si no volver a encender el foco sobre una de las obras de mayor magnitud construidas en Andalucía en el siglo XX. Desde Dos Hermanas y hasta Lebrija, este lugar lleva décadas impregnado de un misterio que, en más ocasiones de la cuenta, se ha tornado en drama evidente. «No sé si es el silencio tan absoluto que reina en algunos de sus tramos o si los padecimientos que sufrieron los operarios en su edificación se han quedado aquí, como una mala energía. Pero este nunca ha sido un lugar cualquiera, saca lo peor de nosotros mismos». Así se expresa José Montáñez, historiador rinconero que durante años ha estudiado la durísima purga que supuso el llamado programa de Redención de Penas por el Trabajo, aplicado por el régimen de Franco.
Sus palabras, en efecto, parecen preludiar un buen relato de terror. Pero hay una nada sutil diferencia. En este cuento no hay indicios, sólo hechos constatables. Hasta ocho personas han fallecido en el canal en los últimos años, tres de ellas en 2014, y todas en «extrañas circunstancias». Se da además la coincidencia de que la mayor parte de los decesos van a producirse en el canal a su paso por los municipios de Dos Hermanas y Los Palacios, «una de las zonas que resultó más compleja para la edificación del canal y que, aunque la cifra sea imprecisa, pudo llevarse la vida de no menos de 15 operarios durante su construcción», al decir de Montáñez.
El 6 de septiembre de 2014 un vecino avistó el cuerpo de un hombre flotando en las aguas. Tenía 76 años, era un profesor jubilado y su familia lo buscaba desde el día anterior cuando desapareció de su domicilio en Montequinto. Ninguno de sus allegados supo dar una explicación razonable a lo sucedido. Pudo ser una caída... Tal vez el mismo resbalón fatal que en marzo de ese año se llevó por delante a un vecino de Dos Hermanas de 62 años. Unos meses después, en julio, otro hombre, de 60 años era encontrado flotando boca abajo a la altura de la Universidad Pablo de Olavide.
Es cierto que durante bastantes tramos del canal discurre un sendero en paralelo utilizado por ciclistas y excursionistas que conocen bien la zona, pues no es sencillo acceder a estos caminos. Y aunque existen algunos desvencijados carteles que alertan del riesgo que conlleva una caída al canal, la no existencia de vallas protectoras permiten que la excesiva curiosidad pueda jugar una mala pasada. «Pero ninguna de estas razones justifican el número de decesos; hay otros canales en muchas zonas de España y ninguno acarrea el historial negro de este», abunda el periodista José Luis Hermida, quien hace unas semanas puso sobre la mesa del programa de televisión Cuarto Milenio la posibilidad de que el lugar esté «imantado por una energía telúrica, la misma que genera la corriente de agua, la misma que les da fuerza a los presos que trabajaron aquí y murieron para plasmarse y, de alguna forma, buscar venganza».
A lo largo de su recorrido se jalonaron durante su edificación campos de trabajo como en Los Merinales, El Arenoso y La Corchuela en Dos Hermanas. Los familiares también crearon poblados en las barriadas de Torreblanca y Valdezorras, El Quintillo en Dos Hermanas y El Palmar de Troya, en Utrera. «En bastantes casas viejas de Torreblanca cercanas al canal se han encontrado huesos humanos cuando en ellas se han hecho obras», refiere Javier Santíaguez, miembro del Grupo de Trabajo ‘Recuperando la memoria de la Historia Social de Andalucía’ del sindicato CGT, sin querer, en su caso, darle más trascendencia que la que los propios hechos refieren por sí mismos.
El Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía declaró en diciembre de 2014 Lugar de la Memoria el canal. «Esta obra hidráulica es uno de los mejores símbolos de cómo decenas de miles de españoles fueron utilizados como mano de obra esclava en beneficio de los de siempre», según José Luis Gutiérrez, historiador, y coautor de El Canal de los Presos. Trabajos forzados: de la represión política a la explotación económica (Crítica).
Es así, entre los cuentos a la luz de la lumbre, los recortes de periódicos que una y otra vez sitúan el canal como un lugar en el que la muerte se abre camino y la reivindicación de su papel en la historia luctuosa de España, como este frío y grisáceo cauce continúa generando controversia. Jalonando su recorrido, el visitante que quiera asomarse a este inquietante espacio todavía podrá contemplar los restos de barracones y poblados que se construyeron para dar cobijo a los operarios. La ruta se inicia en la presa de Peñaflor y termina en la Balsa de Melendo o de Lebrija. Sin su existencia, hoy la realidad de las tierras de regadío de la provincia de Sevilla sería otra. Pero, a la vez, su propia persistencia y continuidad en el tiempo parecen conferir al canal un inextinguible aura de negrura.