Una versión de ‘Los días felices’ muy poco feliz

El Teatro Central trae a Sevilla la versión de Pablo Mesiez de ‘Los días felices’, que estaba programada para el pasado abril y hubo de ser suspendida a causa del confinamiento.

22 nov 2020 / 10:49 h - Actualizado: 22 nov 2020 / 10:51 h.
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Cuando Samuel Beckett escribió 'Los días felices' pretendía rizar el rizo de llevar su teatro del absurdo al patio de butacas, de manera que el espectador completara lo que propone el texto con su propia experiencia. Por desgracia, eso es algo que esta nueva versión de Pablo Mesiez no consigue.

Desde luego no resulta fácil cumplir con el objetivo de Beckett. Su texto está lleno de frases que, aunque parten de una premisa absurda, remiten a acciones cotidianas, todas esas acciones que conforman la vida de una pareja con el paso del tiempo y que, sin darnos cuenta, son portadoras de una felicidad que solo podemos apreciar cuando la perdemos. Y es que, la cotidianidad se empapa de una monotonía que no acaba de casar con el espíritu inquieto y deseante de los seres humanos. Pero ahí están los protagonistas, ella invocando una felicidad que se desprende de sus acciones cotidianas, mientras permanece enterrada en un montículo de escombros en los que se encuentra un buen día sin saber muy bien cómo ni porqué (el absurdo beckettiano), aunque en ningún momento se lo plantea. Él, que de vez en cuando consigue subir al montículo de escombros para quedarse sentado junto a ella, de espaldas al espectador. Al contrario que ella él puede entrar y salir cuando quiere, pero vive en un angosto agujero y permanece yendo y viniendo durante todo el tiempo que ella permanece semi-enterrada. Se trata, sin duda, de un cruel símbolo del matrimonio y la soledad de la vejez, aunque también de la capacidad de adaptación de los humanos. Cuestiones todas que se escapan del lenguaje del absurdo. Pero eso no es más que la concesión de Becket para implicar al espectador. Porque el texto, a fuerza de querer revestir lo cotidiano de poesía contemporánea, acaba por delimitar un ejercicio de verborrea, tan absurda como indigesta, que únicamente puede entenderse desde la premisa del absurdo. Solo una interpretación genial y una puesta en escena imaginativa puede salvar la obra del tedio, y por desgracia, tal vez por su excesiva fidelidad al texto original, no es el caso.

El espacio escénico que propone la puesta en escena de Messiez de entrada resulta impactante, pero dada su condición estática acaba por fundirse con el vacío cotidiano que propone el texto, delimitando una atmósfera un tanto fría y pesada que, incomprensiblemente, no la salva la iluminación de Marquerie, que en muchos momentos ni siquiera permite ver bien la gestualidad de la actriz. En esas condiciones todo el peso de la obra radica en la actuación de Fernanda Orazi y ella, aunque dota de una cierta naturalidad la verborrea de su personaje (subrayada empalagosamente con su acento argentino), no acaba de manejar bien los silencios, ni las miradas, ni el humor negro con el que Beckett salpica el texto. El público solo se ríe con Francesco Carril quien, a pesar de no tener apenas frases que decir, es capaz de perfilar un personaje cargado de comicidad y humanidad.

Lugar: Teatro Central, 20 de noviembre

Obra: Los días felices

Autor: Samuel Beckett

Producción: Centro Dramático Nacional / Buxman Producciones

Dramaturgia y dirección: Pablo Mesiez

Interpretación: Fernanda Orazi y Francesco Carril

Calificación: **