El origen alfarero de Luis Ortega Bru

Ángel Ortega, padre del insigne imaginero, tenía un taller donde este empezó a modelar la arcilla. Sus obras, plenas de fuerza contenida, lo convierten en el artista más vanguardista del siglo XX

20 mar 2017 / 08:30 h - Actualizado: 20 mar 2017 / 08:30 h.
"Cofradías","Otra ronda","Cuaresma 2017"
  • Boceto del Señor del Soberano Poder, de la Hermandad de San Gonzalo.
    Boceto del Señor del Soberano Poder, de la Hermandad de San Gonzalo.
  • Cristo de la Caridad, de la Hermandad de Santa Marta.
    Cristo de la Caridad, de la Hermandad de Santa Marta.

La localidad de Cortegana (Huelva) puede presumir galana de custodiar dentro de su patrimonio religioso enormes tallas de imaginería, obras de reputados artistas, tal es el caso de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, obra de Blas Hernández Bello, discípulo del insigne imaginero Juan Martínez Montañés, que ejecutado en 1607, pasa por ser la hechura cristífera con la cruz a cuestas más antigua de la provincia de Huelva; o la cabeza de Nuestro Padre Jesús en su Sagrada Oración en el Huerto, proveniente de un antiguo Ecce-Homo de fines del siglo XVII, atribuido a la escuela del célebre y distinguido imaginero barroco Pedro Roldán. Tallas contemporáneas de la imaginería religiosa de Cortegana deben su hechura a importantes imagineros del momento como Antonio Bidón Villar, Rafael Barbero Medina, que fuera discípulo de Antonio Castillo Lastrucci; Manuel Pineda Calderón, Juan González Ventura o Antonio León Ortega. Sin embargo, pocos son los que conocen el origen corteganés de un genio de la imaginería religiosa del siglo XX: Luis Ortega Bru (San Roque, Cádiz 16 de septiembre de 1916 -Sevilla 21 de noviembre de 1982).

Hablar de Luis Ortega Bru es escribir con letras de oro una parte sustancial de la imaginería religiosa sevillana y andaluza, no en vano, está considerado como uno de los mejores escultores del arte sacro de todos los tiempos. Parece ser que el interés por el arte y más concretamente por la talla en madera orientada a la imaginaría religiosa, le vendría al ínclito artista a través de su padre, Ángel Ortega, oriundo de Cortegana, que orientó gran parte de su vida al campo de la alfarería.

El gusto por la alfarería de Ángel Ortega, que abre un taller alfarero en San Roque (Cádiz), al casarse con su esposa, perteneciente a los marqueses de Comillas, provocará que desde muy niño, el joven Luis Ortega Bru se sienta atraído por el modelado del barro en base al empeño que su padre puso en enseñarle el arte del tratamiento de la arcilla, continuando así con la tradición de generaciones de alfareros corteganeses.

Esa afinidad al mundo de la alfarería provocaría que Luis Ortega Bru se incorporara a la Escuela de Artes y Oficios de La Línea de la Concepción, para tras pasar por los avatares de la Guerra Civil, que le provocaría la pérdida de sus padres, iniciarse plenamente en el difícil camino del arte, que a la postre le daría fama y lisonja en el campo de la imaginería como uno de los más grandes imagineros contemporáneos. Y es que sus obras han calado hondo en distintos puntos de la geografía andaluza, destacando por encima de todo la ciudad de Sevilla, donde Luis Ortega Bru, que insisto, aprendió el oficio de imaginero gracias a las nociones ceramistas recibidas de su padre Ángel Ortega, tiene obras de indudable calado emocional como el Santísimo Cristo de la Caridad (Hermandad de Santa Marta), Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder ante Caifás (Hermandad de San Gonzalo), el Santísimo Cristo de la Misericordia (Hermandad del Baratillo) o el apostolado de la Hermandad de la Sagrada Cena, entre otras.

De toda su producción, sobresale la calidad artística del grupo escultórico de Santa Marta, de estilo barroco, gusto neoclásico y halo romántico. Ejecutado entre 1952-1953, dentro de una composición fiel a los Evangelios, traza una iconografía muy cultivada durante el Renacimiento italiano. Un episodio de la Pasión al que la maestría de Luis Ortega Bru otorga un marcado carácter itinerante, donde la puesta en escena llega a ser tan real, que los propios espectadores, como sin quererlo, se suman a un misterio procesional que puede considerarse como uno de los más logrados de la Semana Santa de Sevilla. Destacable en él es la portentosa figura del Cristo yacente, que en su gran disposición, puede ser contemplado desde todos los ángulos.

Las obras de Luis Ortega Bru, plenas de fuerza contenida y perfecta anatomía, presentan una virilidad y a la vez una sensualidad tal, que rozan el dramatismo más exacerbado, percibiéndose en ellas una psicología tan atormentada como elocuente. Características inconfundibles en sus trabajos serán los dedos crispados, labios carnosos y agrietados, hinchazón de párpados y opulente cabello. Por ello y con total convicción, a este genio de la imaginería de estilo personal y rompedor, marcado por el origen alfarero y entendido e incomprendido a la vez por la Sevilla dual, podemos considerarlo no solo un artista total, sino el más vanguardista de los imagineros del siglo XX.