Rozando lo sublime

Soberbio espectáculo el que ha ofrecido Rocío Martín este sábado en el Teatro Central de Sevilla

02 oct 2016 / 17:56 h - Actualizado: 02 oct 2016 / 18:26 h.
"Flamenco","Bienal de Flamenco","Bienal de Flamenco 2016"

Genialidad, entrega, arrojo, valentía, pasión, vértigo y talento a borbotones. Es lo que nos brinda Rocío Martín con esta propuesta, un soberbio espectáculo con vocación de performance que en más de una ocasión roza lo sublime.

Si algo distingue a Rocío Molina es su inquietud creativa. Todas sus obras parten de la necesidad de trasgredir límites, de ahí que haya coqueteado a menudo con la danza contemporánea. Pero su baile es plenamente flamenco. Pudimos comprobarlo con este nuevo espectáculo con el que Rocío Molina asume el riesgo de llegar al límite de sus fuerzas bailando durante cuatro horas sin dejar de emocionar al público.

No esperábamos menos de ella, aunque más de uno lo puso en duda, teniendo en cuenta la duración y la vocación de interacción. Sin duda era todo un riesgo dejar en manos del espectador el devenir de la obra. Pero en realidad está todo controlado. La obra se estructura en varios bloques que van dando lugar a las improvisaciones de baile, pero dicha improvisación, al igual que ocurre en el teatro, pone en marcha una serie de recursos, pasos, figuras y piezas cortas de que la bailaora tiene en su memoria y va ensamblando sobre la marcha. Algo que, por cierto, no es ajeno al flamenco. Además, en todo momento la bailaora mantiene una perfecta coordinación, no sólo con los cantaores y los músicos sino también con el técnico de sonido y de luces, quien ambienta el escenario como si de un espectáculo totalmente cerrado se tratara.

Por otra parte, la estructura plantea un orden lógico que mantiene en ascenso el ritmo de la puesta en escena. El escenario dibuja un cuadrilátero con el público alrededor. En uno de sus vértices hay un amasijo de ropas, trajes y telas desordenadas mientras que el otro extremo está coronado por dos grandes ollas y unas bandejas con comida con las que la bailaora prepara un caldo que se va cociendo a lo largo del espectáculo. En las transiciones Rocío se cambia de traje, o sale de escena para aparecer acto seguido con un artista invitado. El primero en salir fue el guitarrista Rafael Rodríguez, con quien la bailaora llevó a cabo un hermosísimo diálogo dancístico, repleto de dulzura y desgarro. Dos cualidades que derrocharon también dos conocidos aficionado de Los Palacios que Rocío situó alrededor de una mesa en el centro del escenario, a manera de una antigua reunión tabernera de cante. Ellos ahondaron en el carácter privado y tradicional del cante con una tanda de fandangos que culminó con una cartagenera que Roció bailó encima de la mesa, con una pieza rebosante de sinuosidad y sensualidad. Si la obra se hubiera quedado ahí, nos habríamos ido totalmente satisfechos. Pero todavía quedaban muchas sorpresas. Ataviada con una bata de cola blanca le bailó una zambra al cante de Antonio Campos, a la manera de Caracol y Lola Flores, aunque con muchos guiños a la danza-teatro de Pina Baush; después se sumergió en el universo de la seguiriya hasta impregnarla de colorido sin restarle un ápice de su contenido trágico; sacó a escena a Lole, quien con la guitarra de Antonio Salcedo nos encogió el corazón nada más entonar aquél tema mítico, La mariposa blanca y nos hizo llorar a más de uno con el siguiente tema, Dime. Qué manera de bajar y subir los tonos, de matizar y dar colorido a la poesía y la música.

Parecía imposible hacer remontar el espectáculo a partir de ahí pero Rocío tenía guardado un as con nombre de mujer: La Chana, toda una figura que improvisó un baile por soleá sin bajarse de la silla, dando rienda suelta a esa mezcla de arrebato pasional controlado que definió su estilo, en cuyo espejo se han fijado otras figuras como Antonio Canales o La Yerbabuena. La Chana enardeció al respetable con su entrega y su zapateo, tan indomable como limpio y ajustado. Rocío se puso una falda roja para bailar con sentada frente a ella una espléndida pieza por tangos, y el público se puso de pie para despedir a la maestra catalana con palmas a compás, ¡y todavía quedaban dos horas de espectáculo! A partir de ahí la obra se sumergió en las aguas de la performance. Rocío imitó a Israel Galván; se dirigió al público para contarles una historia, que por supuesto contó bailando; instó a los espectadores a que bajara al escenario a darle un abrazo; sacó a escena a Nani Paños y Rafael Estévez, (recién nombrado director del Ballet Flamenco de Andalucía) y bailó con ellos una pieza plenamente improvisada; se dirigió al extremo para reponer fuerzas, y casi sin ellas nos brindó una solea que nos dejó a todos sin habla. Y todavía le quedaron arrestos para animar al público a que terminaran la obra bailando con ella.


FICHA ARTÍSTICA

Obra: Una Improvisación de... Rocío Molina
Lugar: Teatro Central 2 de octubre
Idea Original y baile: Rocío Molina
Dirección artística: Carlos Marquerie
Guitarras: Eduardo Trasierra, Rafael Rodríguez, José Acedo
Cante: José Ángel Carmona y Antonio Campos
Percusión y electrónica: Pablo Martín Jones
Compás: José Manuel Ramos “Oruco”
Piano: Pablo Suárez
Contrabajo: Pablo Martín Caminero
Calificación: Cinco estrellas