«La zona gris»: El precio de las personas

El ser humano no conoce sus límites. Los puede imaginar aunque siempre desde el peligro que supone la equivocación absoluta

29 mar 2021 / 08:18 h - Actualizado: 29 mar 2021 / 08:25 h.
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«La zona gris» es una película que explora esa zona tan desconocida para el ser humano. Puede parecer un disparate, pero si algo está fuera de control son los límites que podemos llegar a cruzar.

El realizador Tim Blake Nelson consigue entregar un producto bien estructurado que no quiere dejar cabos sueltos. La zona más oscura del ser humano existe y puede aparecer en cualquier momento o lugar; hay que mirar a la cara del mal para saber con qué nos enfrentamos; nadie está al margen de la maldad porque todos tenemos un precio. La novela del Dr. Miklos Nyiszli sirve de arranque para que Tim Blake Nelson escriba el guión de una de las películas más difíciles de ver que se recuerdan. Porque eso que cuenta ocurrió, porque eso que cuenta no se evitó por muchas personas que conocían la verdad de lo que sucedía en los campos de concentración alemanes, porque las respuestas a las preguntas que se formulan asustan.

Los sonderkommanders eran los judíos encargados (en el campo de exterminio alemán de Auschwitz-Birkenau) de hacer entrar a miles de personas en la cámara de gas, arrancarles los dientes de oro, despojarles de todo lo valioso, cortarles el pelo después de muertos, introducirles en un horno y tirar sus cenizas a un río. A cambio, esos judíos recibían comida, cierto trato de privilegio y una muerte un poco más allá de la fecha prevista. El penúltimo de esos sonderkommanders es en el que se centra la trama. Porque cuando sus integrantes saben que su propia muerte está próxima deciden rebelarse.

«La zona gris»: El precio de las personas

El color azul y gris predomina en todo el metraje. Tan sólo aparece un color vivo cuando la esperanza es cierta. Es decir, cuando llega la muerte. Un enfoque duro y catastrofista que permite tener al espectador un pequeño margen de maniobra ante lo que ve. Muy pequeño. La música multiplica este efecto de forma colosal. La escena en la que los judíos llegados en tren deben entrar en la cámara de gas mientras una orquesta formada por otros judíos (lo que queda de ellos) ameniza la acción, es espeluznante. Y si falta la música se escucha el sonido de los hornos funcionando sin descanso, el del gas aniquilando personas. Es un sonido que se lleva puesto cualquiera que ve la película y que difícilmente olvidará. Vestuario, maquillaje y peluquería acompañan con corrección toda la trama.

La dirección actoral es notable. David Arquette, Steve Buscemi, Harvey Keitel, Natasha Lyonne, Mira Sorvino, Daniel Benzali, David Chandler y Allan Corduner se mueven por la pantalla dando vida a personajes sin alma, sin esperanza alguna. Ninguno de ellos las tienen. Sobresale David Arquette. Buscemi y Keitel tienen papeles más secundarios aunque defienden bien el trabajo.

El ritmo es el adecuado y tira del espectador desde el primer momento. Y el director cierra la narración con las pocas opciones que tiene. En ese sentido no se pueden poner pegas. Sin embargo, justo cuando acaba la película, se produce un cambio en el punto de vista que no termina de encajar bien. Con él aparece la poesía (?), una luz de esperanza. Innecesario, traído por los pelos. Estas cosas no suelen funcionar bien.

«La zona gris» es una buena película. Difícil de encajar, pero que todo el mundo debería ver. Las preguntas que asaltan son terribles y las respuestas que se pueden dar insuficientes. Porque nadie sabe poner precio a su propia vida ni a la de los demás; nadie sabe lo que sería capaz de hacer si.

«La zona gris»: El precio de las personas