Audiovisuales de una niñez

Los primeros años de los 80 se desplegaron en mi niñez, ante mis ojos y desde la pantalla del televisor. Era un tanto complicado escoger las historias, y disponer de un vídeo en el que introducir las películas de alquiler, una suerte. Los géneros fílmicos y seriados iban fraguando mi imaginario sobre qué era el humor, la tragedia, el terror... Así fue como empecé a ensanchar el mundo en el que vivía, dotándolo de múltiples tonos y sentidos.

02 jul 2016 / 12:58 h - Actualizado: 01 jul 2016 / 08:13 h.
"Tribuna Aladar"
  • Los Hermanos Marx. / El Correo
    Los Hermanos Marx. / El Correo
  • Un Gremlin ‘bueno’. / El Correo
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  • El maestro Yoda. El Correo
    El maestro Yoda. El Correo

En mi casa, la tríada, Marisol, Rocío Dúrcal y Joselito, eran una constante. Independientemente de las relaciones discordes y filiales que establecían Un rayo de Luz entre un abuelo y su nieta; Una Canción de Juventud entre una hija y su padre; y entre un capellán y un huérfano, El pequeño ruiseñor, estas películas te enganchaban porque sus canciones las canturreaba tu madre y la madre de tu madre a la hora de compaginar cualquier tarea. Una se afanaba por seguir la saga, cogía papel y boli, y cada vez que la reponían podía completar la siguiente estrofa para acabar sabiéndomelas tan bien como ellas. Hace poco, me regalaron el disco de las mejores canciones de cine de la Dúrcal, se lo pasé a mi madre y se emocionó tanto, que ahora no hay quien le quite el CD.

En casa de mi abuela Gracia, el cuento cambiaba un poquito. Había vídeo, primero fue Beta y después VHS. Mi tío Diego, quien siempre llegaba con pelis de los Hermanos Marx bajo el brazo, nos inició en el humor inteligente. Era alucinante como Harpo descomponía un piano y lo transformaba en un arpa, en un abrir y cerrar de ojos; la parte contratante de la primera parte; y el «rico helado de piña para el niño y la niña» de Chico en la genial Un día en las carreras, cuando le endosa unos cuantos libros a Groucho, para que pudiera realizar una apuesta segura, pero frustrada porque llegó tarde con tantos libros que le tuvo que comprar.

Mi primo, un año mayor que yo, era el encargado de coger las de Jaimito y Bruce Lee del vídeo club de al lado. Él devoraba las bolsas de pipas al mismo tiempo que yo me quedaba ensimismada con las artes marciales de un chino, exageradamente ágil y guapo, acabando con todos los que se le ponían por delante. El picante silbido del italiano de 30 años, vestido de colegial, que con repertorio de chistes verdes, intentaba ligarse a la profesora de turno aún lo escucho. Las pelis de terror como, Gremlins, también caían, esos monstruitos multiplicados podían destruirse sin necesidad de artillería, bastaba con un buen chorreón de agua; o como la que hacía que te pensaras decir el nombre Beetlejuice, tres veces, por si se atreviera aparecer.

El programa de entretenimiento infantil, como El planeta imaginario, introducido por el Arabesque nº1 de Debussy era puro surrealismo, que marcaba distancia de Espinete e iba más allá de la Bola de cristal.

Con padres trabajadores, tenía que dividir mi tiempo en casa de mi otra abuela, Josefa, en la que me pasaba a otro rango musical el de Parchís; Chispita y sus gorilas; Annie, la huerfanita, y la miseria humana que quizá desaparecería cuando el sol brillase mañana; la pelirroja, Pipi Calzaslargas, quien vivía con su mundo interior y su caballo y fregaba el suelo poniéndose dos cepillos en los pies, me hizo sentirme desconfiada al no creer que tenía un padre pirata y al final resultó ser cierto.

En los días de navidad, aparecían en las pequeñas pantallas las películas de fantasía y ciencia ficción, los chelines rojos en El mago de Oz; el poco de azúcar de Mary Poppins, que hacía a los banqueros retirados volar de la risa; Las aventuras del barón de Münchhausen surcando los cielos en un barco; o la imagen de Eliot en una bicicleta acompañando a E.T, dejando sus sombras en la luna, iba acompañada de la anécdota que me cuenta mi madre, de cuando esperaba en la cola para ver la escena en la gran pantalla, estando mi hermana, en su vientre, cayó redonda al suelo. Claro, íbamos todos a verla y ella no. Encuentros en la tercera fase; 2001, Una Odisea en el Espacio y La guerra de las galaxias me hizo plantearme la posibilidad de existencia de otros seres en otros planetas.

En el camino al colegio con mis amigas, Miriam, Carolina, Lucía, Rocío y Bea, solíamos comentar el capítulo de Sensación de vivir, Melrose Place y la película de Cócktail, protagonizada por Tom Cruise de quien la mayoría de nosotras teníamos forradas las paredes de nuestros cuartos con sus pósters o las carpetas. Recuerdo que en los bailes de fin de curso, actuábamos haciendo un tributo a Grease, Flash Dance o Dirty Dancing. En lo que no coincidía y no podía compartir, bueno, sólo con mi padre, era la serie Twin Peaks, donde Laura Palmer aparecía muerta dentro de una bolsa de plástico y dejando como pista sólo un diario. El suspense que sentía por esta historia me sobrepasaba hasta el punto de acudir a la librería para hacerme con un ejemplar del diario que comercializaban. El otro día me sorprendió tanto un fragmento de un capítulo, emitido en el digital, que no pude seguir viéndolo y cuando era niña estaba más que encantada, siguiéndola cada semana.

Lo que no entiendo aún es que con aquellos comienzos peliculeros tan tradicionalistas, haya acabado inclinándome por el cine independiente.