«Hemos exprimido al mundo como a un limón»

La Fundación Savia, presidida por Francisco Casero, es una organización que busca reivindicar y dar a conocer el mundo rural

Julio Mármol julmarand /
12 dic 2020 / 04:00 h - Actualizado: 12 dic 2020 / 05:00 h.
"Turismo rural"
  • La Fundación Savia, presidida por Francisco Casero, es una organización que busca reivindicar y dar a conocer el mundo rural
    La Fundación Savia, presidida por Francisco Casero, es una organización que busca reivindicar y dar a conocer el mundo rural

La toma es la siguiente: Una mujer ante una cámara sonríe mientras abraza a un niño. Están en el umbral de una vieja casa. Una casa de pueblo. El fin del confinamiento los ha empujado hasta allí. Esto es algo que se ha visto decenas de veces por televisión o que se ha escuchado en varias emisoras de radio. La mujer cambia, pero el espíritu es el mismo: Hemos tenido que encerrarnos en nuestras casas durante meses para darnos cuenta de que vivir en la ciudad también tiene sus desventajas. Así que, a la primera ocasión, se ha puesto rumbo al pueblo. Algunos, como mera vacación. Otros, para quedarse.

La Fundación Savia lleva, desde 2014, señalando un horizonte perdido: El campo. En la literatura, existe un lugar común al que se ha venido a llamar, como el libro del que procede, “menosprecio de corte y alabanza a la aldea”. En la realidad, lo que es más bien común es lo contrario: La excesiva alabanza a la corte y el injusto menosprecio a la aldea. “En las escuelas”, dice Francisco Casero, presidente de la Fundación Savia, “ les enseñamos a los niños que hay que huir del mundo rural. Que debe matricularse uno en la universidad para lograr marcharse del pueblo y que no se tiene que volver”. La vida del labrador, la del ganadero o la del pastor son concebidas, desde fuera, como un fracaso. Y la del oficinista es un triunfo.

“Sevilla es una gran ciudad”, comenta Francisco, “pero es el mundo rural el que le procura el alimento necesario para sobrevivir, el agua suficiente para beber y el aire puro para respirar”. Antonio Aguilera, secretario de la Fundación, va más allá: “El mundo rural y el urbano no son dicotómicos. No existen de manera independiente. Los ganaderos tienen a sus clientes en la ciudad; y la ciudad, a sus proveedores en el campo”. Sin embargo, no hay aplausos a la altura de estos servicios para el mundo rural. En el mejor de los casos, hay silencio. Miradas por encima del hombro. Menosprecio.

Despoblamiento rural y plenos en Madrid

Cuando se publicaron los Presupuestos andaluces, llamó la atención de Francisco Casero la ausencia casi total de referencias al mundo rural: A excepción del punto seis, sobre las ayudas a jóvenes agricultores, todo cuanto había de este eran menciones a la caza y al toro bravo. “Su aportación no es muy significativa a la economía. Apenas llega al 0´1%”. En cambio, no se aborda el que para Francisco es el auténtico problema del mundo rural: Su despoblamiento. “Algunos dirán que en Andalucía el despoblamiento no es importante”, advierte. “Pero, cuidado, eso no es así: en Castilla, los pueblos son pequeños, con lo que se nota más. Aquí son grandes, y resulta que no se nota tanto, aunque cada vez tenga más importancia. En la provincia de Jaén, hasta la capital ha perdido población. En Sevilla, por ejemplo, la Sierra Norte pierde población cada año”.

A lo largo del siglo pasado, se ha producido un goteo constante en nuestros pueblos: Familias enteras los abandonaban. No volvían nunca. “Este es un comportamiento que proviene de una intención histórica incuestionable”, dice Antonio Aguilera, “y es que todos los padres quieren que sus hijos vivan mejor que ellos. Por eso, se marchaban a la ciudad, y por eso se siguen marchando, pero quizá deberíamos hablar largo y tendido de la calidad de vida que les espera en las ciudades, y la que dejan al irse del campo”. Es aquí cuando recuerda a todas esas personas que han regresado al pueblo tras el confinamiento. “Ahora, volver al mundo rural no debería ser un fracaso, sino un triunfo. Muchos querrían regresar al pueblo, y muchos lo están haciendo”. Vivir en un pueblo es vivir en un entorno en constante cambio. Un cambio que lo invita a uno a participar de él. “Y esto da calidad de vida”, asegura Antonio.

Carece de sentido”, dice Francisco, “que para rellenar un simple papel, un vecino de Constantina o de Guadalcanal tenga que venir a Sevilla. Trámites así son los que contribuyen al despoblamiento rural”. A esta situación incomprensible, añade un dato más: “Los plenos para debatir cómo paliar el despoblamiento rural se celebran en las grandes ciudades. En Madrid, por ejemplo. Eso no debería ser así. Tendrían que celebrarse en el mundo rural”. El señor Cayo debe coger el AVE para hablar de su pueblo.

La tradición que innova

El mundo rural sigue sus propias lógicas: se transforma día a día, avanza. Cada semana, aparecen nuevos tipos de cultivo; nuevas formas de manejar el ganado. Y, a la vez, prima la cautela, el respeto por las tradiciones y las costumbres de otros tiempos. “No es lo mismo ser conservador que prudente”, avisa Antonio. “La gente del campo es muy prudente porque de sus actos depende el que puedan o no comer. De la meteorología, del que se den bien o no las cosechas, etcétera. Así que no pueden arriesgarse. Su prudencia es una forma de supervivencia”.

Las ciudades se despiertan y se acuestan mirando el reloj, leyendo el periódico, escuchando la radio. El hombre urbano vive por y para la hora siguiente, en el presente más absoluto. “En el campo, en cambio, esta inmediatez no existe”, puntualiza Francisco.

En los últimos treinta años”, dice Antonio, “hemos cambiado más nuestro paisaje que en los treinta mil años anteriores. Hemos exprimido al mundo como a un limón”. El modus vivendi de la ciudad se ha trasladado al campo. Con la diferencia de que este no puede soportarlo.

Según la comunidad científica, la Tierra será un lugar difícilmente habitable en los próximos siglos: Los huracanes la azotarán noche tras noche, las sequías se prolongarán durante años, y los árboles se secarán y los animales caerán rendidos sobre el polvo, desapareciendo para siempre. Este es el planeta hacia el que nos dirigimos si no lo remediamos. Y desde la Fundación Savia lo están intentando.

En el ayuntamiento de Palma del Río, hasta cinco fuerzas políticas dieron su beneplácito para la creación de una institución cuyo propósito no era otro que el de garantizarle un futuro a nuestros nietos. Su nombre es el de Defensor de las Generaciones Futuras, y ha sido propuesto por la Fundación Savia. Tras el de Palma del Río, llegaron otros ayuntamientos, y la respuesta fue similar. Hoy, son 261 alcaldías en toda España las que respaldan el proyecto, avalado por la ONU, y que cuenta con el apoyo de hasta cuatro universidades andaluzas.

“Nosotros”, dice Francisco, “en nuestras reuniones, dejamos siempre una silla vacía”. La silla representa al que aún no ha podido votar; al que todavía no ha nacido; al hijo de este. “Será esa generación la que sufra o se beneficie de nuestras decisiones, así que conviene tenerla presente. Los pueblos indígenas, cuando se disponen a resolver un problema de cierta transcendencia, piensan en cómo afectará la solución a su quinta o séptima generación. Nosotros sólo pensamos en cómo nos afectará a nosotros”.

Desde Europa, se han liberado fondos para financiar proyectos sobre sostenibilidad, cambio climático y energías limpias. Se conocen como los New Generation. “No son sobres”, aclara Francisco, “y no irán a parar a los territorios. Para obtenerlos, se deben presentar proyectos atractivos y ambiciosos, cuya puesta en práctica beneficiará a las futuras generaciones, con lo que es muy importante que la sociedad debata sobre ellos, pidiendo trasparencia, y que se hagan buenas propuestas. Nunca hemos estado en semejante disposición de medios”. Alude, como modelo de proyecto, a las más de mil almazaras que hay en Andalucía: “Hablamos mucho de economía circular. Pues las almazaras son un ejemplo perfecto: produzcamos materia orgánica para devolverla a su medio natural”. O al esturión: este pez, de más de dos metros, desapareció del Guadalquivir hace décadas debido a la pesca intensiva y a la construcción de presas que le impedían remontar el curso del río para desovar. “¿Te imaginas lo que sería quitar estas presas para que el esturión pudiese volver al Guadalquivir? Y no sólo eso: Lo que sería que la calidad del agua mejorase, ya que es tan salina que hasta los arroceros se quejan, diciendo que no es óptima para los cultivos”. El Guadalquivir es el mayor río de Andalucía y uno de los mayores de la cuenca mediterránea. Apenas un 20% de sus aguas son aceptables según los parámetros de la UE.

Un rebaño de ovejas distintas

El verbo ignorar tiene dos acepciones. La primera y, hasta hace bien poco, única, significa “desconocer”. Es la ignorancia de esa Castilla machadiana, que desprecia aquello de lo que no sabe nada. La segunda acepción, un anglicismo, proviene del to ignore inglés, y significa “marginar”, “no hacer caso”, “menospreciar”.

Cuando a Francisco se le pregunta si nuestros políticos “saben de campo”, se toma unos segundos para meditar la respuesta. Después, dice: “No me preocupa que no sepan. Sino que no quieran saber. Y eso es lo que ocurre con ellos”. Es decir, los políticos ignoran el campo en sus dos acepciones.

Durante años, la Fundación Savia ha organizado coloquios en ciertas comarcas andaluzas. A estos, se invitaba a un consejero, al que recibían decenas de personalidades del lugar: Ganaderos, agricultores, alcaldes, etc. Ellos hablaban y el político escuchaba. Aprendía. “Con el nuevo gobierno, no hemos podido organizar ninguna. Con el anterior, hasta quince”. Hace años, convocaron una encuentro en la Alpujarra. Hora: Las diez de la mañana. El consejero que estaba invitado asistió, pero algo mareado. Las carreteras que suben y bajan por las montañas granadinas no están trazadas, precisamente, con escuadra y cartabón. “Menudo sitio has ido a buscar”, le dijo a Francisco. Este le contestó que era el lugar perfecto. El mundo rural.

“En las ciudades, tenéis una mentalidad muy distinta a la de los pueblos”, comenta Francisco. “Si tú pasas un día con un pastor, te vas a dar cuenta de que él es capaz de distinguir a sus ovejas. Las diferencia. Para ti, serán todas iguales. ¿Quién es el ignorante entonces? ¿El pastor, que no tiene estudios, o tú?”.

Gabi Martínez, escritor, dice que si existe algo a lo que pueda llamarse cultura, posiblemente la tenga el pastor y no él. Y tú, ¿Serías capaz de diferenciar a una oveja de otra?