Espartaco: algunas confesiones un año después del adiós

El maestro sevillano rememora la incertidumbre, el gozo y los miedos de la emocionante tarde triunfal que supuso su despedida definitiva de los ruedos

04 abr 2016 / 21:33 h - Actualizado: 05 abr 2016 / 09:22 h.
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  • Espartaco: algunas confesiones un año después del adiós
  • El torero de Espartinas saliendo a hombros tras la corrida del Domingo de Resurrección de 2015. / Manuel Gómez
    El torero de Espartinas saliendo a hombros tras la corrida del Domingo de Resurrección de 2015. / Manuel Gómez

Hoy, hace justo un año, fue Domingo de Resurrección. La noche ya se había echado sobre la plaza de la Maestranza mientras tres generaciones de Espartacos se unían en el ruedo para oficiar un acto que no podía ser íntimo. Juan Ruiz Rato cortó la coleta –el símbolo remoto del oficio de torero– de Juan Antonio Ruiz Román. Antonio Ruiz Rodríguez, el primer Espartaco, testificaba aquella sencilla ceremonia que ponía el broche de oro a la carrera ejemplar de una gran figura del toreo que había reaparecido puntualmente –a la vez que se despedía– para mostrar el camino que habían perdido otros pero, sobre todo, para ajustar alguna cuenta pendiente con sí mismo y los suyos.

Un año después, Espartaco se ha confesado. Lo hizo al recibir el premio de la Tertulia El Porvenir. Echó fuera los miedos, la incertidumbre y el gozo final de aquella tarde que sólo podía terminar, bien entrada la noche, paseando por sexta vez por la Puerta del Príncipe a hombros de los propios toreros. Lo que sólo era un deseo que se antojaba irrealizable terminó convirtiéndose en una rotunda verdad: «Dios me dio esa oportunidad; era sueño por cumplir. En una comida, hablando con Ramón Valencia para torear un festival benéfico surgió esto, pero sólo como un sueño imposible», afirmaba el matador reconociendo que los toreros siempre están soñando «cosas irrealizables». «Mi padre aún está soñando que puede confirmar la alternativa en Madrid», bromeaba. Hubo un nuevo encuentro, en el funeral del viejo Manzanares, que terminó de inclinar la balanza: «Valencia me dijo: ¿llamo a Rafael o no lo llamo? Yo lo miraba y le decía llámalo. Pero no dejaba de ser la sensación de decir, qué bonito sería en un momento dado...» Los acontecimientos empezaban a precipitarse.

«Posteriormente, cuando parecían definidos los carteles de Sevilla y las figuras estaban más o menos decididas se planteó la alternativa de Borja Jiménez» rememoraba el torero que ya conocía la ilusión que le hacía que le convirtiera en matador pensando, eso sí, en una plaza de menor responsabilidad. «Entonces surgió todo», recuerda. «Lo del Domingo de Resurrección ya estaba hecho y el cartel definido. La empresa me invitó a torear con Manzanares y posiblemente con Morante. Yo hablé con Rafael Moreno –su apoderado de siempre– y me dije que para mí era imposible estar en ese cartel. La sensación era de estar cumpliendo un sueño pero, a la vez, deseando que no saliera». En ese punto, Espartaco creía que todo había quedado en agua de borrajas. «Pensé que aquello no salía ya pero sentí alegría. Había estado a punto de volver a estar anunciado en la Maestranza aunque ni siquiera lo había hablado con mi familia o mi padre». Pero el destino estaba empeñado en precipitar aquella vuelta. «No hubo acuerdo con una serie de toreros y es cuando Eduardo y Ramón me exponen la situación. Nunca me había reunido con la empresa y verme allí con ellos fue una sensación muy bonita. Me sentía torero. Estaban hablando conmigo para torear en la Real Maestranza de Sevilla. A veces me quedaba pensativo, callado, dudando si aquello me estaba pasando realmente a mí. Salí de allí, cogí el coche y me fui a ver la Virgen del Rocío. Me senté en la ermita y estuve un rato dándole vueltas antes de contárselo a mi padre ni a mi familia». Pero la suerte, a esas alturas, estaba echada.

«El primero en saberlo fue mi padre. Esperaba que me dijera, ¡para adelante! Pero fue el primero en decirme que estaba loco, que no sabía la responsabilidad que había contraído». Pero hubo un compañero que le prestó el aliento necesario. «Si yo pudiera lo haría, me contestó Paco Ojeda. Si estuviera en condiciones estaba ahí contigo en ese cartel». El empeño seguía su curso a un ritmo frenético. «Dije que sí faltando prácticamente un mes pero no sabía si iba a ser capaz de ponerme delante de un toro en Sevilla. Pero después de tomar la decisión, comunicarlo a mi familia y verme anunciado pensé que para una vez que me habían pedido algo –los que tenían que haber estado ahí realmente eran las figuras del momento– tenía que estar allí».

Las dudas persistían. «Lo único que podía prestar era el nombre y una trayectoria pero ni siquiera pensaba que pudiera estar a la altura de esas figuras. Si están ahí es porque son los mejores. Pero brillar a esa altura era imposible, muy difícil», rememoraba el diestro de Espartinas sabiendo que estaba apostando todo en un sola casilla. «Estaba poniendo toda mi trayectoria profesional en juego pero no quería quedarme con la duda; se trataba de un tema personal. Y la grandiosidad del mundo del toro implica apostar toda tu vida de torero a un solo día. Tenía que estar y no sabía si iba a estar bien; si podía triunfar; si iba a tirar mi prestigio por los suelos pero no me podía quedar nunca con la duda de haber dicho que no la única vez que me habían pedido algo», rememoraba.

«Eso fue lo que me hizo decir que sí y tirar para delante. Después todo lo acontecido fue precioso. Desde que mi hijo salió conmigo en el coche para despedirnos de mi padre y mi madre; desde que me vestí de torero... él me preguntaba que porque me ponía unos leotardos risas, la castañeta, hablamos con todos los seres queridos, con su madre...». Había llegado el día , que dejó impresionado a un niño que ya estaba dejando de serlo. «Él nunca había visto ese cariño, a la gente echándose encima; la llegada a la capilla...»

Pero aún tenía que salir el toro. «Cuando se abrió la puerta y me vi haciendo el paseo en esa plaza me pareció imposible. Lo digo de corazón. Había toreado dos novillitos en un festival; quince eralas y cuatro eralitos pero aún no me había visto con el toro de Sevilla», se sinceraba el matador reconociendo que, al sacar al toro de Borja Jiménez después del segundo puyazo sintió miedo. «Temía que el toro pudiera hacerme un extraño y pudiera hundirme mental y físicamente. Ni siquiera me puse delante de aquel animal, Se vino un poco hacia mí a la salida del puyazo; empezó a mirarme, yo lo miré preguntándome ¿puedo o no puedo? ¿voy o no voy?».

El torero necesitaba liberar la presión e incluso comunicó a su hermano Fran que se iba a marchar a la puerta de chiqueros. «Mi hermano, en vez de animarme como en otras ocasiones, me dijo era una locura, que si pasaba el toro y me daba un golpe... Ahí me frené, eché marcha atrás y pensé que con 53 años, si ocurría algo, podían decir que estaba loco... al menos eso fue lo que yo pensé para no ir», ironizaba antes de ponerse serio para afirmar que «la grandeza del toreo es poner todo en juego en una tarde sin buscar nada a cambio porque era una reaparición y ya me iba».

«Cuando me vi con el segundo, la plaza entregada y contemplé a mis compañeros tirándose al ruedo... pero sobre todo cuando vi a mi hijo, que nunca me había visto en Sevilla... Nunca tendré palabras de agradecimiento con la empresa de la Maestranza, con toda Sevilla... y no por lo que hizo no conmigo, sino por mi situación familiar», se sinceraba el maestro de Espartinas afirmando que, a esas alturas, «ya no buscaba nada». «Lo había conseguido prácticamente todo pero esa sensación no la olvidaré en mi vida. Por la mañana temprano llevé a mi hijo al aeropuerto y estaba comprando todos los periódicos porque salía su padre. Eso es algo único...»

«Fue tan grande lo que ocurrió y estoy tan agradecido que sé que fue el final de mi carrera. Yo tenía ilusión por torear festivales, alguna vaca e incluso alguna corrida extraordinaria. Pero fue tan, tan grande esa tarde que no me ha quedado nada», recordaba Espartaco para finalizar diciendo que «el toro me ha dado todo pero yo también se lo he entregado todo. Ya no tengo ninguna ilusión por vestirme de torero ni por nada que tenga que ver con el toro. Fue tan grande lo que me ocurrió y tanto lo que me dio que no me queda nada más grande en la vida, en el mundo, que lo que me dio aquel día Sevilla»