Criptografía, el misterio de los números

Desde los albores de la Humanidad el ser humano ha necesitado esconder sus comunicaciones o mensajes importantes a fin de que no fueran interpretados por el enemigo

10 mar 2020 / 08:20 h - Actualizado: 10 mar 2020 / 08:23 h.
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La criptografía es el arte de esconder o hacer inteligibles mensajes que sólo otra persona pueda interpretar o leer usando un código correcto para ello.

La palabra criptografía tiene su origen en el griego Kryptós, que significa “escondido” u “oculto”, y Graphien que significa “escribir”.

Desde los albores de la Humanidad el ser humano ha necesitado esconder sus comunicaciones o mensajes importantes a fin de que no fueran interpretados por el enemigo. El mismo Julio César ya improvisó con un sistema llamado “cifrado César”, sencillo pero eficaz.

El tiempo, y la importancia que se le daba a la guerra, hicieron que se sofisticaran estos sistemas de comunicación oculta pasando de sistemas monoalfabéticos a polifacéticos. Así Vigenère fue muy usado hasta el año 1863 cuando el coronel prusiano Friedich Kasiki logró descifrarlo.

En 1918 se mejoró el sistema Vigenère por parte de Gilber Vernam y se dio paso a la moderna criptografía con sistemas altamente sofisticados como la máquina Enigma.

La Criptografía tiene su más directo rival en el Criptoanálisis, que estudia los sistemas para descifrar los mensajes cifrados o bajo código. Pero conozcamos mejor algunos, sólo algunos, de los códigos más famosos de la Historia.

La escritura jeroglífica

La escritura “oculta” más enigmática que ha conocido el hombre, por la fascinación que despertaba, es, sin dudas, la escritura jeroglífica egipcia, un tipo de escritura que se usó desde el milenio tercero antes de Cristo hasta casi el siglo cuatro de nuestra era, es decir, más de 3500 años.

La escritura jeroglífica egipcia surgió inicialmente como un código secreto pues estaba sólo al alcance de los sacerdotes que se cuidaban mucho de poner el conocimiento al alcance del pueblo, por aquello de que era más conveniente un pueblo analfabeto que un pueblo culto pues la cultura despertaba el Conocimiento y los haría más vulnerables...

Sólo los sacerdotes y las clases más privilegiadas podían acceder a su estudio, a su comprensión; así el pueblo llano cuando se enfrentaba a uno de estos “murales” cargados de signos e imágenes de dioses o faraones cual deidades no podían menos que sentir una profunda admiración, para el pueblo la escritura jeroglífica estaba dada por los dioses, era mágica e incomprensible, era el “lenguaje de los dioses”, las “palabras divinas”. Era tal la fascinación que sentía que creían que la escritura jeroglífica y su significado implícito podía llegar a dar la vida siendo representado en las tumbas de reyes y reinas para darle la vida eterna. Borrar un nombre era “matar” a quién se nombraba, algo que fue muy usual en el Antiguo Egipto.

La escritura jeroglífica fascinó al ser humano durante siglos, milenios, no pudiendo lograr descifrarla y siendo un lenguaje secreto fuera del alcance de quién no pudiera interpretarlo. En 1808 el francés Jean Françoise Champollion estudió un pedazo de pierda que le hizo llegar un oficial del ejército francés encontrada durante las campañas napoleónicas en 1799, era la Piedra Rosetta.

La Piedra Rosetta es un trozo de piedra basáltica negra que tenía un texto con tres tipos de inscripciones: griego, jeroglífico y demótico. Era un texto guía para descifrar la enigmática escritura usada por los egipcios.

Champollion consagró los siguientes años a descifrar la escritura, lo primero los nombres de Ptolomeo y Cleopatra y con esos dos datos como “Hilo de Ariadna” consiguió descifrar el texto completo; en la Piedra Rosetta –en el texto escrito- se habla de las donaciones del rey Ptolomeo V a los templos. Desde ese momento las complicaciones de la escritura jeroglífica egipcia fueron menos y el conocimiento de sus textos se pudo ir, poco a poco, descifrando.

La “scitala” espartana

Es uno de los primeros métodos conocidos de encriptar mensajes, de utilizar un método para ocultar la información, pero en la Antigüedad fue sumamente práctico y muy utilizado.

Las primeras referencias que nos llegan de su utilización lo hacen de la mano del historiador griego Plutarco quién en sus narraciones sobre la Guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas, que se extendió desde el año 431 a.C. hasta el 401 a.C. era muy utilizado para mantener en secreto los mensajes.

El método era muy simple, se usaban dos varillas de madera llamadas “scitalas” que eran del mismo tamaño. Una estaba en poder de unos de los generales en el campo de batalla y la otra se guardaba en la ciudad, bien es Esparta o bien en Atenas, dependía de qué contendiente la usara.

Cuando había algún mensaje importante que transmitir a la ciudad el general enrollaba en la varita una tela y escribían sobre él, después desenrollaban la tela y el mensaje veía movidas las letras del texto haciéndolo ilegible, sólo para poder leerlo (desencriptarlo) se podía usar una varita exactamente igual que la utilizada por el general para hacer comprensible el mensaje y esa se guardaba en la ciudad, así el sistema de comunicación era fiable y secreto.

Otro método que usaron los griegos para volver secretos, o al menos oculto, los mensajes era el de afeitar la cabeza de un mensajero y escribieran ella la información, tras unos días en las que el pelo crecía dejaban que el mensajero partiera, si era capturado por el enemigo este no encontraría el mensaje; por el contrario si llegaba con normalidad a su destino sólo había que afeitarle la cabeza para leer lo que le habían querido transmitir. Un método tan sencillo como original y eficaz.

El cifrado del César

En el Imperio Romano tampoco eran ajenos a la importancia que tenía mantener un secreto o una información a salvo de posibles espías y delatores al enemigo. No ajeno a ello la figura de Julio César tuvo una destacada importancia.

Siendo general romano, y consciente del poder de la información, ideó un sistema para enviar mensajes secretos a sus filas y otros oficiales del ejército romano permaneciendo a salvo su contenido pese a que pudiera ser interceptado, para ello inventó un ingenioso sistema de encriptado monoalfabético.

El sistema que utilizaba Julio César puede parecer simple pero tuvo gran importancia en el campo de batalla. El general (por aquel entonces) sustituía las letras del abecedario por su equivalente tres lugares más allá en el mismo, es decir, la A sería sustituida por la D, la B por la E, la C por la F y así sucesivamente hasta completar el ciclo en el que la X seria la A, la Y sería la B y la Z sería la C. Un sistema ingenioso que hacía que cada mensaje que se enviaba a las tropas era un auténtico galimatías en caso de ser interceptado y no conocer el código de interpretación.

Pero Julio César aún mejoró y complicó más el sistema, un sistema que aceptaba variantes en la equivalencia, y decidió suprimir los espacios haciendo que, a simple vista, lo único que figuraba escrito sobre el papel era un bloque de letras sin sentido aparente...

En el otro lado, otro general romano, esperaban el mensaje conociendo el código de sustitución. El sistema de Julio César pese a ser muy simple, hoy nuestros modernos criptógrafos tardarían segundos en descifrarlo, fue muy eficaz y usado; además hemos de tener en cuenta que pocos eran los que sabían leer en la época ya que la población era casi analfabeta con lo que la lectura y comprensión de un mensaje de estas características se complicaba aún más.

El atbash hebreo

Los sistemas de ocultación y cifrado de mensajes fueron una constante en la Antigüedad, todos los pueblos querían cifrar sus comunicaciones pues todos estaban sujetos a ser invadidos. Así los hebreos, un pueblo sabio, idearon su propio sistema de encriptado y de forma muy eficaz, era lo que ellos llamaron el “atbash”.

El método hebreo era muy similar al que había desarrollado el sesudo Julio César, pero a la vez muy simple pues consistía en invertir el orden de las letras en el alfabeto y seguir su correspondencia inversa, es decir, la A sería la Z, la B la Y, la C la X; cuando se tenía el texto cifrado se enviaba y el receptor sólo tenía que transponer las letras (investir el orden por su equivalente) para leer de forma coherente el mensaje.

Fue un sistema muy seguro que pasó por indescifrado durante mucho tiempo y, sin embargo, de una gran sencillez.

Los códigos secretos

A nivel histórico cabría destacar que el primer tratado que tocaba con seriedad la criptografía lo escribió en el siglo XV León Battista Alberti, en el libro explicaba el uso de unos discos que se movían para cifrar y descifrar de forma rápida mensajes secretos que se enviaban o recibían constituyendo así uno de los primeros artilugios mecánicos diseñado para tal efecto.

Por un trono

El duque de Monmouth, junto con el duque de Argyl, tenía un plan urdido, en 1685, para derrocar al rey de Inglaterra, el rey Jaime. El plan contemplaba un golpe de efecto que fue debidamente informado mediante mensajes cifrados a todos sus colaboradores y conspiradores contra el rey. Pero aquellos mensajes cayeron en manos reales y descifrados y los traidores inmediatamente ejecutados...

Pero en el mundo de la criptografía, un error al descifrar, puede suponer un cambio radical al significado del mensaje y tomar decisiones sorprendentes e incorrectas. Algo así le ocurrió al elector de Brademburgo, Federico, a comienzos del siglo XVIII.

Federico poseía un ducado que quería convertir en reino necesitando que el emperador de Austria y del Sacro Imperio Romano diera su “bendición”. El emperador era de carácter imprevisible y cualquier propuesta podía ser tomada como un agravio y ser enviado al cadalso...

Federico enviaba abundantes misivas a su contacto en Austria para que lo tuviera informado del momento idóneo de viajar hasta allí y poder mantener una reunión con el emperador, todo ello en lenguaje críptico, utilizando números para referirse a las personas. Él, Federico, era el 24; el emperador el 110, y el padre jesuita Wolf el 116.

Federico recibió un mensaje, esperado, decía: “El momento es favorable, debéis comunicaros con el 110”. No distinguía bien el número, no sabía si era un 0 o un 6, lo cual cambiaba el destinatario. Lo hizo al 116, al padre Wolf quién quedó perplejo ante la solemnidad de la misiva y se sintió orgulloso que alguien como Federico le pidiera ayuda para convertir el ducado de Prusia en un reino, y el padre Wolf escribió abiertamente al emperador diciéndole: “Un príncipe como éste merece un premio, porque prueba su piedad rogando la ayuda de la Iglesia. Estoy halagado e impresionado por este ruego”.

La Iglesia presionó y este se vio obligado a aceptar la petición pasando a ser el ducado de Prusia en el reino de Prusia, y Federico, a partir de entonces, el rey Federico I de Prusia. Si hubiera escrito al emperador hoy la Historia sería diferente.

Son algunas de las curiosidades, secretos y misterios que nos deja el mundo de los números, de su importancia y trascendencia en la Historia esto sólo ha sido una pequeña muestra.