El pregón de un cristiano comprometido con su pueblo

Álvaro Romero consigue bordar una brillante exaltación de la Semana Santa palaciega con una auténtica lección catequética de fe y teología

Manuel Pérez manpercor2 /
18 mar 2018 / 21:36 h - Actualizado: 18 mar 2018 / 23:35 h.
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  • Un momento de la exaltación cofrade de Álvaro Romero en el Teatro Municipal Pedro Pérez Fernández. / El Correo
    Un momento de la exaltación cofrade de Álvaro Romero en el Teatro Municipal Pedro Pérez Fernández. / El Correo
  • La Escolanía de Los Palacios jugó un papel esencial. / El Correo
    La Escolanía de Los Palacios jugó un papel esencial. / El Correo

El telón volvió a cerrarse para dejar el escenario oscuro. Un escenario que minutos antes se llenó de luz con los versos que Álvaro Romero pronunció para exaltar la Semana Santa de Los Palacios. Entre bambalinas, abrazos, besos, emociones a flor de piel. Una mujer logró colarse hasta la tramoya. Allí, en la oscuridad de un teatro que empezaba a vaciarse, le confesó: «gracias a usted he vuelto a creer en Dios». Sería imposible narrar qué pensó el bueno de Álvaro en ese momento, que solo pudo responder que «esa es una responsabilidad muy grande».

No es para menos. El palaciego, columnista de El Correo de Andalucía, logró hilvanar un pregón en el que poesía y música alcanzaron una simbiosis perfecta para conmover al medio millar de espectadores que se dieron cita en el teatro municipal de Los Palacios. Y es que el mismo Dios se hizo presente a través de los versos de Romero. Versos cargados de sentimientos, emociones y devociones, pero también de denuncia social y con la clara intención de remover conciencias hablando de refugiados, pobres, marginados y mujeres.

Precisamente la figura de la mujer jugó un papel fundamental. Tanto es así que el pregón comenzó con una breve narración sobre el encuentro de María Magdalena con Jesús Resucitado. «Magdalena de mis ojos,/ serás testigo primero/ y hasta apóstol femenino/ de la Iglesia que hoy enciendo», pregonó Romero en sus primeros compases acompañado por los sones de la Banda Municipal de Música Fernando Guerrero, que interpretaba en ese momento Nuestro Padre Jesús, del célebre Emilio Cebrián.

La mujer volvió a copar los versos de Romero cuando se refirió a la palaciega Virgen de la Soledad. Un pasaje realmente emotivo que el pregonero usó para denunciar tantos abusos que se producen contra ellas en nombre del amor. «Amor no se llama eso;/ qué sabrán lo que es amor/ los que se que se quedan en sexo/ los que rebajan el alma,/ los que negocian con ello».

Romero se subió al atril con la clara intención de evangelizar. Y así lo hizo cuando afirmó que «tantas leyes farisaicas/ las reduzco yo a un precepto:/ Amaos unos a otros/ como ya os amó el Maestro». El pregonero iba descubriendo sus cartas y el pregón se fue convirtiendo en una auténtica lección de la teología del pueblo, la que usa el lenguaje sencillo, la que se deja entender por los humildes y los pobres. Porque «la Semana Santa hace posible que el cofrade saque a Dios un día del año por la calle mientras lo guarda todo el año en su corazón» al tiempo que permite que «lleve en su corazón a los pobres un día del año mientras los socorre en la calle los demás días del año».

Sonaban los primeros compases de la marcha Santísimo Cristo de la Misericordia, de Juan Enrique Moreno, cuando el pregonero elevó su voz para reclamar misericordia «en este mundo macabro». Los dulces y melódicos compases de la música acompañaban a los versos dotándolos de un ritmo que calaba en el público hasta que rompió en aplausos al escuchar «¿Cómo puedes decir que amas/ a Dios en los Cielos Altos/ si aquí en la Tierra de todos/ me desprecias a tu hermano?».

Romero llegó a emocionarse cuando recordó al pequeño Gabriel Cruz. Su voz, rajada por unas lágrimas contenidas, se dirigió a la Virgen de los Dolores para evocar el luto de su duelo por la muerte de un hijo y, sin embargo, el pregonero no dejó atrás «a los muertos del Estrecho» o «a los que piden refugio/ solamente por ser sirios» y «a los que no tienen casa,/ ni cama ni frigorífico,/ porque los avaros cumplen/ el guion de los más cínicos». Justo en ese momento, cuando Romero sacó a relucir las vergüenzas de este siglo, la Escolanía de Los Palacios comenzó a interpretar el Stabat Mater. Las dulces y blancas voces de estos niños crearon una atmósfera angelical, casi celestial, que inundó todo el patio de butacas.

Romero consiguió dotar al pregón de una musicalidad atípica en un acto de este calibre. Ejemplo de ello fue la interpretación de Caridad del Guadalquivir por parte de la banda de música, que estuvo cantada por Anabel Rodríguez, más conocida como Anabel de Vico, y acompañada por la propia Escolanía. Por su parte, Francisco Acosta interpretó a piano La Madrugá, de Abel Moreno, en el momento en el que el pregonero identificó a su pueblo como aquel cirineo que cargó con la cruz y se convirtió en Cristo, comprendiendo así el sufrimiento del nazareno.

Muchos coincidieron en afirmar que este pregón ha supuesto un antes y un después. Las manecillas del reloj apenas se resintieron tras dos horas y media de una exaltación que pasó rápido en el tiempo y que quedará grabada eternamente por mostrar la sensibilidad y el amor de Dios a través de los versos de Álvaro Romero.

La resurrección, alfa y omega de un pregón para el recuerdo

Álvaro Romero comenzó su pregón con el pasaje de la Resurrección y lo finalizó cantando al mundo que «solo en domingo se puede resucitar». Las últimas palabras del pregonero pusieron de manifiesto que la resurrección es la piedra angular de la fe cristiana, la razón por la que se celebra la Semana Santa. Una semana «circular» que empieza en «domingo de Entrada Triunfal en Jerusalén» y termina en «domingo de Entrada Triunfal en el cielo». Porque «el domingo está para quien quiere soñar» y, «sobre todo, puede dedicarse a amar». Y es que el pregón de Romero fue un verdadero canto al amor de Dios.