Mendoza o el arte de divertir con La Biblia

La editorial Seix Barral recupera ‘Las barbas del profeta’, el satírico ensayo sobre la asignatura Historia Sagrada que el novelista catalán sacó de su particular baúl de los recuerdos cuando le dieron el Premio Cervantes en 2017

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
07 ene 2021 / 16:23 h - Actualizado: 07 ene 2021 / 16:25 h.
"Literatura"
  • Eduardo Mendoza. / EFE
    Eduardo Mendoza. / EFE

Como dice el propio Eduardo Mendoza en la introducción de este libro tan atípico, ante la extrañeza de alguien no creyente frente a la fantasía bíblica se pueden adoptar tres aptitudes: la de la indiferencia, la de la hostilidad y la del respeto y el estudio. Él, desde luego, optó por esta última después de bucear en sus propios recuerdos infantiles como niño de la posguerra en Barcelona, en cuyas escuelas franquistas –como en el resto de España- había una asignatura obligatoria, Historia Sagrada, que lejos de tomarse como un tormento sembró en él la verdadera fascinación por la literatura. El autor de La verdad sobre el caso Savolta (1975), uno de los novelistas más importantes, prolíficos y premiados de España desde entonces, aprovechó cuando le dieron el Cervantes en 2016 para rescatar sus apuntes sobre La Biblia como obra literaria y sobre la formación del escritor, asunto sobre el que impartió un curso de verano, para hacer confluir ambos fondos en la divertida forma de un libro ensayístico a su manera: libre, fresco, exquisitamente escrito y sin notas a pie de página.

Seguro de que una sociedad se explica mejor si no se desvincula de sus mitos fundacionales, Mendoza hace un jugoso repaso del Antiguo y el Nuevo Testamento, desde la serpiente que tienta a Eva con el fruto del árbol de la ciencia –que muy luego se imagina como manzana, aunque el Génesis no lo diga-, y Adán se come por no discutir con ella, hasta lo más granado de los Evangelios, que Mendoza –experto en intertextualidades- es capaz de vincular con el Libro de las maravillas de Marco Polo, donde el mercader italiano refiere que el Niño Jesús les dio a los tres Reyes Magos una cajita con una piedra dentro que Sus Majestades no vieron hasta regresar a su país, cuando tiraron la piedra a un agujero y, según Mendoza, perforaron el primer pozo de petróleo en Irán.

Pero el libro comienza como La Biblia, por la creación, con un divertido ejercicio de parafraseo lleno de dudas e inquietudes sobre la expulsión del paraíso y la invención por parte de la Iglesia, tantos siglos después, del purgatorio, una variante del Hades que visita Ulises en la Odisea y luego Eneas en la Eneida, y hasta Walhalla en la mitología escandinava. Mendoza se recuerda a sí mismo en una infancia donde todavía no se hablaba de dinosaurios y cuando “todos sabíamos que no había que tomar el episodio de Caín y Abel al pie de la letra” porque “si Adán y Eva tuvieron dos hijos y uno mata al otro, eso habría supuesto el final del género humano”. “Caín inaugura una mala época”, escribe con sorna Mendoza. “A partir de ahí, la Historia Sagrada es un listado de malos pasos”.

El Diluvio universal

El Mendoza adulto, indagando en su asombro infantil, aborda los episodios del arca de Noé desde el presupuesto de que “por primera vez se nos mostraba a un Jehová humanizado, aunque sea para mal. Arrepentirse de haber hecho algo mal es cosa de todos los días, un poco extraña en quien lo sabe todo y vive fuera del tiempo, pero así lo contaba la Historia Sagrada”.

Después de aquel intento a medias de exterminar al género humano, el escritor recuerda la Torre de Babel y el mito de la aparición de las lenguas, cuestión que lo lleva a reflexionar sobre lo que se ha escrito y pensado acerca de ese método de “transmitir ideas por medio de sonidos articulados” desde Herodoto. Y de ahí a las aventuras de Abraham, de quien lo sorprende la pasmosa serenidad para estar dispuesto a matar a su propio hijo de un modo absurdo, hasta que el ángel de Dios lo detiene para decirle algo así como que “era broma”. Bastantes páginas y siglos después, Mendoza compara la actitud de Abraham con la moderna del rey David, “un político despiadado pero un hombre contemporáneo”.

Al margen de sus indagaciones en los precedentes culturales de los ángeles, son especialmente atractivos son los capítulos dedicados a Sodoma y Gomorra. “Cuando leíamos la historia de estas dos ciudades, nos venía a la mente el caso de Hiroshima y Nagasaki, todavía muy presentes en la memoria de todos”, dice Mendoza, y añade: “Nagasaki era como Gomorra, un bis que nadie había pedido”. El escritor aprovecha el pecado “en el que todos estamos pensando” para reflexionar sobre la homosexualidad como “cosa aceptada por todas las culturas de las que tenemos conocimiento” si se exceptúa al pueblo de Israel y luego al cristianismo.

Después de repasar las historias de Jacob y Esaú y la de José y los hermanos que lo venden a unos mercaderes que lo dejan en Egipto, donde logra ser ministro, Mendoza reflexiona sobre el hecho de que el pueblo elegido solo “se envilece y decae cuando se urbaniza”. “Para la Historia Sagrada, la ciudad es el mansión donde reside el mal. La capital de Egipto, fuera cual fuera en esa época (probablemente Menfis, no lejos de El Cairo) es la sede del opresor. Luego lo serán Nínive y Babilonia, y más tarde, Roma. El Apocalipsis se refiere a ellas con el apelativo genérico de la gran ramera”.

Un libro judío frente al franquismo

Son especialmente suculentas en el libro las reflexiones que hace Mendoza el engarzar el interés del nacionalcatolicismo por la religión en la escuela con el odio a lo judeo-masónico. “Los judíos eran calificados de deicidas, porque ellos y nadie más eran responsables de haber matado a Jesucristo. De cuando en cuando, los libros de texto incluían episodios sueltos, como la vida de santo Dominguito, un niño de Zaragoza secuestrado por los judíos para torturarlo y matarlo en la sinagoga”, recuerda el autor, y añade: “Con estos presupuestos, ¿cómo enfocar un libro que, al margen de otros valores, es en definitiva la justificación y exaltación del pueblo judío en tanto que elegido por Dios? De ninguna manera. A partir de la travesía del desierto, la Historia Sagrada se disolvía en un conjunto inconexo de personajes y episodios, una especie de mitología ajena que había que incluir en el programa docente”. A Mendoza, en todo caso, les encantaron el resto de las historias: desde las de los reyes David y Salomón hasta las muy novelescas de Sansón, con su melena de La Bestia o de King Kong frente a la bella Dalila, o de Jonás en el vientre de la ballena, antecedente de Moby Dick o de Pinocho.

Este libro de Mendoza es, en fin, junto a una exquisita selección de estampas bíblicas de 1952, el año del Congreso Eucarístico que le dio no hace demasiado para uno de sus relatos más encantadores, “La ballena” (en Tres vidas de santos), un viaje formidable por unos paisajes, personajes y mitos que conforman la cultura occidental y que a él le sirve para “pagar su deuda con el muchacho que fue entonces para seguir siendo el escritor que ahora es”.