El editor Pedro Tabernero lanza una colección de ‘Libros de Artista’ sobre Sevilla

Los siete primeros números los presentan este miércoles en el Archivo Histórico Provincial sus autores plásticos: el argentino Pablo Racioppi, el asturiano Alfredo González, los madrileños Jacobo Pérez-Enciso y Roberto Sánchez Terreros, el valenciano José Antonio Loriga y los sevillanos David López Panea y Cristina Lama

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
27 jun 2022 / 19:14 h - Actualizado: 27 jun 2022 / 19:19 h.
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Solo un editor como el sevillano Pedro Tabernero, que ya es un artista del libro en sí habida cuenta de su largo romance con esta tecnología cultural tan perfecta en sus mil y una advocaciones, podía concebir un proyecto así: una serie de “libros sin palabras” en el que “pretendemos que sean las imágenes las que hablen de esta milenaria ciudad a la que Cervantes llamó Roma triunfante en ánimo y nobleza”, según explica él mismo en el primer número de esta última colección surgida de su imaginación y capricho y que será presentada este miércoles en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla a partir de las 19.30 horas. Intervendrán en el acto los autores plásticos que han dado contenido a la idea y a cada uno de los libros que ya son una realidad, un paseo más realista o más fantasioso, poético y personalísimo en cualquier caso, por la ciudad del Guadalquivir: el asturiano Alfredo González, el argentino Pablo Racioppi, los madrileños Jacobo Pérez-Enciso y Roberto Sánchez Terreros, el valenciano José Antonio Loriga y los sevillanos David López Panea y Cristina Lama, que son precisamente los últimos en incorporarse a un proyecto abierto que pretende que “Sevilla nos descubra sus secretos y nos desnude su alma en silencio sin palabras”.

El propio Tabernero apunta en el prólogo del primer número a Edward Ruscha y a Dieter Roth, en torno a cuyos libros como materiales absolutamente visuales y espacios de creación se configura el libro de artista en 1963. Lo cierto es que el concepto ya empezó a perfilarse con Mallarmé a finales del siglo XIX si no cometemos la injusticia de olvidar Una tirada de dados nunca podrá suprimir el azar, o a Francis Picabia hace ahora justamente una centuria. En las últimas décadas, artistas de la talla del alemán Joseph Beuys o del catalán Josan Brossa, que colaboró con su paisano Antoni Tápies, han terminado de configurar ese nuevo género para amantes de los libros en sí que es el libro de artista.

El primer número, el de Alfredo González (Premio Nacional de Ilustración 2017), parte de unos dibujos que son más que bocetos de la estación de Atocha de Madrid, con el AVE esperando al pintor en la realidad mañanera y al lector en unas páginas sugerentes de los asientos del tren, del bar, de la fila de taxis en Santa Justa, y continúa por un paseo por el centro de la capital hispalense que derrocha tipismo y fina observación a partes iguales. Es difícil captar la esencia de ambos lados del río con unos cuantos trazos coloreados, pero González lo consigue con naturalidad. El puente de Triana, la Torre del Oro, la gigantesca Catedral vista desde distintas perspectivas, la Giralda, los otros puentes, el dinamismo de un coche de caballos, el Alcázar, la laberíntica poesía del barrio de Santa Cruz, la Macarena, la Plaza del Salvador, la Maestranza, la Plaza de España y sus detalles, de azulejería y de palomas en vuelo... Y luego decenas de detalles, desde una frutería de infinitos matices en cualquier calle de la Sevilla profunda hasta los abanicos y las tapa de los bares en el fragor del tráfico cotidiano, el fervor estampado de la Semana Santa y los despojos de la Expo convertidos en hitos nuevos de una ciudad siempre viva. Fue Paco Umbral quien dejó de dicho de este dibujante de ciudades que “las saca bordadas, desbordadas, o sea, a tope de vida, muerte, genio, ingenio y marcha”.

El segundo número de la colección, el de Jacobo Pérez-Enciso (un viejo colaborador de Tabernero y de su Grupo Pandora), sorprende gratamente porque cada página es una postal de acuarela fauvista que a veces prefiere solo dos o tres colores para dar testimonio de los hitos arquitectónicos de la ciudad y otras veces siluetea esos mismos hitos en la sombra inolvidable del recuerdo de quien mira. San Luis de los Franceses, el Palacio de San Telmo o el relincho de un caballo pueden ser instantáneas ineluctables que solo quien se ha perdido alguna vez por Sevilla puede apreciar en su justa medida.

El número tres de este serial de Libros de Artista, el del argentino Pablo Racioppi, incorpora textos escritos a modo de diario, de cuaderno de viaje que recoge la mirada de quien necesita expresarse en todos los códigos que conoce, incluidas todas sus desviaciones artísticas, hasta la poética: “Una prueba de todo el oro que llegó durante varios siglos desde América es cada atardecer que sumerge la ciudad en una luz que la vuelve una reliquia de tamaño geográfico”, escribe bajo el Parque de las Palomas, con el Museo de Artes y Costumbres Populares enmarcado por dos palmeras y sobre un cielo absolutamente magenta.

La inquietante pintura de Roberto Sánchez Terreros, igualmente un viejo colaborador de Tabernero, nos muestra una Sevilla de colores tan cálidos que el propio libro rezuma el calor que está por venir. El madrileño bucea por el Acuario de Sevilla y por las Setas, por la Alfalfa y por jardines menos conocidos para el turista, y hasta se fija en la mujer que barre su puerta, las monjitas que entran y salen, los mochileros que vienen y van, los turistas desorientados, las devotas que rezan ante cualquier azulejo y toda esa Sevilla alternativa que picotea de todos los barrios, como las palomas.

Los lápices de José Antonio Loriga inundan de un color tamizado tantos rincones como el lector de estas estampas puede tardar unos segundos en redescubrir, encantado de perderse por los vericuetos por los que los ojos del dibujante se han paseado, observadores y exigentes, con esa pericia de descubridores que lo mismo se afanan con los raíles o las espadañas que con los vehículos enfilados de Sevici. Todo es Sevilla.

Un trazo parecido tiene el sevillano David López Panea, tan dado a la deconstrucción del paisaje, que no olvida la Cruzcampo que todos los sevillanos tenemos en la retina, de frente, ni la Peña Bética Cultural ni la umbría soledad del Parque de María Luisa y otros paisajes que, veces, nos recuerdan al temblor de Van Gogh si hubiera aterrizado por acá. La más joven de los artistas participantes hasta ahora en la colección también es sevillana, Cristina Lama, que insiste en sus trabajos figurativos y abstractos aunque aquí juegue con tanta complicidad con la larga lista de símbolos que va albergando esa Sevilla que solo conocemos por la calle.