Érase un elfo travieso llamado Montoro

Los christmas de ayer y de hoy. La guasa sustituye a la piedad en unas felicitaciones ansiosas de originalidad

06 dic 2016 / 08:22 h - Actualizado: 06 dic 2016 / 08:14 h.
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  • Ilustración de un viejo christmas donde se puede ver cómo formaban parte de la decoración navideña.
    Ilustración de un viejo christmas donde se puede ver cómo formaban parte de la decoración navideña.

Tan sencillo como eso: entra uno en la web de Elfyourself, que para eso está, coloca la cara de su querido y nunca bien ponderado ministro Cristóbal Montoro en el hueco habilitado para el retrato del elfo, lo ajusta con el zoom y ya tiene un fenomenal ansiolítico contra las nuevas medidas fiscales del Gobierno en forma de felicitación navideña animada. Sí, es cierto: los christmas ya no son lo que eran y probablemente dejen de ser muy pronto lo que son para dar paso a nuevas y cada vez más hipertecnologizadas modalidades de desparrame. Porque no solo han cambiado los soportes; también lo ha hecho el ánimo con el que se confeccionan. Antes, obedecía a un sentimiento piadoso y familiar. Cuantos más tarjetones navideños tenía uno en el aparador –apoyados en los candelabros, en el reloj parado y en el zueco recuerdo de Galicia–, mayor graduación ostentaba en la pirámide del parentesco. Y de este modo, los abuelos y las tías cariñosas habrían podido vivir holgadamente todo el año nada más que vendiendo luego toda esta cartulina al peso. También estaban los christmas de las empresas, que eran tanto más grandes y entrañables cuanto más te sableaban fuera de las magnánimas y reconciliadoras fechas navideñas. Y si quedaba sitio en el mueble, se ponía un pesebre con un Niño Jesús con los deditos así y las tarjetas de visita del portero, el fontanero y el basurero, que igualmente te deseaban muy felices fiestas y próspero año nuevo previa exposición de mano para el correspondiente trincamiento pecuniario, que la cosa casi siempre ha estado igual de mala.

Inflamadas por una liturgia tantas veces repetida, las familias, llegadas estas fechas de primeros de diciembre, se sentaban alrededor de la mesa de camilla para escribir todos alguna cosa adecuadamente abstracta y afectuosa en la tarjeta. Solía ser justo después de que el señor de la asociación de pintores con la boca y con el pie se pasara por casa y dejase un lote de preciosos christmas con escenas del Nacimiento, pueblecitos nevados, patinadores tiroleses, bastones de caramelo y demás motivos típicos. La gente tenía discos de villancicos y, por si fuera poco, los ponía. Y en ese ambiente seductor quedaba inaugurado el tiempo del ensueño y la bondad. Pero aquellos abuelos de aparadores atestados murieron. Y las tías, ya mayores, han acabado aceptando que las felicitaciones van a ser todas por guasap porque comprar unas tarjetas, sentarse en familia a escribirlas, meterlas en sobres, franquearlas y echarlas al correo es un sacrificio espaciotemporal y de filosofía de vida que nadie está dispuesto a asumir.

Nunca sabremos qué cara habría puesto aquel recio comandante de Artillería al que uno llamaba abuelo de haber recibido una felicitación animada con el ministro de Hacienda disfrazado de elfo bailón. Pero se veía venir algo parecido desde que en los ochenta empezaron a proliferar con un entusiasmo digno de su ordinariez los christmas musicales, esos que sonaban al abrirse. Luego llegaron otras variantes igualmente exitosas, como el almanaque magnético para la nevera con la foto del nietecito en pelotas y con gorro de Papá Noel –una afrenta de la que se habla poco– y los adornos personalizados para el árbol de Navidad. Aunque la verdadera revolución no llegó hasta el sms, primero, y las redes sociales y los smartphones, después. Con esta potencialidad tan abrumadora, la gente ha empezado a pasar por completo de testimoniar al prójimo sus buenos sentimientos para con él y ahora se decanta por derroches cada vez más sofisticados y originales de humor, chabacanería y, a poder ser, efectos especiales.

En estos días afilan su ingenio y lanzan sus novedades las webs con frases para enviar a los contactos –antes, los contactos solo los tenía la KGB y corrían peligro de muerte si se desvelaba su identidad; ahora son el invasivo segmento social que ha acabado con la amistad clásica–. He aquí una que probablemente se lleve mucho: He leído tu horóscopo para este año. Salud: los astros te sonríen. Dinero: los astros te sonríen. Sexo: los astros se descojonan. Y este otro, más versátil: Este año quería felicitar solo a la gente que me cae bien, pero al final os voy a enviar mensaje a los de siempre. Y uno más para los que sigan teniendo a Charles Dickens como referente navideño: ¡Feliz año 1980! Firmado: mi sueldo.

Los compañeros más insufribles de la oficina mandan por el móvil fotos de exuberantes y recauchutadas Mamás Noel en tanga y los devotos de La guerra de las galaxias envían fotos de los AT-AT con cuernos de reno deseando a sus colegas Merry Force be with you, un juego de palabras que seguramente ponía de los nervios a Darth Vader y que tal vez se encuentre entre las razones de su tránsito al lado oscuro. Aun así, los que quieran probar cómo se sentía un cavernícola de hace dos generaciones llegadas estas fechas, tienen christmas de cartulina en cualquier tienda y sellos de 45 céntimos en todos los estancos. Otra cosa es que encuentren un rato para sentarse todos juntos a escribirlos sin prisa. De eso, a lo peor, no encuentran.