Opinión | Pensamiento Periférico

La vida del ministro Ábalos

Nunca hay que despreciar según qué cosas. Hay retratos de la corrupción que parecen auténticas novelas y en los que la realidad supera la ficción

El diputado del Grupo Mixto José Luis Ábalos, en el Congreso.

El diputado del Grupo Mixto José Luis Ábalos, en el Congreso. / Matias Chiofalo / Europa Press

Hubo un tiempo en el que los mandamases del PSOE se indignaban cuando se preguntaba sobre la vida del que era ministro de Fomento, José Luis Ábalos. No hacía falta ser un lince para oler a legua que el desorden reinaba en el día a día del número dos de los socialistas. Cuando ese tema salía a la luz, ellos más que ellas, es algo a destacar, te miraban con condescendencia y entre risas, para recriminar la mirada moralista, trufada de culpa cristiana, con la que se analizaban determinados comportamientos. Eso respondían. Habladurías y cotilleos, zanjaban. “No hay nada”, añadían. De camino te daban a entender, poco más o menos, que el cuestionamiento del perfil del ya exministro era propio de que eras una monja ursulina con poca cintura.

No hace falta explicar que Ábalos, el hijo del torero Carbonerito, el hombre que le montó la campaña de las primarias a Pedro Sánchez, que se levantaba para atender el teléfono con un Ducados en la boca y descolgaba para dar instrucciones en gayumbos, no está en la picota por lo que hiciera cuando se apagaban las luces del despacho o se bajaba del coche oficial. Nada tiene que ver su vida privada. Da igual que tuviera cuatro exparejas y una afición desmedida a las mujeres. Tampoco está cuestionado porque tuviera gustos difíciles de compatibilizar con la agenda de un ministro. La noche y los reservados de las discotecas, con todo lo que ese mundo conlleva, no te incompatibilizan para ejercer un cargo público.

Con todas esas cautelas hacia su vida privada, todo era evidente. Y no lo era solo para el común de la gente sino que debía serlo para sus propios compañeros del Consejo de Ministros y del PSOE. Hay prejuicios absurdos pero también hay gente a la que se le ve venir. Manejar toda esa vida B con responsabilidades tan elevadas es un juego de riesgo. Además, todos esos gustos, caros, hay que financiarlos.

En la picota

Ábalos está ahora a punto de ser imputado en el Supremo porque presuntamente disfrutó de una vivienda en la urbanización gaditana de La Alcaidesa, entre San Roque y La Línea, comprada supuestamente a su gusto por una trama corrupta de comisionistas de manual. También porque a su entonces pareja le pagaron presuntamente su vivienda esos mismos comisionistas que hicieron negocios con su número dos en el Ministerio, su guardaespaldas y amigo íntimo, Koldo García. Igualmente está en el punto de mira por su encuentro con la vicepresidenta venezolana Delcy García no se sabe todavía bien para qué y del que dio hasta cinco versiones distintas.

El PSOE tiene un problema y no es la demanda del PP por financiación ilegal del partido. No hay indicios de eso. Tampoco es su problema que el Gobierno de Pedro Sánchez esté acabado o que el PP tenga posibilidad de sacar adelante una moción de censura. Este mismo martes se ha oído a Elías Bendodo en el Senado admitir que el Ejecutivo puede sacar adelante sus Presupuestos. El PP insiste en el retrato de un gobierno fuera de juego pero no es verdad, puede que tenga vida para mucho rato. El problema de verdad del PSOE se llama Ábalos y el retrato de esa corrupción sórdida y dolorosa para el trabajador de clase media que paga sus impuestos o el joven que no puede acceder a una vivienda. Es indignante.

En Andalucía pasó con el caso de los ERE y el PSOE no supo ver la dimensión. La imagen del corrupto que daba ayudas en un bar de copas con un Marlboro en la boca y un gintonic en la mano, el relato del fondo de reptiles y del chófer de la coca, arrasó 37 años de gobiernos socialistas en Andalucía y fue capaz de destruir a la cúpula de un Gobierno. Con Ábalos, el Gobierno ya ha entonado el ‘caiga quien caiga’. Nunca hay que despreciar según qué cosas. Hay retratos de la corrupción que parecen auténticas novelas. Rafael Chirbes fue un maestro y a veces la realidad supera la ficción.