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Crónicas dominicales

Los cielos de la catedral

Caminando por los “tejados” de la catedral casi se toca el cielo y la cara de la Giralda te roza las mejillas. “Hay otros mundos, pero están en éste”, dijo Paul Éluard.

05 sep 2021 / 04:56 h - Actualizado: 04 sep 2021 / 14:01 h.
"Crónicas dominicales"
  • El Correo. La parte superior del retablo de la catedral visto desde detrás. Ramón Reig
    El Correo. La parte superior del retablo de la catedral visto desde detrás. Ramón Reig

Explicaciones previas dentro de la catedral entrando por la Puerta de San Miguel, unos tres tramos de cincuenta escalones pequeños de piedra en forma de caracol, a veces con techos demasiado bajos y unos pocos salientes a los que hay que estar atentos y ya estamos en el cielo de la catedral, caminando por sus nubes en forma de techos por lo general planos, en Sevilla no suele nevar, no hay necesidad de construir techos con dobles vertientes, mejor suelos ligeramente inclinados para que el agua salga, al margen de canalizaciones que terminan en esas gárgolas con formas diabólicas.

Por desgracia, no es para todos los públicos, deben tener cuidado las personas mayores y quienes padezcan alguna enfermedad respiratoria o cardíaca porque, además, en estos tiempos hay que subir con las mascarillas puestas. Salvadas estas premisas y el debido respeto al lugar, excelente iniciativa la de poder subir a los cielos de la catedral y aún más si nos acompañan excelentes guías que saben muy bien de lo que hablan. Ha sido una de mis salidas veraniegas porque muchos sevillanos, entre los que me encuentro, no conocemos bien nuestra propia ciudad y no es raro porque, aparte de que sabemos que están ahí sus maravillas, esperándonos, son demasiados los paisajes que nos ofrece en un casco antiguo de los más grandes de Europa. Cuando mi amigo el novelista y poeta Emilio Durán se jubiló una de las cosas que me dijo que iba a hacer era “conocer mi ciudad”, él también es sevillano.

Como sevillano que soy -sin raíces aquí- ya he dicho en otras ocasiones por estas líneas que me causa tristeza comprobar que ya no puedo entrar libremente al Patio de los Naranjos para ver el “lagarto” o sencillamente sentarme en su interior a charlar con una amiga, con una novia, con un amigo, como hacía cuando era adolescente y joven. Al mismo tiempo, lo comprendo, ahora con los vándalos que hay esparcidos por la ciudad, verdadera basura social, esa zona inmortal tendría que estar cerrada y vigilada de todas maneras pero es que, si no pienso en ese ganado, hay que contribuir a mantener esas señas de identidad de la ciudad y tratar que nadie nos arrebate su administración. Todo eso es del pueblo español y del mundo por decisión de la UNESCO, posee un significado que va más allá de la religión para entrar en la pulsión creativa del ser humano, inseparable de su naturaleza. “Sólo el arte nos salvará”, es frase muy utilizada y en estos tiempos digitales es más aplicable que nunca porque el arte es creación de una mente no cosificada.

Es impresionante lo que ha sido capaz de crear el humano a partir de la idea Dios, desde la Venus de Willendorf hasta la catedral de Sevilla pasando por la ingente obra de la familia Bach encabezada por el gran maestro. El retablo católico más grande del mundo está en la catedral de Sevilla, rematado por un crucificado con una postura atípica, mirar hacia él desde abajo es conmovedor pero ver a ese mismo crucificado desde detrás del retablo-altar es impresionante y más si al fondo luce el rosetón típico del gótico, tan misterioso y tan elocuente, como se puede observar en la foto que acompaña a estas letras.

Los cielos de la catedral
El Correo. Un arbotante finalizado en un pináculo, flanqueado por la luna y su lucero inseparable. Ramón Reig

Observar la luna y el lucero que la acompaña desde esas nubes imaginarias que son las cubiertas de la catedral justifica estar en el mundo, casi besan a uno de sus pináculos. Como afirmaba León Felipe, las estrellas son las ventanas del cielo que hay más allá del cielo catedralicio porque el universo es infinito y Sevilla nos lo muestra. Contemplar una vidriera a su misma altura es observar una pantalla mediática del siglo XVI con su mensaje multicolor. No hay muchas vidrieras en la catedral de Sevilla y no son demasiado grandes -como en León o en Burgos- hay que salvaguardarse del calor en lo posible y arrimarse al frescor de la piedra, tenemos luz de sobra en Sevilla.

Los cielos de la catedral
El Correo. Una vidriera vista a su misma altura. Ramón Reig

En los cielos de la catedral llega un momento en el que la Giralda, en lenguaje metafórico, casi nos roza, casi se la puede tocar. La Giralda, el monumento a la tolerancia que estaba en Sevilla muchísimo antes que ese otro de Chillida tan ignorado, a orillas del Guadalquivir. “Sevilla ya tiene un monumento a la tolerancia y a la síntesis de culturas, es la Giralda”, me decía el pintor de la Giralda, Amalio García del Moral, cuando se inauguró la escultura de Chillida. Amalio, que sigue olvidado por la Junta y el Ayuntamiento, pero no por quienes le conocimos. Allí está, asomado en uno de los balcones de la torre-alminar, mirándonos a quienes subimos al cielo de la catedral para sentir eso que se llama vida porque, en efecto, hay otros mundos en los que celebrar haber nacido y mitigar la angustia de existir, pero están cerca de nosotros. Hay otra Sevilla esperándonos en las entrañas maternas de la propia Sevilla.