Las pasadas semanas abordamos en #Infraganti trucos y técnicas básicas para detectar infieles en la pareja o en el mundo laboral/profesional Como nuestra vida ha dado un vuelco desde hace pocos días tras extenderse el Covid-19 aparecen ante nuestros ojos quienes amenazan todo en los peores momentos.
La irrupción digital nos alcanza, la inmediatez comunicativa vehicula la información y hace ‘viral’ verdades con matices. Otras esconden falsedades o son terminales de quienes hacen su agosto con la crisis y ruinas que se avecinan. Se evidencia que ningún estado o gobierno está listo -ni dotado- para afrontar el colapso hospitalario, la sobre demanda de fármacos y útiles de protección personal ante la pandemia.
La economía y producción se paralizan. Mientras, afloran intereses que parecían en letargo. Uno que asoma es la lucha por el poderío mundial que luchan China y USA y aliados. Otros activos se sitúan entre los beneficiados de la crisis. Entrevemos algunos: proveedores sanitarios, farmacéuticas, distribuidores y vendedores de alimentos. En UVI están el turismo, hostelería, automoción, construcción e industria pesada.
La práctica paralización de la actividad económica y laboral entraña una recesión global. No hace falta ser economista para adivinarla. Es el tiempo donde os peor del ser humano aflora para hacer más daño, desviar el foco de la verdad y mentir desinformando para crear un ‘nuevo orden’ planetario que modificará costumbres, la economía, gestión sanitaria, el trabajo y el [mal]trato que le damos al planeta donde convivimos los humanos.
Una de las grandes preocupaciones actuales son las ‘fake news’. Insertas en el epígrafe oficioso de la ‘desinformación masiva’ juegan un papel muy importante los bulos de salud que se transmiten sin freno por todos los canales de comunicación actuales. Los expertos concurren que 2 de cada 3 ‘fake news’ están vinculadas con temas de
salud y calidad de vida de las personas. Esta realidad entraña un gran riesgo en cuanto a salud pública a nivel global.
Por culpa del impacto de las ‘fake news’ se dejaron de vacunar millones de personas, sube la cesta de la compra al desatarse el precio de productos y alimentos que supuestamente mejoran la salud y se multiplican consultas a profesionales sanitarios por los efectos colaterales de tanta mentira que navega a sus anchas por móviles, redes sociales e internet.
Los trasmisores de las ‘fake news’ saben bien lo que hacen. Las más de las veces están pagados por competidores desleales que descalifican a sus homólogos para posicionar productos y alimentos que a lo mejor carecen de calidades y generan riqueza inmediata.
Los ‘coronabulos’ son a veces difíciles de detectar. Suelen venir avalados por supuestos sanitarios anónimos, se usurpan identidades reales o bien surgen mesías de la sanación universal que de repente comparten gratis la pócima salvífica. Un caso real sería un ginecólogo jubilado argentino que invita a aspirar vapor de agua para laminar el Covid-19 en las vías respiratorias. El momento de gloria y el ego hacen cosas peores en otros videos de supuestos expertos que conocen bien las epidemias. Llamativamente, pocos Neumólogos se visibilizan ante los ojos del público, precisamente porque son expertos en lo que acontece y ataca el sistema respiratorio humano. Da que pensar esta verdad. Es recomendable visitar portales en la red donde acreditan los bulos, uno de ellos es maldita.es
La desinformación es la versión previa al universo ‘fake news’. Intenta contaminar sustantivamente el discurso público desde la noche de los tiempos. Desde muy antiguo la desinformación es una poderosa arma que usaron ejércitos, reyes, políticos, sindicalistas, empresarios e intelectuales bien pagados. Desde el siglo XX esta práctica es habitual de grupos terroristas, mafiosos, lobbys (grupos de presión) y los colectivos que intentan desestabilizar en su beneficio los procesos electorales para incrementar votos haca determinadas siglas, relativizar la democracia o aplaudir autocracias que siempre arropan determinados intereses.
Uno de los más destacados y sanguinarios ‘desinformadores’ se liga a Sevilla. Conspiró hasta contra su sombra poseído por un ego que merecía poltrona. Gonzalo Queipo de Llano intrigó contra Alfonso XIII, Primo de Rivera, IIª República y el mismísimo General Franco, que lo exilió en Roma tras dejarle hacer como ‘Virrey’ hispalense. Sus repugnantes arengas en Unión Radio (hoy Radio Sevilla, SER) eran propaganda bélica de los sublevados exagerando medios, tropas y planes para desmoralizar a leales de la IIª República. Queipo fue caldo nutritivo para Joseph Goebbels, quien -años después- hizo lo propio para Adolf Hitler y los nazis. Quedó para la historia una de sus frases: ‘las mentiras repetidas muchas veces se convierten en verdades’.
Para abordar la desinformación conviene definirla: contenido falso difundido con la intención de engañar o manipular. No es lo mismo que la información errónea, que carece de la misma intencionalidad. La desinformación adopta variadas formas: noticias en medios creíbles, tuits o publicaciones en redes sociales (Facebook e Instagram principalmente), anuncios y campañas en dichas redes sociales. También se visualiza grabaciones manipuladas sobre originales distribuidas en redes sociales o aplicaciones de mensajería (sobre todo Whatsapp).
Aunque cueste creerlo, los creadores de ‘noticias falsas’ fueron los Estados. Las autocracias son fácilmente identificables en tales empeños. Pero ya el fenómeno es global. La carga gráfica permanece en nuestra retentiva un 80% sobre el texto, que se relega al 20% restante. Las tecnologías de la información hacen el resto del trabajo. Parecen ante nuestras entendederas infalibles.
Un ejemplo. Las imágenes del cormorán agonizante embadurnado en petróleo emitidas durante la Guerra del Golfo de 1991, desatada tras la invasión de Kuwait por Irak, eran un montaje que encajaba como un guante en el relato sobre el terrorismo practicado por Saddam Husseim, en variante ecologista que alcanza nuestra emotividad.
Hay mucho más. Con el avance de la tecnología aparecieron los llamados deepfakes: vídeos o clips de audio en los que se pone la cara de una persona concreta en el cuerpo de otra. Resulta estremecedor ver a ciertos famosos, políticos y gobernantes tener sus caras en otros perfiles físicos. Los populares ‘memes’ son parte de este escenario.
Gran parte del éxito de la ‘desinformación’ es que cualquiera puede operarla. No hay obstáculos comunicativos. Las redes sociales son los principales proveedores de desinformación. Sólo se precisa un ordenador o un móvil para organizarla y una conexión wifi. El anonimato está garantizado, no hace falta arriesgarse si se conocen las cloacas de internet. La tecnología permite ‘trolls’ y los ‘bots’, un software que realiza tareas automatizadas rápidamente, para impulsar campañas de desinformación.
La realidad siempre tira hacia el poder del dinero. Estados, gobiernos, grupos de poder son quienes alientan la desinformación a gran escala. Los grupos mediáticos o multimedia son conducidos también a través de la inversión publicitaria. El ’troleo’ hace que ‘líderes’ como la menor sueca Greta Tundberg sean puro marketing de ciertos lobbys. Los mismos que se movilizan ante periodistas o intelectuales críticos, suprimir la disidencia, socavar a opositores políticos, difundir mentiras y controlar la opinión pública.
El pasado febrero tuvo lugar en Sevilla un encuentro de expertos en ciberinteligencia y técnicas de las de fuentes abiertas, más conocida por sus siglas en ingles: OSINT. Una de las ponentes, Ingeniero y experta en Psicohacking, Cristina López Tarrida reveló en el ejemplo de noticias sobre la supuesta explosión de una central nuclear belga una evidencia sobre las desinformación pues la central en sí es un riesgo, pero jamás explotó.