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Munigua, entre el misterio y el olvido

Perdida en el silencio del tiempo y de la sierra sevillana, la ciudad romana, imponente tanto como desconocida, aguarda a que algún día las administraciones sepan apreciar el tesoro que la historia legó a Villanueva del Río y Minas

08 feb 2016 / 12:36 h - Actualizado: 08 feb 2016 / 12:48 h.
"Historia","Patrimonio"
  • Restos de una antigua construcción romana se yerguen en este valle al que no ha llegado aún el interés de los políticos. / F.J.D.
    Restos de una antigua construcción romana se yerguen en este valle al que no ha llegado aún el interés de los políticos. / F.J.D.
  • Uno de los gatos que acompañan a Joel en sus recorridos por las ruinas.
    Uno de los gatos que acompañan a Joel en sus recorridos por las ruinas.
  • El temprano abandono de Munigua dejó en el olvido una importante ciudad minera que aún tiene mucho que contar. / F.J.D.
    El temprano abandono de Munigua dejó en el olvido una importante ciudad minera que aún tiene mucho que contar. / F.J.D.

Y allí, en medio de la nada, a ocho kilómetros de Villanueva del Río y Minas, surge de imprevisto la colosal y misteriosa Munigua. En un pequeño valle, en las estribaciones de la sierra, al margen de los ya de por sí complicados caminos, con añejas encinas como ejército de centinelas buscando ocultar su grandiosidad de las miradas inapropiadas. La avanzadilla de los contrafuertes en el horizonte lanza una primera y sorprendente impresión. Ello a pesar de que no son más que la utilitaria e instrumental espalda del imponente conjunto que sustentan. El Tamohoso es el último escollo que superar. En otro tiempo vía de comunicación y defensa con sus bravías aguas, hoy no es más que un vestigial arroyo debilitado por la escasez de lluvia, que no apoya en la guarda de su ciudad.

Un silencio de siglos cuelga en el entorno. La pequeñez humana se contrae ante la soberbia de un conjunto que se envalentona en la rotundidad de su presencia. La ciudad ha permanecido oculta durante siglos, hecho que la ha llevado, a pesar de su importancia y su singularidad, a ser la gran desconocida de las urbes romanas que han pervivido hasta la actualidad. Conocida ya en el siglo XVI, la curiosidad de la Academia de Buenas Letras sevillana la rescató del destierro de la memoria en 1756. El sino de esta ciudad volvió a llevarla al declive de las sombras y el olvido hasta que, dos siglos después, el Instituto Arqueológico Alemán aterrizó en las ruinas, que experimentaron, con este nuevo descubrimiento, un renacimiento antes no visto. Seis décadas después Munigua se sitúa en una complicada encrucijada entre la conservación y el conocimiento o la desaparición y el olvido.

No abunda, pero facilita internet información, vídeos y fotos sobre el yacimiento. El curioso visitante puede hacerse una idea previa de lo que estas vetustas ruinas van a mostrarle. Sin embargo, se antoja mejor dejarse llevar por el desconocimiento y la curiosidad. Llegar hasta aquí con el folio de la experiencia en blanco, permitiendo que el paseo por lo que en el pasado fueron calles y plazas se llene con el escrito de la recreación narrada de lo que aquí fue y pasó. Atavismos de vida, de comercio, de culto y de gobierno siguen aún destilándose a través de las construcciones, que antaño estuvieron erigidas con los mejores materiales venidos de toda Hispania, como no pudo ser menos de una pujante urbe.

Una colina, una suerte de otero sagrado, es el epicentro de esta ciudad, con una vida comprendida entre el siglo IV a.C. y el VI d.C. Aprovechando la orografía, los arquitectos romanos fueron sustentándose desde el siglo I a.C. en la roca madre y construyendo su nueva ciudad mediante terrazas, aseguradas por contrafuertes y conectadas por rampas a modo de calles, hasta llegar a la base, pasando desde la adoración de los dioses y la función pública en las zonas más elevadas hasta la vivienda ciudadana al pie, principalmente ocupada por la gente con posibles que ostentaba el dinero y el poder. Se erige Munigua como ciudad para la gestión de las cercanas minas de hierro y cobre, las que le dan entidad y que con su agotamiento provocan su declive y abandono. Por su enclave y tal vez por la posición económica de quienes la crearon, mucho hay de excepcional en esta ciudad, que la hace única, como la muralla, que no la rodea por completo, o la necrópolis, que se ubica inusualmente en el interior del recinto amurallado; «su tamaño, casi propio de una miniatura y la ausencia del concepto de planificación ortogonal», como relata Thomas G. Schattner, responsable del yacimiento desde el año 1997. «Sin embargo añade tan pequeña es la ciudad como sorprendentemente completos y polimórficos son sus edificios públicos». La ciudad de Munigua que ha llegado hasta la actualidad «supuso hasta cierto punto una nueva y completa planificación de la misma sin que se llegara a implantar el callejero ortogonal», desechando cualquier tipo de construcción previa de los pueblos ibéricos que la habitaron desde el IV a.C.

La visita se inicia en las termas de la ciudad, al pie de la colina. Los muros y piedras cobran altura y belleza con el relato –mitad tímido, mitad apasionado– de Joel Linares, el guarda. Sus palabras levantan fachadas y tejados, sus conocimientos dan lustre y relevancia a las calles de esta ciudad, que el abandono redujo a unos meros vestigios, y la investigación, el conocimiento y el amor a estas piedras mantienen anclados a la memoria y rescatados del olvido. Porque Munigua enamora, desde el silencio, el misterio y el desconocimiento. Y de esos enamorados son muestras el Instituto Arqueológico Alemán, Schattner, Joel y su tío Manuel Cantos, el Quini, de quien heredó el puesto y la sabiduría. Y es ese amor el que, después de tantos siglos, sigue manteniendo vivo este importante enclave, único y distinto a todo lo conocido de la época.

Los baños públicos denotan la importancia de la urbe. Amplias estancias de aguas calientes y frías, suelos radiantes, frescos en las paredes y conducciones casi intactas dan muestras del nivel de Munigua. Una cubierta contemporánea frena el desgaste que la climatología ha ido produciendo en los restos, muchas de cuyas pinturas han desaparecido.

Dos gatos, Luna y Wolke nube en alemán, acompañan a Joel. Llevan a sus espaldas tantas visitas que anticipan los pasos del guarda, con quien comparten horas de vigilancia, mantenimiento y funciones de guía. Son ellos los que se adelantan hasta los contrafuertes del foro, cuya reconstrucción ha sacado a la luz otra peculiaridad de esta ciudad. Al existir poca superficie, las tiendas se ubicaban en la parte baja y no en el foro, como es habitual. Una de tantas exclusividades que solo existen aquí.

De ello saben bien los alemanes del Instituto Arqueológico, que desde 1956 ha luchado por recuperar, conservar y entender a Munigua. Podría afirmarse sin temor a equivocarse que gracias a esta institución, financiada por el gobierno teutón, este conjunto existe hoy día. Sus investigadores y tres albañiles locales –que no se hablaban entre ellos– comenzaron la ardua labor de sacar a la luz el tesoro oculto. Uno que trabajó como albañil cuatro años y como guarda 32 fue Quini.

La siguiente parada es en la zona de viviendas. Hasta 6 casas, trapezoidales con la típica distribución romana –patio central con galería porticada y las habitaciones distribuidas en torno a él– son visitables en este cardo máximo local. Otras tantas han sido excavadas, estudiadas y catalogadas y vueltas a cubrir para permitir su conservación. Las viviendas conservan pozos tal cual fueron construidos y que aún manan agua, como las fuentes de las termas. Alguna presenta un sótano que bien fuera un almacén o incluso cochera trasera para los vehículos de la época.

Estas viviendas exhumadas explican mucho, más allá de sus ladrillos rojos y amarillos. La ciudad experimentó un declive simultáneo al agotamiento de las minas. Además, en el siglo III un terremoto motivó la marcha de los ciudadanos pudientes a ciudades de más importancia –como Carmona–. Es en ese momento cuando la gente que vivía extramuros se apropia de la ciudad y reconstruye las casas, usando para ello los materiales de los edificios públicos y los templos. Principalmente ladrillos amarillos, de ahí la diferente tonalidad en los muros. Toman las viviendas, pero adaptándose a vivir toda la familia en una única estancia, y eso lo cuentan los ladrillos de dos colores y la creación de un hogar en el centro de la estancia.

La calle empedrada lleva hasta el restaurado templo a Mercurio, erigido por el esclavo liberto Ferronius, como reza el pedestal de la estatua hoy desaparecida. Bien pareciera ser un trabajador de las minas que tomara su nombre del material que extraían, y quién sabe si será el mismo que también resuena en Itálica, en su escala de venir a más desde sus humildes orígenes munigüenses. Más allá se ubica el foro, la plaza pública porticada, con su capitolio dedicado al gobierno, y el curioso templo dedicado a Dis Pater, divinidad ibérica, objeto de culto del poblado predecesor de esta gran ciudad, que Roma absorbe y acopla a su panteón. Pero en la Península Ibérica, Dis Pater solo tiene templo en Munigua, aunque su representación iconográfica –un caballo– haya desaparecido y la base con inscripción se encuentre en los fondos del Museo Arqueológico de Sevilla. Otra sorpresa que este foro tenía guardada se encontró en el tabularium, el archivo municipal. Una placa de bronce, guardada a buen recaudo bajo capas de obra refleja la concesión del título de Municipio Flavio Muniguense, que el emperador Vespasiano otorgó.

Existen dos edificios religiosos. El primero es el templo de Podio, que se alza en tres terrazas, sin restos del mármol que en tiempos lo cubrió. Corona toda la ciudad el segundo. Un error histórico lo definió como castillo, y se denominó de Mulva por el nombre de la finca. Sin embargo, hoy se sabe que fue un santuario, simétrico tanto en su construcción como en sus accesos, y simétrico igualmente con el paisaje de suaves colinas al que se enfrenta, y que lo hace estar orientado al este, siendo prácticamente el único de la época con esta orientación. Bien pareciera que el hombre buscara establecer una comunión con las fuerzas telúricas y la madre Tierra, en esta concepción escenográfica. No se conoce a qué deidad se dedicaba, aunque en la región italiana del Lazio se conservan dos edificios similares, dedicados a Hércules y Fortuna. A pesar de lo poco –y reconstruido– que se mantiene, la entrada en el santuario colma el ascenso y la visita. Máxime cuando el sol juega con la arena, desprendida de la mica –la roca de la colina– de tonos dorados, y que con el brillo que sus rayos le proporcionan le acaban de conferir el aspecto mágico y sobrenatural que empuja a que Munigua se haga inolvidable para los sentidos. Una ciudad que es «el secreto mejor guardado de Andalucía», como la define Schattner. Ello a pesar de ser «uno de los sitios arqueológicos mejor conocidos y estudiados con rigor científico de la Bética, con ocho monografías y más de cien artículos».

El conjunto histórico, de 38.000 metros cuadrados, es bien de interés cultural y monumento nacional desde 1931. Ello lo ha dotado de una protección que no ha evitado el sistemático expolio, iniciado ya en época romana. Su difícil acceso, por fincas privadas además, la mantienen alejada de los circuitos culturales. Las administraciones han dado prácticamente la espalda a Munigua, donde las partidas que se destinan apenas llegan para las necesidades más básicas y el guarda a media jornada. De todo lo necesario, lo único que se ha hecho ha sido señalizar el camino con unas mínimas balizas metálicas para orientar al visitante hacia el enclave por dentro de la finca, y reponer el cerramiento metálico exterior. No hay ni un solo panel explicativo. El Ayuntamiento, sin competencias, no ha podido hacer más que poner un cartel con los horarios cerca del apeadero de las Arenillas, para evitar paseos innecesarios hasta encontrar el recinto cerrado: solo abre de miércoles a domingo y por las mañanas.

Munigua no se conoce. Y eso la aleja de la inversión –pública y privada–. A pesar de registrarse unos 4.000 visitantes anuales, estas cifras no computan para la administración, por lo que, como una pescadilla que se muerde la cola, si no se visita no se invierte, y si no se invierte no se visita. Esta situación está haciendo reaccionar al Ayuntamiento y al Instituto Arqueológico Alemán, considerándose como imperiosa necesidad darle visibilidad, hacerla accesible y visitable, y que el cómputo total haga demostrar a las administraciones la importancia de este yacimiento y, sobre todo, la importancia de la inversión.

El plan municipal de desarrollo busca hacer un paralelismo entre la historia antigua y moderna y la cíclica repetición del florecimiento, auge, declive y abandono que experimentaron tanto Munigua como Villanueva del Río y Minas, en ambos casos basado en la extracción del mineral y olvidados al agotarse las vetas subterráneas. Para ello trabajan en el aprovechamiento de las sinergias de unir ambos hitos en un paquete que englobe proyecciones sobre reconstrucciones y vídeos explicativos de Munigua, la visita al patrimonio industrial de la localidad y al arqueológico del yacimiento, aprovechando los potenciales del pueblo y sumándole las opciones de turismo natural que la visita ofrece. Ello además potenciando el emprendimiento –empresas de ocio y tiempo libre, senderismo, alquiler de bicicletas, restauración,...– y apostando por la formación, mediante talleres de empleo y casas de oficios de financiación supramunicipal, de guías turísticos que sean capaces de crear el empleo necesario para hacer viable todo este proyecto.

Mientras que todo este sueño llega, el Instituto Arqueológico Alemán continúa trabajando. El último proyecto es la realización de un levantamiento en tres dimensiones, para el que ya se han efectuado los pertinentes trabajos con georradar (método geofísico y láser scan). Con ello se podrá hacer una reconstrucción de la ciudad, donde incluso se podrá recrear la altura exacta, dada la buena conservación. Suman a este proyecto además la gran cantidad de estudios y trabajos sobre el yacimiento, que «ofrecen las condiciones ideales para un estudio reconstructivo de su aspecto físico, que contemplará sobre todo los edificios de la ciudad». Se dará así una visión completa y bastante fidedigna de lo que fue Munigua en su época de esplendor. E incluso se podrán crear reconstrucciones con imágenes animadas y en movimiento, idóneas para una mayor difusión del yacimiento y de sus edificios entre un público general no especializado, lo que redundará en el proyecto municipal de difusión.

Esta actuación en proceso ha puesto además el punto de mira en nuevas zonas sin excavar, donde parece que puede haber construcciones o vestigios del período habitado aún sin estudiar. Quién sabe si quedan secretos que desvelar.