Viajar al interior de uno mismo o ir a Bali

La isla se ha convertido en un hervidero de buscadores espirituales detrás de la curación de los pequeños grandes problemas del mundo occidental

26 jul 2018 / 09:42 h - Actualizado: 26 jul 2018 / 09:51 h.
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Bali es capaz de seducir a cualquier tipo de viajero. Sus largas playas de arena blanca en el sur y negra en el norte, sus volcanes, sus paisajes de bosques selváticos alternados con cultivos de arroz y su aura de espiritualidad dejan huella hasta en los más sibaritas trotamundos. La isla bella derrocha optimismo y una alegría insólita mezclando sus danzas, altas dosis de música, rituales y templos. Su gente es generosa y alegre, y regalan sonrisas por doquier. Viven por y para el arte, de hecho se proponen crear belleza cada día. Los balineses son, sobre todo, expertos en hacer de la vida una celebración permanente.

Cuando llegué a esta isla, después de despedirme de mi compañera de viajes en las últimas dos semanas, dejar Java y tras pasar algunas horas en un avión reencontrándome de nuevo con mi amiga soledad, comencé a ver ciertas criaturas mitológicas, santuarios anexos a las viviendas y ofrendas en bandejitas hechas con hojas de bambú llenas de flores, arroz, dulces e incienso en las puertas de las casas y negocios. Fue entonces cuando pude comprender que seguía en Indonesia, pero era otra Indonesia.

Bali es la única isla en el país que practica la doctrina hindú pero con algunas variantes, ya que también permanecen las creencias animistas ancestrales, adoración a los dioses y a los espíritus de la Naturaleza, y tiene cierta influencia del budismo. El hinduismo balinés ofrece multitud de prácticas para la curación del cuerpo y del alma, y para el aumento de la felicidad. Por eso atrae a amantes de la meditación de todo el mundo cuya cuna por antonomasia es el pueblo de Ubud. Su nombre proviene del término balinés ubad que significa medicina.

Mientras paseas por sus calles llenas de vanguardistas cafés te vas topando en cada esquina con estudios de yoga o reiki, centros de meditación y spas. Hay para todos los gustos y para todos los niveles de estrés. Por eso se ha convertido en un hervidero de buscadores espirituales detrás de la curación de los pequeños grandes problemas del mundo occidental.

Debido a mi atracción hacia el hinduismo y, por ende, mi interés por conocer todo tipo de técnicas que potencien el bienestar de forma natural, me adentré en uno de esos centros para observar, y de camino, tomar un masaje balinés. Me dio la bienvenida una anciana hindú de tez rojiza y cabello blanco que ofrecía además diferentes curas tradicionales balinesas, entre las que se encontraban realineación de chakras y tratamientos de cura con cristal. En ese momento me fue inevitable trasladarme mentalmente a la escena en que Julia Roberts en la película Come, ama, reza llega hasta esta ciudad para encontrarle sentido a la vida, y se entrevista con su carismático chamán.

Pero Ubud no es solo eso, Ubud es también famosa por ser un centro cultural donde habitan artistas y artesanos de todo el mundo y por sus bellas terrazas de arroz. Precisamente de camino a una de ellas, tuve el lujo de encontrarme un templo donde jóvenes damas locales practicaban la sensual danza balinesa, otra muestra de la creación de belleza que realizan a diario los balineses. El último día lo dediqué a la visita al Monkey Forest, un trozo de jungla con puentes de madera que recuerdan a escenas de cuento, conocida por los monos que habitan dentro y se divierten a sus anchas.

Después de los tres días en Ubud me dirigí al apéndice de tierra que cuelga del sur de la isla de Bali, que para mí es la más divertida por su ambiente surfero y su vida nocturna, y una de las que tiene más encanto. Visitar el templo de Uluwatu, pasar un día en la playa de Dreamland, comer pescado en la playa de Jimbaran, ver un atardecer desde la cala de Padang Padang o ir a la fiesta Single Fin de Uluwatu son algunas de las cosas que no te puedes perder si vas a la península de Bukit. Para hacerlo más fácil es recomendable alquilar una moto que te permite recorrer cómodamente todos esos lugares.

Y por último, Canggu. Este pueblecito rural de la costa oeste fue lo que más me gustó de todo el país. Lo envuelve un aire especial donde se respira tranquilidad y buen rollo. Yo diría que es una mezcla perfecta entre las antes mencionadas, Ubud y Uluwatu. Allí se combinan caprichosamente las tiendas de ropas más chic, exquisitos y económicos cafés de comida orgánica, escuelas de yoga y surf, arrozales cultivados por las familias locales con la ayuda de sus búfalos de agua, extensas playas donde acuden surferos de todo el mundo a disfrutar de sus gigantes olas, y media docena de clubes con estilo para disfrutar de la noche balinesa, formando de esta manera, un perfecto equilibrio entre deporte y espiritualidad, entre la paz que emana de lo rural y la vivacidad de sus noches de bohemia. Canggu es junto con Uluwatu, una de las mecas del surf, y un lugar donde abundan cuarentones retirados que lo dejan todo en sus tierras de orígenes para abrir un pequeño negocio allí y empezar a practicar la tan en boga slow and healthy life.