Coge tu vida y corre

El deporte es una enorme fuente de valores para el hombre. Si algo refuerza el sentido solidario, la amistad o la lealtad, es la práctica deportiva. El atletismo, en el que el ser humano no abandona su medio natural ni puede depender de nada que no sea él mismo, se presenta como las más grande de las manifestaciones deportivas

09 feb 2020 / 12:02 h - Actualizado: 09 feb 2020 / 12:24 h.
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  • Escena de la película de Hugh Hudson «Carros de fuego» («Chariots of fire»). / El Correo
    Escena de la película de Hugh Hudson «Carros de fuego» («Chariots of fire»). / El Correo

El hombre que corre practica un deporte en el que nada ni nadie puede ayudar, en el que no se depende de máquina alguna. Resistir o ser veloz; ser capaz de sobrepasar obstáculos hasta llegar en el menor tiempo posible al final de la carrera. Quizá, por ello, es el deporte rey en los juegos olímpicos. El hombre en su medio natural y frente a sí mismo.

Son muchas las páginas dedicadas a este deporte, muchas las horas de rodaje en el que el atletismo (concretamente las carreras de velocidad, resistencia u obstáculos) ha sido protagonista. Aunque algunas de estas obras resultan más relevantes que otras.

Coge tu vida y corre
Según Sillitone en la que la vida se puede ver como una larga y dolorosa carrera de fondo. / El Correo

Si centramos la atención en la literatura, nos encontramos, por ejemplo, con un excelente relato de Alan Sillitone titulado «La soledad del corredor de fondo» («The lonelines of the long distance runner»). Nos cuentan cómo un muchacho recluido en un correccional tiene que entrenar para ganar una prueba entre centros. La fortaleza del texto no se encuentra en la trama (divertidísima, amena, gamberra y transgresora), lo importante es entender la gran metáfora construida por Sillitone en la que la vida se puede ver como una larga y dolorosa carrera de fondo en la que cada uno de nosotros debe elegir dónde está la línea de llegada, qué recorrido hay que cubrir o si se termina antes de tiempo. Pero, también, una carrera en la que nos encontramos con grandes peligros y grandes retos que debemos superar. La voz narrativa corresponde al personaje principal y eso permite al lector experimentar sin filtros lo mismo que él: pensamiento durante la carrera, la distorsión del tiempo, el sentimiento de soledad, el individualismo, la guerra declarada desde antes de los tiempos entre unos y otros (aquí Sillitone se centra en la lucha de clases que resulta fundamental para interpretar esta carrera que se nos cuenta; es por ello por lo que este texto se convierte en una narración de plena actualidad que removería conciencias entre los lectores). En 1962, se rodó una espléndida película que dirigió Tony Richardson. Tan recomendable como el relato original.

Coge tu vida y corre
Dustin Hoffman y Laurence Olivier están enormes en «Marathon Man». / El Correo

Otra película en la que el protagonista es corredor de fondo, en concreto de maratón, y en la que podemos observar esa idea de vida como carrera extenuante, es «Marathon Man». En este caso nos enfrentamos a un thriller en el que el nazismo toma todo el protagonismo. Con un arranque espectacular, el realizador John Schlesinger nos arrastra al mundo del crimen, de la mentira, de la maldad más absoluta. La película logra momentos extraordinarios y la tensión narrativa se eleva hasta llegar a un climax total. Eso sí, quedan algunos cabos argumentales sueltos. Posiblemente, en la mesa de montaje se tuvieron que descartar secuencias que explicarían algunas cosas. Por otra parte, los amantes de la ópera disfrutarán de un aria de la ópera de Massenet «Herodiade» («Oors, O cité perverse») que matiza a la perfección la acción y de parte de la pieza de Franz Schubert «Der Neugierige» que tanto gustaba a los nazis.

Los amantes del maratón encontrarán otra metáfora de lo más atractiva en este trabajo (no pierdan de vista las imágenes intercaladas del corredor Abebe Bikila en el que piensa el protagonista mientras corre entrenando o escapando de los villanos) y, desde luego, una entretenida película en la que Dustin Hoffman y Laurence Olivier están enormes.

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«Carros de fuego» («Chariots of fire») se convierte en un panfleto propagandístico en el que se ensalza lo británico. / El Correo

Es casi obligado mencionar la película del director británico Hugh Hudson «Carros de fuego» («Chariots of fire»). Una serie de atletas británicos preparan su participación en los juegos olímpicos de 1924 que se disputaron en París y terminan obteniendo diversos triunfos. La película obtuvo cuatro premios Óscar en 1981.

Lo que se narra no se ajusta a la realidad histórica y se cometen errores de bulto en el argumento. Y esto no es algo que perjudique a la película (suele ocurrir con frecuencia), pero la intención con la que se cometen esas faltas de rigor sí supone un problema. «Carros de fuego» se convierte en un panfleto propagandístico en el que se ensalza lo británico cuando, por ejemplo, esas olimpiadas fueron bastante desastrosas para ellos; se arremete contra los franceses para quedar por encima de ellos. Cosas de este estilo. Eso sí, la puesta en escena es primorosa, el vestuario está cuidadísimo, la música de Vangelis resulta inolvidable y el atletismo es el gran protagonista. El atletismo y los valores que el deporte, en general, aportan al ser humano: afán de superación, amistad, solidaridad.

Queda para la historia cinematográfica esa primera secuencia que el fotógrafo David Watkin convirtió en una obra de arte (los corredores entrenan a la orilla del mar y suena la música de Vangelis).

Si son tan amables, acepten una sugerencia de el que escribe: cuando corran; bien por placer, bien entrenando para participar en alguna prueba; no olviden su reproductor de música portátil. Está demostrado que escuchar música (en concreto, clásica) hace que la actividad cerebral permita una capacidad de reflexión mucho mayor. Y esos momentos en los que el ser humano se encuentra en soledad son, cada vez, más escasos. Comenzar con la novena de Ludwig van Beethoven o con algo de Mozart es una buena elección.