Especial Billy Wilder

«Sabrina» y «Ariane»: Wilder nos regala a Audrey Hepburn

Wilder contó con Audrey Hepburn en la estupenda «Sabrina» y la desigual «Ariane», dos comedias románticas en las que el cineasta permitió que desplegara su potencial una de las presencias más luminosas y genuinamente encantadoras del séptimo arte. En ambas películas, el realizador ponía mordazmente en evidencia el exagerado estilo de vida que pueden llevar los multimillonarios norteamericanos, pero su punto de vista dejaba a la entrañable Hepburn a salvo de toda crítica

26 jun 2020 / 23:18 h - Actualizado: 26 jun 2020 / 23:36 h.
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  • Gary Cooper y Audrey Hepburn. / El Correo
    Gary Cooper y Audrey Hepburn. / El Correo

Si bien Billy Wilder realizó audaces incursiones en el cine negro o en el drama, el género que más popular le hizo fue la comedia, en la que desplegó al menos tres estilos. Uno se caracterizaba por combinar lo cómico con cierto trasfondo dramático, ofreciéndonos una visión al tiempo ácida y divertida de la condición humana y de las taras del norteamericano medio. «El apartamento» es el mayor exponente. También bordó las farsas en las que se reía de todo y sometía a sus personajes a las situaciones más disparatadas, como hizo en «Con faldas y a lo loco» o en «Uno, dos, tres». Finalmente, trabajó la comedia romántica, repleta de glamour y «amour»... De este estilo fueron la mayoría de sus obras de su etapa como guionista y las dos películas que dirigió protagonizadas por Audrey Hepburn, «Sabrina» (1953) y «Ariane» («Love in the afternoon», 1957).

«Sabrina» y «Ariane»: Wilder nos regala a Audrey Hepburn
Audrey Hepburn en una escena de ‘Ariane’. / El Correo

Es en este tercer tipo en el que se aprecia más fácilmente su intento de emular a su admirado maestro, Ernst Lubitsch. Wilder hace gala de un fino humor basado en la insinuación, la picardía, la reiteración de elementos cómicos, los hilarantes personajes secundarios y los diálogos con un toque absurdo. Además, ambas películas transcurren al menos en parte en París, retratan mordazmente la banalidad del estilo de vida de los excesivamente ricos y son relatos de seducción basada en la impostura o el cambio de personalidad. Tuvieron la ventaja de contar con Hepburn y con buenas tramas, pero se vieron algo perjudicadas por sus inadecuados galanes protagonistas casi 30 años mayores que la actriz (la verdad es que casi toda la filmografía de los primeros tiempos de nuestra querida Audrey parece una oda al complejo de Electra...)

«Sabrina» es un relato que recuerda a «Cenicienta» en el que la ingenua hija del chófer de los Larrabee, una familia multimillonaria, suspira por el seductor hijo menor, David (William Holden), que no repara en ella. Se va a París para mejorar su educación y vuelve convertida en una bellísima y sofisticada mujer vestida de Givenchy, de la que David se enamora, pese a que está prometido con la heredera de un imperio industrial complementario al de los Larrabee. El hermano mayor de David, Linus (Humphrey Bogart), al que sólo preocupan los negocios, intenta boicotear el incipiente romance seduciendo a Sabrina. Ya se pueden imaginar el resto de la historia... La película engancha completamente al espectador, que asiste encantado al proceso de transformación de la joven y se divierte de lo lindo con el despliegue de elegancia, con los agudos diálogos y con personajes secundarios tan graciosos como el profesor de cocina de París, el entrañable colectivo de empleados del hogar de los Larrabee o el patriarca de esta familia.

«Sabrina» y «Ariane»: Wilder nos regala a Audrey Hepburn
Audrey Hepburn y William Holden en ‘Sabrina’. / El Correo

Sin embargo, el rodaje no tuvo nada de cuento de hadas pues Wilder dirigía de día y de noche reescribía un guión que no les acababa de convencer ni a él ni a su colaborador, Ernest Lehman. A esto se sumó que su relación con Bogart fue francamente difícil, ya que Wilder se dio cuenta de que había cometido un error de casting y se lo hizo sentir al el actor, que estaba muy incómodo en la piel de su personaje y celoso de la buena relación entre el director y las otras dos estrellas. Afortunadamente, como todos tenían muchísimo talento, el resultado no decepcionó y «Sabrina» tuvo una excelente acogida.

Wilder quería repetir con Hepburn y la oportunidad apareció en 1957, en otro título con nombre de mujer. «Ariane» es una estudiante de chelo, hija de un detective parisino que se dedica a descubrir infidelidades (Maurice Chevalier). Fascinada por uno de los investigados, un millonario americano que va de flor en flor (Gary Cooper), finge ser una mujer fatal para despertar su interés. Con esta obra empezó la colaboración de Wilder con un guionista de humor tan afortunado como el suyo, I.A.L Diamond, con el que trabajaría el resto de su carrera y con el que lograría sus mejores obras.

Pese a que Hepburn bordó el papel, la película no convenció al público. A los espectadores les dio repelús ver a Cooper como un avejentado y hueco crápula, acostumbrados a su íntegra imagen de hombre del Oeste. Para más inri, Audrey aparecía a veces con dos coletas que le restaban 12 de los 28 años que contaba entonces, acentuando la sensación de contemplar a un rijoso seduciendo a una virginal doncella. Pese a ese inconveniente y a un metraje excesivo, en la película abundan los momentos estupendos: la introducción en la que un lubitschiano Maurice Chevalier nos presenta París, un cuarteto cíngaro que sigue a Cooper allá a donde vaya, tocando Fascination y casi cualquier escena en la que aparece la protagonista (Ariane deambulando con un chelo que pesa más que ella, charlando con su padre, salvando a Cooper de un marido celoso, detallándole su imaginaria vida amorosa durante un bucólico paseo que parece surgido de un cuadro de Renoir...)

Estas dos obras nos permitieron disfrutar no sólo del talento de Wilder sino del esplendor de Audrey Hepburn, una presencia única, sobre la que el realizador siempre se deshizo en elogios. Cada década surge en Hollywood alguna aspirante a emular a este icono incombustible, pero como dijo el gran Billy, «el vestido de Givenchy ya está ocupado...»