El Ocaña del retrato intermitente de Ventura Pons, la película que llevó al cineasta a la fama, o el del romance en el que Carlos Cano cantaba era alegría de las Ramblas, corazón / armaba el taco, era la revolución, es el mismo que, salido de la más pura tradición de Cantillana creó arte, abanderó las luchas por las libertades, y como estandarte de la homosexualidad, abrió mentalidades y derechos. Todo con la alegría y la cotidianidad de hacerse icono de la contracultura con el hecho de dejar que su persona fuera personaje en una simbiosis indisoluble.

Es el pintor autodidacta que sobresalió recreando las fiestas de su pueblo, en un movimiento artístico que recordaba a otros pero no compartía nada con ninguno, en la recreación que del mundo de sus raíces hacía, y donde convivían vírgenes, representaciones con ángeles y figuras de papel maché entre homosexuales con mantillas y mantones bordados... Arte imposible de encuadrar que abrió una perspectiva integral que unía pintura, instalación y performance.

Su muerte en 1983, provocada por las consecuencias de un incendio en el disfraz de sol hecho de telas y papeles en la cabalgata de la juventud de Cantillana, dejó diluida su figura. El poso del tiempo y una mirada relativizada están dando el verdadero valor a un artista cuya figura quedó desdibujada.

José Naranjo es posiblemente el que mejor lo conoce. Doctor de Bellas Artes, en su tesis Ocaña, artista y mito contracultural, aborda la figura y su obra de forma rigurosa y científica, encuadrándolo como «producto sociocultural de la transición española». Reconoce que «es un artista clave, de los pocos tan claros fruto de la historia de su tiempo, que hubiera merecido un reconocimiento que nunca ha tenido».

Nace en 1947 en Cantillana, y pronto presenta inquietudes artísticas. Se nutre de la fascinación por el matriarcado local, la artesanía y las fiestas marianas de verano, en cuyos montajes –altares, instalaciones en la iglesia, carrozas– empezó a trabajar manualmente y experimentar. Arte no entendido, comparado con otras corrientes clasicistas, y que no dejan de interpretar como anecdótico y fruto de una personalidad distinta. El devenir del tiempo asfixia a Ocaña en los límites de su pueblo, por lo que en los 70 emigra a Barcelona, todo un trampolín para poder vivir a su modo y haciendo lo que quería.

El ambiente alternativo

Alternó la brocha gorda para ganarse la vida con los pinceles de la libertad. Mostró su interior con la facilidad de hacerlo dentro de un ambiente alternativo, contracultural y de modernidad. Allí Ocaña cantaba, se disfrazaba y montaba altares e instalaciones donde desarrollaba todas sus capacidades. Una contraposición llamativa, que enfrentaba lo tradicional y religioso con el ambiente homosexual y rompedor. Adornaba su arte de espectáculo, lo que fue haciéndolo popular y que fuera ese personaje que siempre fue y nunca ocultó. El efecto llamada le permitió vivir del arte y lo encumbró en movimientos sociales, de cultura y sexualidad, abanderando la lucha por los derechos.

Tan alternativo fue que llegó a ser incómodo para los movimientos que encabezó. Y no entró en ningún cauce artístico e institucional que lo mantuviera como relevante en la historia del arte español. Ni su obra está en los museos, aunque aparezcan sus representaciones registradas por otros autores. El tiempo lo relegó a un segundo plano. Pero su patria chica prepara el proyecto museístico que devuelva a su figura ese protagonismo. La disposición de su familia, poseedora de la mayor parte de su obra, y el Ayuntamiento, con la rehabilitación de la antigua iglesia del convento de San Francisco, hará que en un futuro el actual centro de interpretación sea el Museo Ocaña. Y que los pinceles de la libertad vuelvan a llenar de color el importante legado que hoy permite disfrutar de tantos derechos y libertades por él conseguidas.