Silencio, esto es una fiesta

El CAAC celebra sus 25 años con una intensa exposición de bajo coste en la Cartuja

08 oct 2015 / 19:27 h - Actualizado: 08 oct 2015 / 23:36 h.
"Artes plásticas"
  • Chto Delat (San Petersburgo, Rusia, 2003). The Excluded: In a Moment of Danger, 2014. Los excluídos. En un momento de peligro.
    Chto Delat (San Petersburgo, Rusia, 2003). The Excluded: In a Moment of Danger, 2014. Los excluídos. En un momento de peligro.
  • Obras procedentes del Monasterio de la Cartuja.
    Obras procedentes del Monasterio de la Cartuja.

No es arte contemporáneo una escultura de metro sesenta de San Bruno tallada por Martínez Montañés, pero sí lo es el bajarla de su elevado pedestal en el Museo de Bellas Artes y plantarla en el suelo del CAAC, rodeada de espacio libre y paredes blancas, de modo que uno pueda rodearla y hasta asomarse a ver si el reverendo tiene pelillos en la oreja, que es lo único que le falta a esta figura del XVII para cobrar plena humanidad. También es arte contemporáneo entrar en una habitación vacía y que solo se encuentre allí la voz de Susan Philipsz apenas musitando, casi silabeando, el More than this de Bryan Ferry (la que ponían después de Depeche Mode en los pubs de los ochenta). Y lo es asimismo una mujer sin nombre que se retuerce en el suelo, en una lentísima danza tan silenciosa como excitante que lo atrapa a uno por las vísceras, por gentileza del creador Tino Sehgal. Y así, sala tras sala, esta tan austera como imponente exposición del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo –que se inauguraba este jueves con motivo de los 25 años de la institución y en presencia de la consejera de Cultura, Rosa Aguilar– va inoculando en el visitante la química de la adicción sin reservas a un tipo de arte inefable, emocionante y por demás rebosante de palabrería que a través del CAAC, pese a su discreto presupuesto de 220.000 euros al año para exposiciones, ha colocado a la cultura sevillana a la altura de su tiempo.

El nombre es El gran silencio. Como explicaba el director del centro y comisario de la muestra, Juan Antonio Álvarez, no solo se trata de un guiño al pasado monástico del recinto cartujano –con tal vocación de aislamiento que no solo estaba en las afueras, sino de espaldas a Sevilla, sus ruidos y sus pecados–, sino también de un reconocimiento al camino por el que avanza el arte actual, que es «una tendencia hacia el silencio». Álvarez citó a unos cuantos intelectuales reputados para avalar la idea de que sin silencio no hay pensamiento ni creación, y citó a Susan Sontag para afirmar que «es, además, una oposición a la barbarie». La propia orden cartuja, creada por aquel San Bruno a cuya escultura solo le falta darle con el crucifijo en el occipucio al visitante, se tomaba muy en serio este particular, y en el capítulo cuarto de sus reglas prometía que «los frutos del silencio los conoce bien quien los ha experimentado»; una especie de no sabes lo que te pierdes lanzado al mundo estrepitoso y apresurado y que aquí, en la exposición del CAAC, cobra cuerpo en una pequeña pero rotunda exposición que habla del silencio en todas sus variedades: la soledad, la amplitud, la paz, la reflexión, la hondura, la reclusión, la consciencia, la introspección, el aislamiento, el vacío, la mordaza...

Para este fin, y con un presupuesto que no ha llegado a los 80.000 euros, se ha recurrido a antiguas obras que formaron parte del monasterio cartujano –Velázquez, Valdés Leal, Alonso Cano...– y a una selección de artistas internacionales que han abordado estos temas en sus obras, como son –aparte los ya citados antes–John Cage y su música; Pepe Espaliú con sus sugerentes jaulas como redes espectrales; Tacita Dean, Doris Salcedo, Hiroshi Sugimoto... Hipnótica a más no poder es la obra audiovisual de Susan Hiller Resounding, ante la cual bastan cinco minutos para entrar en un trance de dimensiones cósmicas a base de rescoldos del Big Bang, ecos de radiotelescopios, señales de morse, transmisiones inexplicables de onda corta, radiaciones procedentes de la propia Tierra y hasta informes de ovnis procedentes de The Witness Archive. Lo mismo cabe decir de la aportación del colectivo ruso Chto Delat (traducido, ¿Qué hacer?) en la que a través de varias pantallas se arroja a la cara del espectador el ostracismo informático en el que ha convertido su vida. Y al final, el gran silencio definitivo: la muerte, como silenciamiento de la vida.

Pero antes de llegar a ella, desde una pequeña sala con aire de celda cartujana, llega un sonido muy parecido al silencio. son letanías de monjes, ecos del vacío, aire quieto. Es cine. «Viendo esta película te dan ganas de dejar el mundanal ruido», bromeaba, o quizá no tanto, el director del CAAC. Álvarez se refería a la película que da nombre a la exposición y que se exhibe en la muestra, El gran silencio, de Philip Gröning (2005). Un relato sobrecogedor (y silencioso) sobre la vida monástica entre los muros de la Grande Charteuse, el convento cartujo fundado en 1084 por San Bruno junto a los Alpes franceses. Un filme premiado en Sundance y un monumento a la soledad, el aislamiento, el silencio y la contemplación. Es una de las joyas de esta exposición que cierra 25 años de un éxito sin precedentes en Sevilla.