21 horas en Munich: El matrimonio imposible entre deporte y violencia

La gran tragedia del deporte mundial el año 1972 se produjo durante los Juegos Olímpicos de Munich. Un comando terrorista de la banda criminal ‘Septiembre Negro’, secuestraba a parte de la delegación israelí y los asesinaba. En la operación de rescate perdían la vida secuestradores, deportistas y policía. Una auténtica tragedia y una penosa chapuza policial.

13 ene 2017 / 08:06 h - Actualizado: 13 ene 2017 / 18:49 h.
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  • Imagen de la película ‘21 horas en Munich’. / El Correo
    Imagen de la película ‘21 horas en Munich’. / El Correo
  • Un terrorista asomado a la terraza en uno de los apartamentos de la villa olímpica de Munich. / El Correo
    Un terrorista asomado a la terraza en uno de los apartamentos de la villa olímpica de Munich. / El Correo
  • Estado en el que quedó uno de los helicópteros en los que trasladaron a los terroristas y a los atletas asesinados hasta el aeropuerto. / El Correo
    Estado en el que quedó uno de los helicópteros en los que trasladaron a los terroristas y a los atletas asesinados hasta el aeropuerto. / El Correo
  • Parte del elenco junto al director durante un descanso en el rodaje. / El Correo
    Parte del elenco junto al director durante un descanso en el rodaje. / El Correo
  • Cartel de la película ‘21 horas en Munich’. / El Correo
    Cartel de la película ‘21 horas en Munich’. / El Correo

Si algo está enfrente de la práctica deportiva, si algo es contrario al espíritu olímpico, si algo es incompatible con la práctica de cualquier deporte, eso es la violencia. Sin embargo, siempre se ha intentado mezclar una cosa con la otra o se han buscado vías de politización de una competición importante por parte de algunos. El máximo exponente de uso del deporte como plataforma de difusión de un acto terrorista se produjo durante los Juegos Olímpicos que se celebraron en Munich el año 1.972.

Ochos terroristas palestinos que pertenecían a la banda «Septiembre Negro», el 5 de septiembre de aquel año, entraban en la villa olímpica y secuestraban a buena parte de la delegación israelí. Los terroristas exigían la liberación de más de 200 presos palestinos encarcelados en Israel.

El desastre fue absoluto. Y, por supuesto, el reguero de sangre abrumador. Parece ser que la policía alemana tenía indicios sobre la posibilidad de un acto terrorista durante los juegos aunque no dio importancia a las informaciones que había recibido. El Gobierno israelí puso a disposición de la policía alemana un comando de élite para asaltar la sede de su delegación y liberar a los secuestrados, pero se hizo cargo de la operación el jefe de policía de Munich, Manfred Schreiber, que no supo acertar con la estrategia y logró que la operación de rescate se convirtiera en una auténtica carnicería. Todo fue especialmente chapucero.

Dejo los datos más específicos sin mencionar porque se pueden conocer en la película 21 horas en Munich (21 Hours at Munich), un trabajo que trata de arrimarse a lo que sucedió con toda la exactitud posible; y sería una faena desvelar detalles a los que no los conocen.

La película es de estética setentera (ya desde los créditos se puede reconocer ese tipo de cine tan característico de la época) y el guion nace de la adaptación de la novela de Serge Groussard «The blood of Israel». El conjunto encaja en lo que conocemos como telefilm. Algo así.

Arranca la trama el 4 de septiembre de 1972 y narra las veintiuna horas siguientes que se vivieron en la villa olímpica de Munich. Los juegos continuaron su curso normal de competición.

Es curioso que es una película sin nada a su favor (un reparto flojito, una trama conocida de principio a fin, unos medios técnicos bastante precarios...) termina funcionando bien. La cinta, sin grandes pretensiones, entretiene y no se hace pesada en ningún momento.

Las actuaciones son horribles. Se libra del desastre William Holden. Pero tampoco hace nada del otro mundo. El papel es muy plano y no invita a lucimientos. Shirley Knight está correcta encarnando un personaje sin explotar. Franco Nero, un actor mediocre, hace un papel... mediocre. Y el resto pasa desapercibido porque la cosa no da para más. Los secundarios son los que se llevan la peor parte ya que, por lo que se ve, el director de la película estaba a lo suyo y no les dijo nada sobre como morirse, como caminar sin parecer un muñeco de trapo o como hacer gestos sin parecer un mamarracho. Else Quecke es la actriz que interpreta a la que fue primer ministro de Israel Golda Meir y, aunque el papel es cortísimo e irrelevante, logra una cosa muy importante: dejar claro con dos frases y tres ademanes qué postura tomó su Gobierno.

Los efectos especiales, para ser un trabajo de 1976, no están nada mal. Y el resto de elementos técnicos pasan con un aprobado la prueba. Eso sí, hay que insistir en que la película entretiene y, por parto, cumple el objetivo. Me temo que no hay nada más detrás de lo que se ve. Salvo ceñirse a lo que sucedió aquel día de 1972 no parece que tengamos que buscar otra cosa.

Hay que añadir que esta película podría servir de prólogo a la que filmó Steven Spielberg y que tituló «Munich». Él se centra en lo que sucedió después de esta tragedia y cómo se persiguió a los responsables del atentado en la villa olímpica. No tienen nada que ver los dos trabajos, claro está. Ni en sentido técnico, ni conceptual. Pero pueden resultar complementarias para los que estén interesados en saber más sobre este asunto.