Ética para Amador

06 may 2015 / 16:56 h - Actualizado: 06 may 2015 / 16:58 h.
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  • Ética para Amador
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Han pasado muchos años desde que Fernando Savater escribió su Ética para Amador y, con ellos, son muchas las cosas que han cambiado. Amador, su hijo, ya no es ese chaval de 17 años perteneciente a esa generación bien o mal llamada X, que pasaba de la política y los políticos, que consideraba que ese rollo era muy chungo, que no había más que chorizos, que mienten hasta cuando duermen, y que tenía, en líneas generales, una actitud más que pasiva hacia ella. Que pensaba que más valía dedicarse a vivir lo mejor posible y a ganar dinero, en vez de perder el tiempo en tonterías como cambiar el mundo. Que tenía como referente vital a Mario Conde. Amador es ahora un conocido pensador, más que interesado por la política, a cuyo análisis dedica buena parte de sus estudios; su generación (la mía) está ahora abrumada por la situación, la crisis generalizada, las hipotecas y las responsabilidades propias de la edad adulta y, lo que es aún más importante: esa apatía generalizada, esa abulia social ha desaparecido por completo.

No hay bar ni parada de autobús en que no haya conversaciones (y discusiones) acerca de lo que está haciendo o dejando de hacer el Gobierno, se conocen los nombres, vidas, hechos y milagros de los candidatos a mantenerse en su puesto o a reemplazarlo y la sociedad, en su conjunto, no ha tenido más remedio que reaccionar. La percepción puede que no haya cambiado en exceso, pero sí la manera de vivirla. Y, en estas circunstancias, Política para Amador, ese texto que Savater escribió alarmado y lleno de cariño hacia su hijo, y, por extensión, hacia toda una generación, se hace imprescindible. Cierto es que tanto este como su antecesor, Ética para Amador, se convirtieron inmediatamente en referente y en material de lectura en instituto por lo ameno de su lenguaje, lo directo y claro del mismo, lo didáctico y lo serio al tiempo en cuanto al contenido; pero no debe verse, aún así, como un libro para adolescentes. Porque lo que hace es llevarnos a todos, y hacernos pensar sobre ello, al origen de todo.

A lo que está antes, y por debajo de llegar a las divisiones en izquierda y derecha; en conservadores y progresistas, en Estado y Autonomías. De lo que nos habla (y aseguro que es un buen revulsivo), es del ser humano. De la necesidad de organizarnos en sociedad. De la democracia –ese invento griego–, la libertad y la guerra. Del dinero. De lo que somos, en suma, y del sustrato moral, ético e histórico de lo que nos ha llevado al momento concreto en que estamos como sociedad. De disyuntivas, opciones, y valores. De la indisolubilidad de estos y su proyección en comunidad, si queremos ser tal. De lo básico para entender el mundo y saber que somos, queramos o no, partícipes. Y lo hace de tal manera, en esa segunda persona con la que escribe a su hijo, que parece que nos lo está contando (y lo hace) a todos y cada uno. Con un lenguaje asequible y lleno de dinamismo. Como si estuviera hablando sentado a la mesa. En una en la que todos estamos.

Calificación: imprescindible.

Tipo de lectura: amena.

Tipo de lector: todos.

Dónde leerlo: a las puertas del Senado o del Banco de España.