Herencias de aristócratas o la paradoja social

#Infraganti justo hace un año se preguntaba si pululaban los delitos en ‘herencias yacentes’, las pendientes de reparto. Hoy toca el dúo dinero & codicia entre legados de aristócratas. Tan ejemplarizante realidad es tributaria de una sociedad con interrogantes

Herencias de aristócratas o la paradoja social / Juan-Carlos Arias

Juan-Carlos Arias

Escribíamos -con éxito de miles de lecturas, repercusión en internet y redes- que las ‘herencias yacentes, es decir, los legados no repartidos entre los herederos son escenarios legales donde se cometen incontables delitos, antes y después de la aceptación del legado. Abordábamos ahí conflictos -y casos singulares- sobre ciudadanos que pugnan por dineros no trabajados. La lotería de heredar siempre toca: la terminación, pedreas ‘con/sin peleas’, centenas, decenas o el ‘gordo’: se vacía premortem lo ‘heredable’. En esos líos hay también, antes o después, divorcios.

Pensábamos que en las herencias tenían ‘clases’. Según los griegos aristocracia equivalía al gobierno de los mejores, de los elegidos. Los más ingenuos creímos que la sangre azul sólo corría por ciertas venas, pero el error es clamoroso. Los antiguos nobles -privilegiados en el medievo- se pelean igual o más por dinero que los plebeyos. El ‘maldito parné’ del pueblo lo codician también herederos de marquesados condados, señoríos, ducados...

La condesa coleccionista

Mª Regla Manjón Mergelina (1851-1938) pasó a la historia como la más cultivada heredera del Condado de Lebrija. En su palacio, adquirido en 1901, de la calle Cuna atesoró antigüedades y arte comprado sin preguntar mucho por su procedencia. Hoy, felizmente, puede admirarse ese palacio y colección. Desde 1999 es Museo al pública o se alquila para eventos.

El dinero de la Condesa, y el de su esposo Federico Sánchez Bedoya, nutrió también una valiosa biblioteca. El Ayuntamiento de Sevilla la hizo Hija Adoptiva y Predilecta. Sus restos, gracias a sus méritos vitales ligados al coleccionismo y tras enviudar, reposan en el Panteón de Sevillanos Ilustres junto al que fuera su insigne marido.

La Condesa de Lebrija, al carecer de descendencia, desató trifulcas entre quienes se consideraron herederos de su palacio, propiedades y colección artística. La muerte de tan culta aristócrata, durante la España de la posguerra, generó litigios que duraron años.

El Gabinete de Identificación de la Policía, por orden de un Gobernador en la época franquista, elaboró un inventario centrado en la valiosa colección de la Condesa. Una vez concluso el dictamen policial se recomendó mantener la unidad de la colección. Movilizar restos arqueológicos, cuadros, etc... a diferentes destinos quebraría su valor. Al tesón de la actual propietaria del Palacio-Museo, Isabel de León Borrero, Marquesa de Méritos y Presidente de la Academia de Bellas Artes debemos en gran parte que sevillanos y visitantes disfruten del valor creado por la Condesa de Lebrija.

En otros casos, cuando hay hijos extramatrimoniales o no reconocidos, y casi siempre ante legados millonarios, el ADN aclara dudas ante demandas de filiación sobre restos exhumados. El dinero resucita los huesos de las tumbas. Así buscan maná en herencias.

Los Alba y Medina Sidonia siguen ahí

Cayetana Fitz-James Stuart (1926-2014) vivió como sevillana aún naciendo en la capital española y tener apellidos británicos. La XVIII Duquesa de Alba pidió ser enterrada en Sevilla, en un templo adonde llevarle flores. En vida Doña Cayetana no disimuló su amor hispalense, al flamenco, a lo taurino y su militancia verdiblanca. Tampoco soslayó evitar conflictos entre los herederos del mayor patrimonio aristocrático español.

Su sucesor, el actual Duque de Alba abrió el Palacio de Dueñas al público. Lo limitó Cayetana en vida a su intimidad, fiestas y filantropías. Dueñas lo conocíamos por el inolvidable Antonio Machado con poemas densos sobre limoneros y aguas cristalinas que fluyen por sus acequias y fuentes.

Como pasa en todas las herencias siempre hay alguien insatisfecho o que esperaba más. En la Casa de Alba hay muchos títulos nobiliarios y Grandezas de España para repartir. Pero intuimos respetuoso silencio ante esos desvaríos que afloran desde el óbito de quien causa el legado. En el caso de los Alba la fortuna se repartió en vida. La sangre azul no distinguió venas ni arterias de la más roja.

Una de las claves para que la Casa de Alba no sea un polvorín con la desaparición de Doña Cayetana es legar a una Fundación lo esencial del arte y patrimonio, es decir, lo que vale más si está unificado. La minusvalía de una finca troceada o una colección fragmentada la acusan hasta los que más vindican a priori derechos.... Los lectores más inteligentes entenderán lo que se insinúa

Un ejemplo ilustrativo de lo obrado por la Casa de Alba es lo que ya hizo la irrepetible Isabel Álvarez de Toledo (1936-2008), última Duquesa de Medina Sidonia. Una Fundación mantiene el palacio ducal sanluqueño y el valioso Archivo que registra la historia de España y Portugal mucho antes de existir como estados. La Duquesita, como cariñosamente se le recuerda, realizó una impagable labor investigadora y compiladora que hizo accesible el incontable número de legajos del Archivo Ducal.

Hubo pleitos entre herederos de ésta Duquesa, pero su voluntad de trasmitir la Historia con mayúsculas ha quedado intacta. Los líos judiciales, además de tardar años en resolverse, entrañan gastos y decisiones que raramente son plato de buen gusto para los litigantes. Hoy la viuda de la Duquesita convive en palacio con los herederos de la aristócrata, bautizada también como ‘Duquesa Roja por su oposición al franquismo que la llevó hasta a la cárcel

Los líos de los Medinaceli

Uno de los linajes nobles más adinerados e influyentes de los españoles también tiene a Sevilla como epicentro. La Fundación Ducal Casa de Medinaceli imita en sus objetivos, a los Alba y Medina Sidonia, también con el norte de pagar menos al fisco. El Palacio de Pilatos es su propiedad hispalense más conocida y visitada.

Los integrantes de tan ilustre Casa sin embargo registran realidades y leyendas a gogó, si se permite un coloquialismo plebeyo. La muerte -a los 96- años de la penúltima Duquesa en 2013, Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa tuvo un antes en cuanto a determinados conflictos. La divertida vida, más tribulaciones en banquillos, comisarías y cárcel de uno de sus cuatro hijos fallecidos, Duque de Feria, disgustó a una Duquesa que vio y conoció demasiadas cosas en vida.

El que fuera marido de Mimi -la penúltima Duquesa-, estuvo cerca del Coronel Yagüe recuperando fincas ‘okupadas’ por milicianos y anarcosindicalistas a caballo. El militar centró el libro, prologado por Josep Fontana, La columna de la muerte (Editorial Crítica 2003) según el historiador Francisco Espinosa Maestre. La Sevilla más silenciosa calló más sobre este aristócrata y desgracias sufridas por su esposa en su larga vida. A la Duquesa sólo le sobrevivió un hijo, Ignacio -Duque de Segorbe- alma de la Fundación Ducal, creada en 1978.

Segorbe expulsó como patronos de la Fundación a familiares muy nobles, según los títulos que encarnan. Al parecer exigían lo imposible por heredar lo que aceptaron sus antecesores: ser parte de la Fundación y que ésta posea gran parte del patrimonio ducal. Segregar unos Grecos a un retablo y cobrar por activos serían parte de la demanda que los sacó de la Fundación. Obviamente, estos conflictos acaban en bufetes y juzgados.

En la Casa Ducal que posee el Palacio de Pilatos no se lavan muchas manos como Poncio en la época romana. Nada menos que en toda una Fundación de aristócratas se ventilan querellas intestinas que son presididas por el ‘maldito parné’.

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Las herencias dan a ganar mucho dinero a genealogistas, bufetes de abogados, asesores, auditores, tasadores, organismos públicos (Hacienda, Ayuntamientos...). Este dato lo acaban sabiendo quienes codician dineros, repetimos, no luchados por el esfuerzo personal. Pensábamos que los nobles estaban al margen de estas disputas, propias de vasallos. Pero es un error pensarlo. Una paradoja más de la sociedad en la que vivimos. Vienen al pelo palabras de Jacinto Benavente: ‘La única aristocracia posible y respetable es la de las personas decentes’.

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