Aquí paz y después gloria...

Una bonancible miurada puso el broche a dos largas semanas de toros. Rafaelillo, que sorteó el mejor lote, cortó una oreja. Castaño y Escribano se fueron de vacío

17 abr 2016 / 22:16 h - Actualizado: 17 abr 2016 / 23:04 h.
"Feria de Abril","Feria de Abril 2016"
  • Rafaelillo, con el primero de su lote. / Inma Flores
    Rafaelillo, con el primero de su lote. / Inma Flores

El pasodoble Suspiros de España abrigó el crepúsculo mientras la Feria se moría en el hermoso e interminable clarinazo que avisaba que había llegado el final. Era el colofón a una larga quincena de toros en la que, como en botica, ha habido un poco de todo. Pero quedaba un capítulo para cerrar el serial; hacer balance; fallar premios y pensar que queda casi un año para el próximo Domingo de Resurrección. La tradición marca miuras para el Domingo de Farolillos aunque el envío de los campos de Zahariche estuvo más cerca de la dulzura de otras vacadas que de las promesas de horror, terror y pavor que ha cimentado la leyenda del hierro de la A con asas.

Conviene ir por partes. El más agraciado en el sorteo fue el murciano Rafaelillo, que quiere dejar atrás su antigua condición de cabo gastador para reivindicarse como torero de calidad. Tuvo el mejor material para mostrarlo: un primero de nobilísimo pitón derecho -muy bien picado por Esquivel- al que llegó a torear templado y vertical en el cuerpo central de una faena que pudo tener mejor premio si hubiera cambiado la longitud por la intensidad. Con aquello calentito, si se hubiera ido pronto por la espada habría lucrado su primer trofeo.

Pero el murciano había caído con buen pie en Sevilla y se volvió a llevar el otro bombón de la caja. Rafaelillo se fue a portagayola y el toro salió veloz. La larga, algo despegada, salió limpia. Fueron mucho mejores los lances a la verónica que preludiaron el buen aire que el animal iba a mantener en los tercios posteriores. Brindó a Castaño y se mostró vertical, compuesto y templado en el inicio de una faena que vivió su mejor momento en la siguiente serie, bien hecha, mejor dicha, muy reunida. El trasteo no mantuvo ese tono y el hilo se rompió en un inoportuno desarme al quedar algo descolocado para ligar los muletazos. Pero Rafaelillo, dueño de la escena, fue capaz de levantar el hilo argumental apurando al miura por el lado izquierdo antes de que entregara la cuchara definitivamente. La gran estocada y la espectacular agonía se unieron a la buena actuación del murciano que paseó contento y feliz la única oreja que se cortó en el festejo, la última de la Feria.

El público -sensible y sensato- había recibido con una emocionante ovación a Javier Castaño. Su cabeza completamente pelada y pálida delataba los rigores de la quimioterapia. Pero más allá de ese aspecto, el diestro leonés no acusó la recentísima batalla contra el cáncer y se mostró solvente, profesional, ágil y siempre resolutivo. No tuvo toros de triunfo pero Castaño supo andarle sobre las piernas a un desigual segundo que tampoco estuvo sobrado de fuerzas. El torero había brindado a su médico, el zamorano doctor Carrasco, que pudo comprobar que el paciente llegó a extraer al animal un puñado de muletazos templados y bien dibujados, muy por encima de la defectuosa embestida del bicho. Lo mejor llegó con la espada. Castaño le recetó un sensacional volapié que despenó fulminantemente a su enemigo. Salió de la suerte con la cabeza ensangrentada evocando, de alguna forma, aquel coronel Kurtz de Apocalypse Now.

El matador leonés iba a sortear el único miura que se acordó de sus ancestros, un quinto que no se libró del amago de salida del segundo espontáneo de la tarde -fue interceptado a tiempo en el callejón- que hizo pasar un calvario al banderillero Marco Galán en el segundo tercio. Castaño volvió a andar hábil y ágil y hasta le arrancó algún natural estimable. Pasó la prueba con nota.

Escribano, de eso no cabe duda, venía dispuesto a redondear su Feria. Pero un tercero de más a muy menos se empeñó en aguar la fiesta que había prometido su inicial movilidad, posiblemente destemplada por otro espontáneo -viejo conocido de este ruedo- que fue sacado a capones por las cuadrillas. Manuel, que banderilleó con brillantez, comenzó la faena algo contrariado, correcto en el planteamiento, templado siempre pero el trasteo no terminó de coger vuelo mientras el toro se desinflaba definitivamente. Algo parecido le iba a ocurrir con el sexto, un animal que no pasó de soso y acabó echándose enfadando al personal. No pudo ser esta vez, torero, pero que le quiten a usted lo bailado. Así se acabó la tarde y concluyó la Feria. Fue un placer contársela cada día.

FICHA TÉCNICA

Plaza de la Real Maestranza

Ganado: Se lidiaron seis toros de Miura, bien presentados y en el tipo de la casa con predominio de las capas cárdenas que ahora abundan en la vacada. El mejor lote lo conformaron los nobles primero y cuarto. Resultó blando y desigual el segundo; desinflado el tercero y simplemente soso el sexto. El que más se movio y comportó en miura fue el que saltó en quinto lugar.

Matadores: Rafael Rubio Rafaelillo, de nazareno y oro, ovación tras aviso y oreja. Javier Castaño, de blanco y oro, gran ovación y ovación tras aviso. Manuel Escribano, de rosa y oro, ovación y silencio.

Incidencias: Se llenó el Sol y se rozaron los tres cuartos en la Sombra. La tarde resultó bochornosa y neblinosa. Dentro de las cuadrillas hay que destacar los nombres de Lipi, Fernando Sánchez, Jaime Padilla y los picadores Esquivel y Chicharito.