Red House: La clara demostración de que el blues lo es todo

Acaba una semana más del Festival Internacional de Jazz de Madrid y los aficionados que han pasado por los distintos teatros y auditorios en los que se están celebrando los conciertos, ya saben lo importante que es tener la cultura cerca y viva. Gracias a la cultura todo es más fácil

22 nov 2020 / 23:05 h - Actualizado: 22 nov 2020 / 23:35 h.
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Los seres humanos del mundo entero estamos pasando unos momentos difíciles, correosos, casi demoledores. Creo yo que vivimos deprimidos y todavía no nos hemos enterado. Todo es más silencioso, todo es distancia y miradas llenas de dudas; de cuidados, hace unos meses, impensables. Los trazos grises definen los contornos. Pero hay lugares en los que, durante un tiempo, todo parece que podría ser lo mismo que antes si somos capaces de aguantar un poco más. Los teatros, los auditorios.

El mundo de la cultura sigue tirando del carro a pesar de todas las dificultades que uno puede imaginar. Y a pesar del Ministro de Cultura. Ni un solo brote de coronavirus, ni uno solo, se ha vinculado a actividades del sector cultural y ni siquiera así se está disfrutando de ayudas importantes.

Los diferentes escenarios elegidos por la organización del Festival Internacional de Jazz están convirtiéndose en pura vida, en pura energía que nos puede ayudar a mejorar nuestra percepción de una realidad que nos construyen a golpe de noticias no siempre carentes de sensacionalismo innecesario. El cuidado con el que se están haciendo las cosas, las medidas de seguridad que la organización pone a disposición de los espectadores, el valor que están echando todas las personas que trabajan para que este festival se convierta en una realidad cada día, hacen que todo parezca un milagro. Los creyentes pueden pensar que Dios vive en una fusa. Los que no creen y piensan que es el azar el que ordena las cosas pueden pensar que la suerte duerme dentro de los instrumentos musicales. El caso es que, bien si esto es un milagro, bien si es el producto de una suerte insólita, el trabajo es maravilloso.

Era el turno de Red House, una banda que busca en el territorio del blues lo que necesitan para hacer música. Además, incorpora rock and roll, funki, country y trazas de rythm and blues, sin que nada rechine; entre otras cosas porque toda la música moderna es la acumulación de grandes cantidades de variaciones del blues. Red House funciona como un reloj y logran que el público se entregue sin remedio.

Jeff Espinoza, vocalista que se acompaña de una guitarra eléctrica o una acústica, canta bien y logra manejar un registro que va de lo sedoso a lo áspero sin que se genere sorpresa o rechazo. Es un músico con muchas horas de vuelo y sigue disfrutando sobre el escenario con un riff sólido y sin altibajos. Logra aludir a los asistentes y hacerles partícipes de la fiesta. Francisco Simón, además de dominar su guitarra es un espectáculo total (¡lo que le gusta la palanca de vibrato! Es la palanca que vemos en las guitarras eléctricas con las que se logra una tensión y longitud distintas en la cuerda haciendo que la frecuencia de la nota se modifique, del mismo modo que afecta a la altura de esa nota). Otro músico con mucha experiencia que es un cheque en blanco en cualquier banda. Carlos Sánchez, el baterista, es otro espectáculo. La base rítmica se construye desde su baquetas con robustez. Un concierto perfecto el de este músico. Y Manuel Bagüés es un músico muy discreto en las formas aunque convincente y casi quirúrgico con su bajo. Es decir, el concierto ha sido estupendo, el repertorio ha sido variado y de una potencia extraordinaria, y la conexión entre unos y otros ha funcionado como detonante de sensaciones. Al final, las cosas son así de sencillas.

En la platea, la diversión ha sido mucha. Las sensaciones han sido las suficientes como para olvidar la súper depresión colectiva que vivimos. Y, en resumen, la cultura demuestra otra vez que aunque no es sanadora se la debe tener como aliada porque facilita mucho las cosas del ánimo.