Bienvenidos al banco donde se sentó Murillo

¿Qué es historia y qué imaginación? En el Hospital de los Venerables, la búsqueda de las huellas del pintor se vuelve una misión mágica y emocionante

18 feb 2018 / 17:10 h - Actualizado: 18 feb 2018 / 18:31 h.
"Patrimonio","Tras los pasos de Murillo"
  • Bienvenidos al banco donde se sentó Murillo
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  • <p>/a/ ‘San Pedro Penitente’, la joya de Murillo en los Venerables. <br />/b/ Escalera que lleva desde el vestíbulo hasta el patio principal. </p><p>/c/ La inconfundible estampa del patio del Hospital de los Venerables. </p><p>/d/ La capilla, uno de los espacios más importantes en la visita al lugar. /e/ Reproducciones de obras que en su día estuvieron en la casa. </p><p>/f/ Detalle de los ángeles en la ‘Inmaculada de los Venerables’. </p><p>/g/ No todo es barroco: también se puede ver arte contemporáneo. </p><p>/h/ La galería superior, llena de imágenes evocadoras de aquel tiempo. /i/ Aspecto exterior del edificio, hoy sede de la Fundación Focus.</p><p> Reportaje gráfico: Manuel Gómez</p>

    /a/ ‘San Pedro Penitente’, la joya de Murillo en los Venerables.
    /b/ Escalera que lleva desde el vestíbulo hasta el patio principal.

    /c/ La inconfundible estampa del patio del Hospital de los Venerables.

    /d/ La capilla, uno de los espacios más importantes en la visita al lugar. /e/ Reproducciones de obras que en su día estuvieron en la casa.

    /f/ Detalle de los ángeles en la ‘Inmaculada de los Venerables’.

    /g/ No todo es barroco: también se puede ver arte contemporáneo.

    /h/ La galería superior, llena de imágenes evocadoras de aquel tiempo. /i/ Aspecto exterior del edificio, hoy sede de la Fundación Focus.

    Reportaje gráfico: Manuel Gómez

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  • Bienvenidos al banco donde se sentó Murillo

De vez en cuando, si uno es lo suficientemente tenaz en el empeño, es posible encontrar un resquicio en la alambrada del tiempo; una pequeña abertura, suficiente para colarse por unos instantes a otear el pasado en vivo y en persona antes de que lleguen los perros y lo devuelvan a uno a su época a dentelladas y ladridos. En el Hospital de los Venerables, donde mora la Fundación Focus, hay varias de estas rendijas, algunas de las cuales permiten retroceder hasta el siglo XVII e imaginar, casi ver, a un ya anciano Bartolomé Esteban Murillo junto a su amigo y mecenas Justino de Neve, fundador de la institución, caminando del brazo por la galería de vuelta de tomar medidas y apuntes para el encargo de una Inmaculada. La gente que acude a esta vieja mole del Barrio de Santa Cruz en busca de la estela del pintor, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 400 años, asomando las narices a ese hueco de la alambrada imaginaria, por poco cree oler el rastro de aguarrás del jubón del maestro, como si este acabara de pasar sobre el enlosado de la planta superior, de vuelta de esa altana que corona la casa y desde la que se ve la Giralda forrada de azoteas. ¿En este banco se sentó Murillo?, preguntan a los guías, con ansiosa necesidad de obtener un sí por respuesta aunque sin perder el entusiasmo cuando se les contesta que no, que esos bancos son posteriores, como casi todo lo que puede verse, olerse, tocarse y pisarse en la antigua residencia sacerdotal, donde los curas ancianos, tan viejecitos ya que no se atrevían a subir y a bajar la escalera si no era pegados a la barandilla, dejaron con los años un muy perceptible hundimiento de ese lado de los peldaños de mármol. Y la gente que viene a soñar con Murillo, que son la mayoría, juegan a hacer lo mismo, porque la memoria también tiene mucho de parque temático y de ritual.

La experiencia comienza a la entrada, una vez rebasado el portón que se asoma precisamente a la calle Justino de Neve, tan tenoriesca ella, tan empedrado todo para que el calzado de los paseantes resuene con crujidos de carruaje, de soldadesca, de Inquisición. Tras el vestíbulo, una breve escalera ascendente lleva hasta el patio principal, donde tres colgaduras de buen tamaño muestran copias de otras tantas obras que el artista pintó justamente para el Hospital de los Venerables por encargo de Justino de Neve (de cuyo nacimiento se cumplirán 400 años en 2025, prepárese para los correspondientes fastos la autoridad competente): la Inmaculada Concepción (hoy en el Museo del Prado), La Virgen con el Niño entregando pan a unos sacerdotes (Museo de Bellas Artes de Budapest, nada menos) y Retrato de Justino de Neve (National Gallery, Londres). Los telones están todos juntos, frente a la entrada, tomando el sol que les entra recortado por los arcos que envuelven el patio. Las tres obras llegaron a estar en este edificio, que ahora se enorgullece de su recuerdo y juega a presentirlas.

No hace mucho, hasta el pasado 2 de abril, el caserón acogió en una muestra algunas de las mejores obras de los dos principales pintores de Sevilla, Velázquez y Murillo, y esa impronta dejada por La Sagrada Familia del Pajarito, las Inmaculadas, el Joven mendigo y, entre otros muchos, ese San Pedro Penitente que todavía permanece allí, alimenta ese sueño. Indiferente a tal desfile de grandeza y de arte que entró y salió por aquellas puertas, una lápida doliente ruega, en la pared, Limosna para esta santa casa. A escasos veinte metros, junta sus manos en actitud de oración dicho San Pedro de Murillo que da miedo tocar no ya porque esté rigurosamente prohibido, como es natural, sino porque da la sensación de que uno se va a manchar los dedos de verde con ese óleo todavía fresco y reluciente.

Costó mucho traerlo, cuentan las guías del inmueble barroco. El cuadro estaba en manos privadas, y la suciedad se había cebado en él a lo largo del tiempo, oscureciendo la figura y los ropajes y volviendo casi invisible el fondo del lienzo. Para la exposición de Murillo y Justino de Neve, en 2012, solo tenían en la casa una fotografía en blanco y negro de este cuadro. Era lo que había. Una vez adquirido, el Museo del Prado se encargó de su limpieza y de exhibirlo durante un breve tiempo antes de enviarlo sin billete de vuelta al lugar para el que fue pintado. Hoy, reza este apóstol junto a otro Murillo, Santa Catalina de Alejandría, que forma parte de la colección de los Venerables pese a que no fue hecho para aquí. Y ambos, junto con varios Velázquez y otros cuadros de aquel tiempo, decoran lo que antiguamente fue el refectorio de los ancianos curas. Para el que se pintó por encargo, precisamente, esa Virgen con el Niño entregando pan a unos sacerdotes que ahora vive en Budapest, como si fuera un milennial en busca de futuro.

Las reproducciones del patio, los óleos de este remodelado comedor, las copias que se conservan de alguna obra y el recuerdo de esas exposiciones vividas en los últimos años alimentan la fantasía de los visitantes ya desde antes de acceder a ese patio central con vocación de claustro. En él, no menos de doscientos macetones con algo parecido a arbustos de jade hacen fronda alrededor de esa fuente que asemeja una parabólica con la que sintonizar Tele Murillo en HD, con sus azulejos desvaídos por el agua y su murmullo de gorriones. Arriba, contra el azul Cuaresma del cielo, se despeina al viento aún frío una palmera vecina, mientras abajo, alrededor de la fuente y entre los maceteros, dormitan ocho naranjos sin atreverse todavía a romper a oler, por ser invierno cerrado pese al solazo. Azulejos, piedra, caoba, plantas y reflejos componen esa aleación de colores terrizos y verdosos que son la bandera de todas las casas recias de la vieja Sevilla. Recuerden sellar aquí su pasaporte quienes lo hubiesen pedido antes en la Casa de Murillo para lanzarse a la ruta (una de las muchas) en pos de los pasos del artista; itinerario que, en buena parte, es un acto de imaginación y, como tal, un proceso mágico. Ladran los perros, se cierra la alambrada. Fuera, hacen cola los turistas. Los pasos de Murillo parecen resonar, lejanos, sobre el empedrado.