Opinión | Óbito
Gabriel Escarrer, se ha puesto el Sol
Ejerció un poder de seducción que le llevó a embarcar en sus proyectos a gobernantes que a menudo se situaban en las antípodas de su ideología
Gabriel Escarrer Juliá.
No hay valoración posible de la importancia de la muerte de Gabriel Escarrer Juliá, por ausencia de referentes y puntos de comparación. Es el mallorquín más importante después de Juan March Ordinas, solo el hotelero le aguantaría un pulso al banquero, aunque la victoria se acabaría decantando del lado del segundo. El singular abogado Damián Barceló, nexo entre la Mallorca del tráfico de tabaco y de turistas, se atrevía a emparejarlos.
El día en que se ha puesto el Sol, cabe recordar que Gabriel Escarrer es el jefe de la dinastía de los locos que crearon el turismo de masas, sin duda el fenómeno más importante de la civilización contemporánea por encima de la revolución digital. Más de dos mil millones de personas se deslizan anualmente por la superficie del planeta, al ritmo de la melodía que compuso el flautista de Hamelín nacido en los años treinta a bordo de una isla de dimensión modesta del Mediterráneo.
Se puede discutir infinitamente el impacto turístico, económico o medioambiental de Escarrer, pero siempre desde la prevención de que el veredicto es tan absurdo como plantearse que las Baleares mejorarían si fueran dos o ocho islas en vez de cuatro. O como analizar si la orientación de España es la correcta para la correcta experiencia de bronceado solar.
Escarrer creó un planeta a su imagen y semejanza. No lo hizo únicamente a partir de jornadas de trabajo que no soportaría un animal de carga, o viajando en clase turista hasta que su condición imperial le obligó a resignarse a volar en carrozas doradas. Sobre todo, ejerció un poder de seducción que le llevó a embarcar en sus proyectos a gobernantes que a menudo se situaban en las antípodas de su ideología, Fidel Castro o Felipe González. Se trataba de plantar hoteles por doquier, de movilizar a la población del planeta de una playa a otra. Shake and roll.
Mi experiencia personal del mito navega a la altura de esta leyenda de persuasión. En 1984, Escarrer inauguraba en la playa Nusa Dua de Bali el primer establecimiento asiático de Sol que pronto sería Meliá. Asistía el presidente o dictador indonesio, general Suharto. La escenificación del hotelero mallorquín en torno al jefe de Estado, improvisando una danza digna de un musical de Hollywood, era fascinante en sí misma, Cristóbal Colón persuadiendo a los Reyes Católicos de la inevitabilidad de una empresa irreal. Allí entendí el fenómeno Escarrer.
Gabriel Escarrer en la inauguración de su primer hotel en Bali. / Miquel Massuti
No puede ser casualidad que el general mallorquín Valeriano Weyler creara en Cuba a finales del siglo XIX los campos de concentración tal como hoy los conocemos. En la centuria siguiente, y sin cambiar de isla, Escarrer le implantaría a Fidel Castro en sus mismísimas narices los campos de dispersión o diversión, resorts de gestión semipública que supondrían de facto la distorsión capitalista del marxismo caribeño. Washington no perdonaría jamás estas instalaciones desafiantes, que fueron más importantes para la salvaguarda de la peculiaridad torturada de la isla que los misiles de Khruschev en 1962. Más de treinta proyectiles hoteleros, en el caso de Escarrer.
Los residentes en los campos de diversión permanecen encerrados y con pulseras identificatorias como en los Lager, pero en condiciones de privilegio. El turismo es la muy contaminante industria de la felicidad, siempre engañosa pero que Escarrer supo administrar sin rival hasta en medio millar de establecimientos. Su error, fruto de la precipitación del desarrollismo, consistió en darse cuenta demasiado tarde de que un establecimiento de cinco estrellas rinde cinco veces más que los bloques de dos o tres estrellas que levantó para que toda Europa pudiera visitar Baleares a un precio módico. Demasiado módico.
Escarrer hubiera empezado hoy por las cuatro estrellas, pero ya no queda ni un pedazo de la Mallorca saturada donde experimentar, si bien los políticos pretenden que gobiernan una isla inacabable. Es curioso que el hotelero fallecido y sus colegas sean actualmente los guardianes de una mínima conciencia medioambiental, aunque solo sea por un estricto criterio de supervivencia.
Escarrer no saldría hoy a Bolsa, sé en primera persona que se hubiera emancipado a la primera oportunidad del corsé esclavista del mercado variable, que exige transparencia y sometimiento a reglas ajenas. Nadie le decía al Rey Sol en qué consistía el turismo, cómo se gestionaba y hacia dónde se dirigía. La aventura bursátil fue una iniciativa de su primogénito Sebastián Escarrer, que acabó cruelmente con la eliminación del innovador de la gestión y de la línea dinástica.
También aquí dispongo de la versión personal de Escarrer y, si ello fuera posible, señalaría que me la susurró al borde de las lágrimas. El hombre que siempre tomaba sus decisiones, sometió su herencia empresarial a una consulta de 360 grados a los ejecutivos de su empresa. La votación abrumadora significó la caída de Sebastián en beneficio de Gabriel Escarrer Junior o Jaume. «Ha sido un asunto muy duro», me decía el padre sin saber que estaba anticipando la fenomenal teleserie Succession.
Austero hasta el punto de sentirse incómodo en el fortín que Oriol Bohigas le construyó en Son Vida, implacable, poseído por su misión, anteponiendo la visión empresarial a las circunstancias familiares. Sublimó El Arte del Trato antes que Donald Trump. Así fue Escarrer desde que se levantó hotelero hasta que muere con el mismo título, incapaz de abandonar una presidencia inseparable de su identidad.
Glenn Fogel afirmaba como consejero delegado de Booking que «el sector turístico sirve de entrada al mercado laboral a personas jóvenes, sin una elevada cualificación, que pueden aprender un negocio y desarrollar una carrera. Es una escalera al éxito económico». Se ha paralizado este ascensor turístico que predicaba el CEO. Los camareros actuales ya no quieren ser ni hoteleros. Curiosamente, la paralización ocurre en el momento en que más se necesita un Gabriel Escarrer treintañero, con sensibilidad ecológica y ánimo disruptivo. El unicornio, que dicen los cursis.
El Sol ha muerto, viva el Sol. Un Gabriel Escarrer sucede a otro Gabriel Escarrer, pero el nombre y la dinastía no bastan para garantizarse la continuidad. Tampoco basta la alianza con Rafael Nadal, el tercer vértice del triángulo divino con March y Escarrer padre. El título de Escarrer no es hereditario, hay que ganárselo y el creador del concepto lo ha puesto muy difícil.
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