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Un siglo de Benedetti, el poeta que se convirtió en canción

Se cumplen cien años del nacimiento del escritor uruguayo, que murió tal día como hoy de 2009 y que supo conjugar como nadie intimismo y compromiso en sus infinitos versos para el pueblo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
17 may 2020 / 12:43 h - Actualizado: 17 may 2020 / 12:48 h.
  • Un siglo de Benedetti, el poeta que se convirtió en canción

Tal día como hoy, un 17 de mayo -que además también cayó en domingo-, pero de 2009, moría en su casa de Montevideo uno de los escritores más prolíficos no solo de Uruguay, sino de toda Hispanoamérica, y no solo del siglo XX: Mario Benedetti, que había nacido el 14 de septiembre de 1920, es decir, va a hacer ahora justo un siglo, en Paso de los Toros, hijo de paraguayos y destinado a escribir casi un centenar de libros traducidos a más de veinte idiomas, aunque en aquella época el joven Mario tuviese que abandonar la Secundaria para ponerse a trabajar. De lo que fuera: en un repuesto de automóviles, de recadero, de chico para todo en una inmobiliaria o taquígrafo, hasta que recaló en esa fábrica de palabras que ha sido siempre la redacción de un periódico... Pero para entonces ya se había doctorado en la universidad de la vida callejera, había estudiado por libre, de noche, y había tenido la suerte de casarse con la mujer de su vida: Luz López Alegre.

El caso de Benedetti, poeta, ensayista, novelista, cuentista y hasta autor de algunos dramas, se parece al de otros tantos escritores de allende el Atlántico que consiguieron popularidad con su literatura sin abandonar jamás el oficio de reportero en las páginas volanderas de los diarios, pero se diferencia en su salto abismal y constante de unos géneros a otros y que consiguió tal popularidad a lomos de su propia lírica convertida desde tan temprano en canción.

En el último medio siglo, ningún autor ha nutrido tanto con sus letras el cancionero hispanoamericano, con dos centenares de versiones si se cuentan solo las musicalizaciones originales. Especial repercusión ha tenido el trío que conformaron muy pronto el compositor argentino Alberto Favero, su compatriota la cantante Nacha Guevara y el mismo Benedetti en cómplice coalición al concebir sus propios versos imaginados sobre el pentagrama. Pero la relación directa de Benedetti con la música viene desde el principio, de cuando, a comienzos de los años 60, él se implicara tanto en la aparición de un movimiento tan artístico como comprometido, la llamada Nueva Canción Lationamericana; de cuando Los Olimareños, con música de Héctor Numa Moraes, cantaron aquello de Cielo del 69, con claras connotaciones políticas que vaticinaban de algún modo el destino de exilio de un autor que hasta en uno de sus últimos libros dejaba clara su naturaleza: Canciones del que no canta.

En Contra los puentes levadizos, un poemario no demasiado conocido de mediados de los 60, Benedetti ya definía su propia poética, con su habitual abandono de los signos de puntuación: “Que golpee y golpee / hasta que nadie / pueda ya hacerse el sordo / que golpee y golpee / hasta que el poeta / sepa / o por lo menos crea / que es a él / a quien llaman”. Era ya, desde luego, un intelectual incapaz de concebir la literatura sin esa doble condición de intimismo y compromiso social que terminaría siendo la clave de su propio estilo y de su éxito entre la gente incluso iletrada: “...usted preguntará por qué cantamos”, decía uno de sus poemas del exilio, de 1978: “cantamos porque llueve sobre el surco / y somos militantes de la vida / y porque no podemos ni queremos / dejar que la canción se haga ceniza”. También lo cantaba Favero, en una época, la de nuestra propia Transición aquí en España, en la que sus versos no dejaron de cantarse, casi compulsivamente, por la venezolana Soledad Bravo, el cubano Pablo Milanés o el peruano Jorge Pelo Madueño, pero también por Joan Manuel Serrat en aquel disco inolvidable del 85 titulado, con tan intensa intención, El sur también existe.

Exilio y desexilio

Benedetti trabajó en el semanario Marcha durante csai treinta años, hasta que fue clausurado por el gobierno de Juan María Bordaberry, presidente uruguayo que comenzó siendo constitucional y que acabó convertido en el responsable primero de una dictadura que comprometió primero a Mario en la fundación del Movimiento de Independientes que soñaba con una coalición de izquierdas y que luego, tras el golpe de estado, terminó forzándolo a un largo exilio por Argentina, Perú, Cuba y España, después de haber renunciado a su cargo de director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República en su país y de que su mujer, Luz, se quedara a cargo de sus padres y sus suegros.

De esta dura época, tal vez la más relevante de toda su vida, datan algunos de sus mejores poemarios ineluctablemente convertidos en cancioneros (Letras de emergencia, Poemas de otros, Cotidianas o Viento del exilio), pero también su asombro convertido en verso por la muerte de cientos de presos políticos y la desaparición de otros tantos. “Están en algún sitio / concertados / desconcertados / sordos / buscándose / buscándonos / bloqueados por los signos y las dudas / contemplando las verjas de las plazas / los timbres de las puertas / las viejas azoteas / ordenando sus sueños, sus olvidos / quizá convalecientes de su muerte privada”, escribió Benedetti, que sin embargo no dejó de defender la alegría: “Defender la alegría como una trinchera / defenderla del escándalo y la rutina / de la miseria y los miserables / de las ausencias transitorias / y las definitivas”.

Hasta 1985, que duró la brutal dictadura, Benedetti no pudo volver a su patria, en un período que él mismo calificó de “desexilio”, cuando puso en marcha el periódico Brecha, que continuaba el proyecto del desaparecido Marcha, y mientras luchó contra la ley que pretendía impedir el juicio contra los crímenes cometidos durante la dictadura. Todavía en aquellos años hubo de alternar sus estancias en Uruguay y España, y solo entonces comenzó a lloverle una cascada de premios y reconocimientos que no le impidieron seguir comprometido ni con la causa de los débiles en cualquier rincón del mundo ni con su idea de que los versos le nacían para ser cantados: “con tu puedo y con mi quiero / vamos juntos compañero / algunos cantan victoria / porque el pueblo paga vidas / pero esas muertes queridas / van describiendo la historia”.

Del romanticismo a la rebeldía

Benedetti había publicado ya, además, algunas de sus novelas más célebres: La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965) o Primavera con una esquina rota (1982). Incluso algunos ensayos sobre los que convendría volver en estos días: Notas sobre algunas formas subsidiarias de la penetración cultural (1979), Cultura entre dos fuegos (1986), Subdesarrollo y letras de osadía (1987) o La cultura, ese blanco móvil (1989). Pero sus mensajes cabales, siempre entre el romanticismo y la rebeldía, seguían llegando a la masa a través de la canción. Es muy célebre, en este sentido, su poema “Te quiero”, donde se conjuga a la perfección el afán amoroso con el revolucionario: “Si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos / tus ojos son mi conjuro / contra la mala jornada / te quiero por tu mirada / que mira y siembra futuro / tu boca no se equivoca / te quiero porque tu boca / sabe gritar rebeldía...”.

La interpretación de Nacha Guevara y otros artistas caló en las desamparadas masas, que entendieron la perfecta comunión entre el amor por la amada sin olvidarse del pueblo, al margen de nacionalidades. Alejandro Sanz, en un concierto de 1995, sorprendió a su multitudinario público con uno de sus poemas favoritos. Lo recitó de memoria mientras pausaba los instrumentos: “El olvido no es victoria / sobre el mal ni sobre nada / y si es la forma velada / de burlarse de la historia / para eso está la memoria / que se abre de par en par / en busca de algún lugar / que devuelva lo perdido / no olvida quién finge olvido / sino quién puede olvidar”.

Quien lo había olvidado todo, excepto el amor incondicional, fue su mujer, Luz, que murió por culpa del Alzhéimer en 2006, cuando a él le habían dado ya todos los premios posibles, lo habían hecho doctor honoris causa en muchas universidades y sobrellevaba el dolor del único modo que sabía: escribiendo.

Ya para entonces, los versos de Benedetti habían encontrado otra plataforma popular: las redes sociales, siempre dispuestas a compartir fogonazos de su luz fragmentariamente solidaria: “...es tan lindo / saber que usted existe / uno se siente vivo / y cuando digo esto / quiero decir contar / aunque sea hasta dos / aunque sea hasta cinco / no ya para que acuda / presurosa en mi auxilio / sino para saber / a ciencia cierta / que usted sabe que puede / contar conmigo”, escribía en Poemas de otros, uno de sus poemarios más permanentes en la memoria popular: “Ustedes cuando aman / exigen bienestar / una cama de cedro / y un colchón especial / nosotros cuando amamos / es fácil de arreglar / con sábanas qué bueno / sin sábanas da igual”...

Muchos años después, hasta el hijo del comprometido cantaor flamenco El Cabrero, Emiliano Domínguez Zapata, ha versionado versos suyos: “si está entregando el país / y habla de soberanía/ quién va a dudar que usted es / soberana porquería / no me gaste las palabras /no cambie el significado / mire que lo que yo quiero / lo tengo bastante claro”. Una letra que sintetiza bien la poética de un autor para el que el Instituto Cervantes, por ejemplo, tiene programado para el próximo otoño un Congreso Internacional en Alicante, y que hasta cuarenta ocho horas antes de su muerte daba permiso para que convirtieran en canción el último de sus sonetos, tan lúcido como universal:

Esta paz / simulacro de banderas
unida con hilvanes a la historia
tiene algo de perdón / poco de gloria
y ya no espera nada en sus esperas


es una paz con guerras volanderas /
y como toda paz obligatoria
no encuentra su razón en la memoria
ni tiene la salud de las quimeras


esta paz sin orgullo ni linaje
se vende al invasor / el consabido
me refiero a esta paz / esta basura


mejor será buscarle otro paisaje
o amenazarla en su precoz olvido
con una puñalada de ternura.