Cuando los muros te susurran poemas de amor

En todas las ciudades, existen rincones, plazas e inmuebles que resultan inolvidables para aquel que los visita por primera vez. Sevilla está lleno de ellos. Y si alguno es bello, acogedor y se presenta como motivo de inspiración para, por ejemplo, un escritor, ese es el Hotel Boutique Casa del Poeta, un establecimiento en pleno Barrio de Santa Cruz.

26 nov 2016 / 12:30 h - Actualizado: 26 nov 2016 / 14:09 h.
"Instalaciones - Aladar"
  • Fuente que se encuentra junto la recepción del Hotel Boutique Casa del Poeta. / El Correo
    Fuente que se encuentra junto la recepción del Hotel Boutique Casa del Poeta. / El Correo
  • Detalle del patio del Hotel Boutique Casa del Poeta. / El Correo
    Detalle del patio del Hotel Boutique Casa del Poeta. / El Correo
  • La tranquilidad y el buen gusto son característicos en este establecimiento sevillano. / El Correo
    La tranquilidad y el buen gusto son característicos en este establecimiento sevillano. / El Correo
  • El Hotel Boutique Casa del Poeta ha sido premiado por los Trivago Awards en la categoría de ‘Hoteles de cuatro estrellas’. / El Correo
    El Hotel Boutique Casa del Poeta ha sido premiado por los Trivago Awards en la categoría de ‘Hoteles de cuatro estrellas’. / El Correo
  • Habitación del Hotel Boutique Casa del Poeta. / El Correo
    Habitación del Hotel Boutique Casa del Poeta. / El Correo

Al llegar, Trinidad Gil ya espera en la puerta del hotel del que es propietaria. Pienso que es todo un privilegio para cualquier persona atesorar tanta historia, tanto arte, tanta esencia de lo que es Andalucía, entre estos muros. Es el Hotel Boutique Casa del Poeta, un establecimiento que se encuentra en la calle Don Carlos Alonso Chaparro, junto a la Catedral de Sevilla, en pleno Barrio de Santa Cruz.

Trinidad es una mujer atractiva, cuidadosa y cercana en el trato hasta lo exquisito, gran conversadora.

Muestra el hotel con delicadeza. Cuando señala un objeto o un espacio lo hace con un movimiento rápido, uno de esos que apenas nota nadie. Se trata de un edificio de finales del siglo XVI o principios del siglo XVII, conocido como Casa del Poeta puesto que aquí,-entre esta cuatro paredes tan hermosas, pienso-, vivió Diego Jiménez de Enciso (Sevilla, 1585 - ibíd., 1634), dramaturgo español del Siglo de Oro. Está protegido y no pueden modificarse los elementos estructurales. Se ve muy parecida a lo que fue justo después de su construcción. Por eso, algunas obras de arte abstracto que decoran las paredes representan la vanguardia de arte del siglo XVII, cuando aún ni estaban en mente alguna. Por un momento, parece que el tiempo sea otro y que se confundan los años, las décimas de segundo, un par de siglos.

Los materiales del edificio son nobles y se dejan querer. El artesonado de madera del salón de lectura es, sencillamente, coqueto con el visitante y te arropa al llegar, te invita a tomar asiento y disfrutar de un silencio que solo se puede manufacturar en este entorno.

Un café cortado. Un par de botellas de agua del tiempo. Tranquilidad y silencio. El que entra por la puerta y es recibido con un aroma que mezcla nardos, azahar y jazmín (todas plantas de la tierra sevillana) y contempla, al mismo tiempo, la fuente que adorna la pared junto a la recepción, sabe que llega a un universo en el que el reposo de los sentidos en el único y auténtico rey.

Hablamos de las dieciocho habitaciones con las que cuenta el hotel, de los cuidados extremos que hay que manejar para que esas sensaciones que se ofrecen queden ilesas con el ir y venir de los turistas (en un 95 por ciento británicos, americanos, franceses e italianos), para que el ruido que llega al caer el agua en la fuente central del patio no se quiebre y pueda seguir envolviendo como una gran tela de araña un lugar en el que podría aparecer el mismísimo Jiménez de Enciso. O Lorca, o Huidobro, o Vallejo, o Neruda. Poemas de amor se elevan sobre los muros como si fueran enredaderas.

Desde el salón veo el patio rodeado de columnas. Camino de un lado a otro disfrutando de cada centímetro y un bronce de Francisco Parra se planta robusto delante de mí. Le guarda el flanco derecho un óleo de Clelia Muchetti, uno que vi hace un par de años o tres en Casa de Vacas de Madrid expuesto junto a sus compañeros de camada.

El hotel funciona como tal desde el año 2014. Antes había sido una escuela y la vivienda de los propietarios del centro escolar. Y ahora ha sido premiado por la Trivago Awards como Mejor Hotel de cuatro estrellas de España. No es extraño, pienso. Escribiría mi próxima novela aquí, en esta misma mesa en la que estoy, escuchando lo que escucho, viendo lo que veo, saboreando un café expreso igual que este.

Trinidad Gil se muestra amable hasta el final. Le pregunto y contesta con un cariño infinito por su negocio. Repite un par de veces que lo que más desea es que Sevilla se conozca mucho más en el mundo gracias a edificios como en el que estamos. Se queja de que la ciudad no se conoce lo suficiente fuera de España, de que es una pena.

Antes de despedirme me fijo en el color de las plantas. El verde brilla y se derrama sobre el suelo. Pondría las manos debajo para recoger esta sensación y llevarla conmigo de vuelta. E imagino al escritor tras la mesa de madera oscura, las lámparas doradas, los sillones, los espejos, el rumor del agua viva. Imagino la novela que solo aquí se podría escribir, abrazado por la inspiración de los otros que ya estuvieron. Tiemblo ligeramente.

Después de un adiós piso el universo de siempre, el grande y caótico. Prometo regresar con mi cuaderno de páginas amarillas y mi estilográfica cargada con tinta verde. Supongo que prometo un regreso que, todo el que pisa este hotel, se termina convirtiendo en cierto antes o después.