Elogio de Morante

29 ene 2020 / 12:49 h - Actualizado: 29 ene 2020 / 12:50 h.
  • Elogio de Morante

Para saber qué pasa en La Puebla el día de San Sebastián hay que estar allí. Ya van seis ediciones de ese encierro –ligado a la novillada vespertina de promoción- que consiguió desde el primer capítulo revolucionar de arriba abajo las tradicionales fiestas de San Sebastián, patrón de esa localidad marismeña que une su nombre al de un torero singular. Morante, que no es otro, es el verdadero catalizador de esa reinvención festiva que ha logrado unos cuantos objetivos. El primero, y no sé si el más importante, es reivindicar el tótem ibérico por excelencia como piedra angular de una jornada festiva que –ésa es la clave- ha sabido vincular a las esencias y las devociones más inmutables de su pueblo: la devoción y el culto a San Sebastián.

Lo demás ha venido solo. La salida del santo se enhebra perfectamente a los preparativos de esa bajada de las reses que, por sí sola, ha logrado atraer hasta esas orillas del Guadalquivir a miles de personas de toda la geografía. Sí, es el toro, siempre el toro, el que presta ese pulso antiguo e irrenunciable unido a la devoción a nuestros santos. ¿Por qué no? Morante lo ha entendido bien, brindado el temblor antiguo, primario y atávico del encierro entendido como una precuela de su lidia en la plaza. Para ello organiza un festejo de promoción con jóvenes novilleros sin picadores que se encuentran con un escaparate inmejorable.

Y todo ello, ojo, llenando las calles, los bares, llevando negocio a esta ese pueblo que hay que conocer para entender al propio Morante. Dicen que la escena del chupinazo en el balcón con el cura ensotanado y dirigiendo el rezo previo, el propio matador bajo su boina y tras su puro y hasta el inefable Lopera dando vivas tenía algo de berlanguiano. Pues bienvenido Míster Marshall. Lo ha bordado usted, maestro. Y que se repita.