Los pícaros y las pandemias en Sevilla son viejos conocidos. La Sevilla de los siglos XVI y XVII se llenó de mendigos que esperaban limosnas y sopa a la puerta de templos, gradas de la Catedral, zocos de calle Feria y Santa María la Blanca. Pregonaban, hasta en verso, rezar por los difuntos. Algunos fingían ceguera, pero veían para vaciar bolsillos ajenos cual precoces ‘piqueros’. Así describía en este Correo Pascual González la picaresca local.
El inolvidable José Mª de Mena escribió de los pícaros medievales que eran los ‘más altos personajes de la comedia humana’. Mateo Alemán, Cervantes, Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache maridaron en la Literatura esos personajes dramáticos que definió Mena a posteriori. Una epidemia de peste en 1649 arrasó las finanzas y economía de Sevilla y redujo a la mitad su población.
La tragedia la describió el experto José Manuel García Bautista en este Correo, influyó la pintura de Murillo e inspiró una exitosa teleserie, ‘La Peste’ (2018), que llamativamente fue acusada de plagio por uno de sus documentalistas, Francisco Núñez Roldán.
La peste del 2020
Este año, 2020, pasará a la historia por muchos motivos. Las iniciales noticias desde China que recalaron en el norte italiano, restaban importancia al ‘estado de alarma’ decretado con medidas propias del ‘de excepción’. El gobierno, superado por la dimensión de la crisis, el colapso hospitalario y una ineficacia que acelerará más ruinas y/o despidos escribe prólogos del caos. El panorama es el caldo perfecto para los pícaros.
Confusión, desconocimiento, conflictos entre autoridades y territorios del poder, dudas ante la solución del problema y esa improvisación patria que nos caracteriza tiene particular éxito en Sevilla. Es el lugar donde hay personajes que sueñan su particular gloria en tan difíciles momentos. Ente marzo y abril se han detenido a más de 350 sevillanos y multados a más de 25.000 por incumplir el oficioso arresto domiciliario que entraña el confinamiento.
No estar acostumbrado a recibir noticias negativas durante tanto tiempo, sufrir el virus en carne propia o ajena, ser despedido temporal o definitivamente, perder los ahorros por la caída de la bolsa y la recesión que se avecina, estar lejos de la familia y muy cerca del divorcio, el cementerio o la crisis personal hace que la pandemia trascienda el sistema respiratorio humano. La crisis de la que hablamos se ubica muy lejos de hospitales, fármacos y consejos médicos. La pandemia, pues, es la excusa perfecta para una más o menos aceptable picaresca o empeños peores. Detallamos las modalidades, por usar buenas palabras, que se multiplican estos días:
BULOS, ‘FAKES’, DESINFORMACIÓN: Pululan por ordenadores, tablets, pantallas y móviles sevillanos correos impostores de bancos, mensajerías, suministradoras, bufetes, notarios, loterías y empresas que usan logos con textos tentadores para obtener exclusivamente datos bancarios reales, personales, médicos y familiares al objeto de extorsionar, timar y vaciar cuentas. Obviamente, si recibimos –por ejemplo- un correo de un banco donde no tenemos cuenta o notificación de premio de lotería a la que no jugamos lo que procede es borrar sin más. La codicia silente nos traiciona. Los bulos que rellenan cualquier pantalla y noticias que se basan en lo cierto para manipular la mente que las lee no deben ni leerse. Hay portales seguros y páginas donde se destapan los bulos y ‘fake news’. #Infraganti se ocupó del tema en parte hace unas semanas La crisis de la pandemia es ocasión de personajes que trascienden sui picaresca. Aprovechan la alta sensibilidad colectiva para difundir infamias, injurias y descalificaciones infundadas o exageradas sobre refritos del pasado de personas, autoridades y empresas. Los inocentes bulos, ‘fakes’ o desinformaciones que parecen huérfanas están nítidamente definidas en el vigente Código Penal. Aquella máxima de ‘calumnia, que algo queda’ vuelve en tiempos de internet, redes sociales, medios digitales con escaso rigor informativo. Vehiculan algo que parece divertido, noticioso o interesante pero que esconde empeños criminales plasmados en intolerables descalificaciones.
TIMOS A GO-GÓ: Si los pícaros, cobardes en algún lugar del mundo y delante de una pantalla, hacen caja en Sevilla es porque se ‘pica’ con sus ganchos. No hay que dar credibilidad a lo primero que se lee en internet, se reenvía o comparte sin recato ni comprobación en las redes sociales. Circula mucho dato interesado para arrasar compras de elementos de protección sobre el coronavirus que son innecesarias para gran parte de la población. Tampoco hay que colapsar la despensa de cualquier hogar porque sencillamente los supermercados están abastecidos de todo. Considerando que el miedo es un negocio y que la nueva Biblia se avalaría en la red, los timadores hacen su particular cruzada sin parar. Deben de contrastarse las supuestas gangas, jerarquizarse compras en tiempos donde las carencias son mínimas. En este periódico https://elcorreoweb.es/in-fraganti ya se dieron claves sobre los ciberfraudes pero no debe bajarse la guardia ante ciertas llamadas telefónicas donde ofertan lo imposible y regalan lo que no se precisa. Tampoco debe de abrirse la puerta a quien inspeccione o desinfecte ‘sin cargo’, ayude sin que se le pida o regale sin más.
ANÉCDOTAS DEL CONFINAMIENTO: Los agentes de la autoridad, el Juzgado de Guardia, los centros sanitarios y centralitas de emergencias son un volcán de anécdotas que sustentan picardías mil. Las refieren al firmante para elaborar esta parte del artículo. Pasear perros callejeros o de peluche, repetir visitas al supermercado para coincidir con vecinos y amigos, portar certificados de empresa o identidad falsos y excusar lo más peregrino para tomar el aire o ser más listo que el vecindario es parte de la conducta pícara más usual. Fingir síntomas del coronavirus para lograr baja médica, o alertar a la policía dramatizando problemas vecinales, familiares previos a la pandemia son parte del anecdotario pandémico. La insolidaridad, el incivismo más no respetar -ni compartir- el sacrificio colectivo son el guion troncal de tales conductas. Esto incluye menospreciar o insultar a policías, celebrar fiestas, barbacoas, misas o botellonas en azoteas o zonas comunitarias. Mercadear, acaparar y revender especulativamente mascarillas, geles desinfectantes, gafas, guantes y EPIs dentro y fuera de farmacias es más que picaresca, aunque el boticario sea figura aplaudida y expuesta al virus. Una minoría de ellos, los empresarios del monopolio, sólo piensan en cajas llenas de billetes. Es difícil de tolerar, también, el abuso en ciertas cadenas de supermercados que aprovechan la pandemia para agotar productos, crear necesidad y ¡milagro! subir el precio a renglón seguido. No acaparan y especulan particulares, pymes y autónomos. Productores y distribuidores alimentarios entraron a coger tajada de este río revuelto que tantas víctimas y ruinas dejará a su paso. Más picaresca cocida en despachos, contratos y política de hechos consumados. Lo avisaban ante catástrofes, crisis y epidemias de antiguo.